Botonera

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10.12.24

XXI. "DESPEDIRSE. FORMAS DE DECIR ADIÓS", Revista Shangrila 46-47, Jesús Rodrigo y Mariel Manrique (coords.), Valencia: Shangrila, 2024



EDUARDO HERVÁS (b)

EDÉN
Manuel Arranz




Un 28 de octubre de 1972 una mujer se despierta de madrugada alarmada

Aquellos que le conocieron me tacharán con razón de oportunista. No van a cambiar de opinión. No se equivocan. Ellos le conocieron mejor. Antes. Durante más tiempo. Más íntimamente. Sus nombres figuran en alguna de las cartas manuscritas que contiene la carpeta que sirvió al pintor Chema López para documentar la obra y la no-obra de Eduardo Hervás en su intervención: Materia y memoria en Aub, Hervás y Chirbes. (1) Algunos han muerto. Y los que todavía están vivos, tampoco estarán de acuerdo entre sí y no querrán hablar. No hay mucho que decir, por supuesto, quizá desmentir algunos lugares comunes, es agua pasada. Y los que no lo conocieron seguramente preferirán la imagen consoladora que se han forjado de poeta maldito, la imagen que él conscientemente proyectó cuando eligió la fotografía de la contra de Intervalo, su único libro publicado, libro que no llegaría a ver. Un hermoso joven de labios carnosos con el pelo revuelto y mirada inquietante, un joven sensual que contrasta con la idea que nos hemos forjado de la militancia política. Una fotografía que años después sirvió al pintor Chema López para pintar su perturbador retrato.

1. Materia y memoria en Aub, Hervás y Chirbes, Exposición de Chema López en el Institut Valencià d’Art Modern (IVAM), inaugurada el 13 de febrero de 2019.

Contarlo todo es imposible. Y albergo serias dudas sobre la veracidad de los hechos, de los que, por otra parte, fui testigo. Nada ocurre nunca como lo contamos. Los hechos que creemos conocer la mayoría de las veces tienen su explicación en otros hechos que no conocemos. La verdad no está en los hechos. Los hechos pueden ser incoherentes, pero su relato tiene que ser coherente. No puede haber efecto sin causa ni causa sin efecto. La historia es una novela. El prestigio de la historia se basa en la coherencia del relato, no en la incoherencia de los hechos que se narran. En cualquier caso, E. H. no fue un artista sin obra en el sentido y con el significado que da Jean-Yves Jouannais a esta expresión en su obra Artistas sin obra. (2) La obra de E. H. fue el suicidio, la obra más radical, el “único problema filosófico realmente serio”. (3) Para el artista sin obra no es suficiente con dejar de escribir, de pintar, de componer, o con no empezar nunca a hacerlo, aplazar indefinidamente el momento de “ponerse manos a la obra”. Tiene que dejar de vivir para justificar su existencia. Es decir: la inexistencia de la obra. Hay muchas formas de existir, pero solo una de no existir. De cuando en cuando aparecen documentos inéditos que certifican la no-existencia, de cuando en cuando aparece una carpeta, de cuando en cuando alguien se suicida. Estas son cosas que pasan y que siempre pasarán. Siempre.

2. Jean-Yves Jouannais, Artistas sin obra, “I would prefer not to”, prólogo de Enrique Vila-Matas, trad. Carlos Ollo Razquin, Barcelona: Acantilado, 1014. Véase también “Hablemos ahora de los artistas sin obra”, revista Shangrila nº 45.
3. “No hay sino un problema filosófico realmente serio: el suicidio. Juzgar que la vida vale o no la pena de ser vivida equivale a responder a la cuestión fundamental de la filosofía”. Así empieza El mito de Sísifo, de Albert Camus.


