EN QUECHUA NO EXISTE LA PALABRA ADIÓS
Ana Mareny
Tu turú, tu turú, tu turú, turú, turú…
Se lo entona muy bajito, acariciándole el pelo, mirando sus ojos negros de japonés, y la sala es fría y él es tan grande que no han podido subirlo a la camilla y están los dos en el suelo; ella se ha tumbado entera, la trufa de él en su nariz, sus miradas conectadas. Oye una voz que dice: ya está, ya se ha ido… Oye esa voz como si llegara a través de las nubes, desde más allá de Groenlandia… y no la cree, porque la sigue mirando y ella a él, a su mejor amigo de todos los tiempos. Pero lo toca y está muy quieto, y de pronto se vuelve de cartón piedra, y ella llora y le dice: Truc, Truc… japonés. Las calles por donde media hora antes dieron juntos su última vuelta están llenas del mismo sol, pero ahora ella camina sola, siempre caminará sola, sola y como sin piernas, porque se han ido sus piernas, se ha ido el ritmo, el correr por la playa… Se ha ido un trozo de su alma. Se pone enferma. Tiene que guardar cama durante días y noches, días y noches de cambiar fundas de almohadas mojadas de tantas lágrimas. Le está diciendo adiós a la lealtad, aunque aún no lo sepa. Todavía, muchos paseos después, le ve unos metros por delante, girando su cabezota, orejas al viento, para ver si ella le sigue.
A veces ocurre que nunca has estado en un lugar con alguien, incluso si duerme a tu lado. Otras veces siempre has estado ahí, aun antes de nacer y después de morir, y entonces no se puede decir adiós. Algunas personas se van, parece ser. Su madre, con su olor limpio a jazmín y limón. Despedirse de alguien con quien te ríes a coro es muy triste. ¿Cómo se dice adiós cuando amas? ¿Cómo se dice adiós a ti mismo?
Adiós, cierra la ventana. Adiós, da dos vueltas a la cerradura de tu puerta.
Y el caso es que debiera ser muy fácil. Siempre estamos diciendo adiós. Cada momento se cierra definitivamente, como los pájaros cierran sus ojitos al morir. Al salir del útero materno, envueltos en sangre y abandonando el rosado protector, empezamos por decir adiós a aquel lugar que nos proveía de todo lo necesario. Su madre decía “adiós” a todos los que la querían desde el interior de un ataúd anodino exhibido en la sala no sé qué del tanatorio. Flotaba un eco de su voz cantando zarzuela, quedita y alegre.
[...]
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