Cuando las cosas van mal


When things go wrong, go wrong with you, it hurts me, too. 
“It Hurts Me Too”

The Rolling Stones, Nicky Hopkins, Ry Cooder (4)


Valencia. Año 1972. 27 de octubre. Viernes. 23:45. Todavía hace buen tiempo. E. H., como cada noche de aquel año, vuelve tarde a su casa. Vuelve solo. Hace tiempo que vive solo. Lo que no quiere decir que se mantenga. E. H. no necesitaba trabajar para vivir. No era culpa suya si sus padres tenían dinero. Su tía, su otra madre, como él la llamaba (su libro, su único libro, Intervalo, está dedicado: a mis dos madres), le había dejado prestado un piso frente al suyo, en una casa de un popular barrio de Valencia, un primero sin ascensor, con un inmenso estudio que daba a un patio de luces más inmenso todavía por donde campaban asilvestrados los gatos. De cuando en cuando come en casa de su tía. Tiene una asignación semanal para sus gastos y varias cuentas abiertas en distintas librerías y tiendas de discos de la ciudad que pagan sus respetables y adinerados padres. E. H. tiene todos los libros que quiere y todos los discos que quiere, a pesar de lo cual le gusta robarlos. Los robos de discos requieren una técnica especial, aunque no muy distinta a la de cualquier otro robo. En realidad eran robos sólo a medias, aunque requerían una mayor dosis de sangre fría, ya que se trataba de cambiar un disco nuevo por otro viejo. Te llevas The Cry of Love, y lo devuelves al día siguiente sin problemas. O eso es lo que le haces creer al dependiente, mientras se acerca el dueño a saludarte y preguntarte por tus padres. En realidad devuelves Pearl, que estás harto de escuchar. Es algo arriesgado y hay que dejar que pase algún tiempo. Pero quien se ha propuesto cambiar el mundo no puede reparar en los detalles. Además si lo descubrieran nadie diría nada. No existían todavía los arcos voltaicos ni había guardias de seguridad en los comercios. Las chicas salían de los probadores con unos kilos de más, pero nadie se hubiera atrevido a registrarlas. Los padres entonces todavía se fiaban de sus hijos. No sabían que robar era un acto revolucionario. Pensaban que era un simple delito, un pecado de juventud, venial en este caso, a fin de cuentas sólo se trataba de discos y de libros, o de algún que otro bañador o ropa interior. No sabían la carga de profundidad que podía tener un libro, un disco, un sujetador. Pronto se iban a enterar. El Capital no perdona. Y todo volvió a su cauce, aunque nada fue ya igual. De la limpieza del piso se encargaba la tía. También se preocupaba de que hubiera siempre algo que comer en la nevera y ropa limpia en el armario. E. H. enciende la luz y se dirige a su estudio. Por aquellos años se empezaba a llamar estudio a lo que hasta entonces había sido una simple habitación con una mesa camilla y un flexo encima. Te ibas de casa, alquilabas un piso destartalado, y lo primero que hacías era instalar el estudio. Allí tenías los libros y la música, y algunos cojines por el suelo. El de E. H. era especial. No sólo había más discos y más libros que en cualquier otro, sino que te podías sentar en una silla. Aquella noche había un paquete a medio abrir sobre la mesa, un libro, un disco, una cajetilla de Winston de contrabando, un zippo, un LP que sobresalía de su funda, tal vez The Cry of Love, o Jamming with Edward! Libros amontonados por todas partes. Libros en francés, libros sobre la revolución cultural, el último número de Tel Quel sobre la China, La Cina è vicina, Althusser, Poulantzas, Julia Kristeva, Philippe Sollers, “el reino de la burguesía, todavía provisionalmente dominante, se pudre”, Marcelin Pleynet, Francis Ponge, Pierre Guyotat, Tombeau pour cinq cent mille soldats; Edén, Edén, Edén, el tercer tomo de las Obras Completas de Bataille, el segundo de las de Antonin Artaud, ceniceros llenos de delatoras colillas aplastadas que la tía recogerá al día siguiente antes de que llegue la chica de la limpieza, vasos vacíos, sucios. En un rincón unos calzoncillos blancos Abanderado y unos calcetines negros. Saca el disco de la funda y lo pone en el plato. Suena un rock, “It Hurts Me Too”. Enciende un porro. “Un cuerpo sólo se hace visible cuando crece en la carne de otro cuerpo”.  En la cocina bebe un vaso de agua del grifo. Hay yogures en la nevera y un trozo de tarta con no muy buena pinta. Mecánicamente coge un yogur de fresa. Mecánicamente busca una cucharilla en el cajón de los cubiertos. Mecánicamente abre la espita del gas, y se va a la cama. Otras veces, siempre, se lleva un libro y un lápiz a la cama. Pero hoy se ha dejado el libro en mi casa. El trabajo, de William Burroughs (Conversaciones con Daniel Odier). Deja el yogur en una silla. Se quita las botas. Dobla los vaqueros y los deja en el respaldo de la silla. De uno de los bolsillos caen unas monedas al suelo. No se molesta en recogerlas. Se tumba boca arriba en la cama. 27 de octubre. Año 1972. Cierra los ojos. Da una profunda calada. “Vuelve adonde aún no has estado”.  E. H. siente cómo le invade el sueño. En la otra silla el teléfono, a su lado, mudo. Hubo un tiempo en que no paraba de sonar. E. H. hace ademán de ir a cogerlo, pero su brazo no se mueve. Lo intenta de nuevo. Extraña sensación. Su cuerpo no responde. Abre los ojos por última vez. Se acabó, piensa. La oscuridad lo invade todo. “Este sol me dice que me vaya”, recuerda, este sol me dice que me vaya. En sus labios se dibuja una leve sonrisa, una mueca amarga. No se ha preparado el seminario, piensa. Las Soledades. Góngora, Pasos de un peregrino son, errante… Se acabó. Veintidós años. “Muere a tiempo”. ¿A tiempo de qué? Durante algunos minutos se oye todavía la voz de Mick Jagger: When things go wrong. Cuando las cosas van mal. Improvisando. Siempre improvisando. Improvisando pasa la vida. Improvisando improvisaciones. La muerte nos sorprende improvisando. Todo encaja. La materia. La memoria. La muerte. Muere a tiempo. El porro se consume solo en el cenicero, junto al yogur y al teléfono.

4. It Hurts Me Too”, Jamming With Edward!, 1972:

En realidad, para ser honesto, no fue así como pasó.


Quién lo puede pensar

Dibujo sobre papel verjurado agarbanzado, de 205 x 143 mm, fechado en 1810-1811, técnica: pincel, aguada, tintas parda, bugalla y china. Representa a un condenado o un preso, un hombre arrodillado, con las manos a la espalda sujetas a la pared mediante una cadena, una argolla y cuatro eslabones, y en la parte inferior del dibujo, de la mano de Goya, a pluma, la leyenda: Quién lo puede pensar.


Tengo esta postal con el dibujo de Goya, está amarillenta por el paso del tiempo. La conservo a guisa de marcapáginas entre la página 68 y la 69 de El trabajo, de William Burroughs. Hasta esa página, el libro está profusa y meticulosamente subrayado a lápiz.  Estas son algunas de las frases subrayadas: “Los antiguos mayas poseyeron uno de los calendarios de control más exactos y herméticos jamás usados en el planeta”. “No hay hombres libres en el planeta porque no se puede ser libre estando metido en un cuerpo humano”. “Joyce fue acusado de ser ininteligible, y eso que se limitaba a presentar un solo nivel de hechos mentales: el monólogo consciente sub-oral. Yo pienso que se pueden crear sucesos polinivelados y personajes que el lector pueda comprender comprometiendo su ser orgánico”. Pero no soy yo quien ha subrayado esas frases, el libro no es mío. La postal tampoco. Por lo demás, he perdido ambas cosas. Sospecho de mí.




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