TEXTURAS DEL ADIÓS
María Cecilia Salas Guerra (1)
Cuándo nos vamos nunca lo sabremos.
Cerramos –como en broma– la puerta y el destino
-a nuestra espalda- echa el cerrojo.
No volvemos ya. (2)
Dickinson, 1523, 2006: 75
La vida tejida de adioses que sólo después se sabrá que lo eran. Así acontecen la salida de la infancia y de la juventud, los quiebres del amor y de la amistad, la pérdida del lugar en el mundo que se daba por bien establecido, la declinación de las pasiones; y, sobre todo, la pérdida de los seres queridos. Adioses decisivos, de los que solo quedan imágenes, palabras y gestos: frágiles texturas más o menos difusas que revolotean como pavesas de lo que un día fue, como jirones de presencias vitales que divagan, insisten o se olvidan incluso, hasta que, por algún azar, se hacen diáfanas, indudablemente reales, como el sol de mediodía, bajo el cual se disuelven los fantasmas. Es a posteriori que esas texturas, sutiles e invaluables, se posan como presencias inigualables en los rincones más discretos del alma del que que se queda, del sobreviviente, del que ha padecido esta o aquella transformación gracias al adiós…
1. Profesora de la Universidad Nacional de Colombia, sede Medellín.
2. We never know we go when we are going –
We jest and shut the Door –
Fate – following – behind us bolts it –
And we accost no more –.
(Dickinson, 2015, vol. III: 276)
El adiós, como el derrumbe y la ruina que suelen precederlo, sucede en el des-tiempo, en el fuera de foco. De repente, como un gran caer en la cuenta, nos vemos separados de una vez para siempre de la presencia física, del lugar habitado, de la convivencia, de la voz y de la mirada del ser amado. Y entonces, se hace efectivo el adiós como vacío, cuyo índice –por fin enunciado– será una imagen tenue, una palabra casi inaudible, un ademán etéreo. El derrumbe y el adiós esconden un trabajo silencioso e implacable de desgaste, metamorfosis y deslizamiento de la fuerza vital, en todo caso:
Es primero una tela de araña sobre el alma,
una cutícula de polvo,
un gastarse del eje,
un moho elemental. (3)
(Dickinson, 997, 1994: 108)
3. Tis first a Cobweb on the Soul
A Cuticle of Dust
A Borer in the Axis
An Elemental Rust –
(Dickinson, 2015, vol. II: 428)
*
Campo verde sin mancha, sin interferencia de otro color, como si la tierra también fuese verde. La brisa leve mece la hierba alta y homogénea. ¿De dónde viene esa brisa?, ¿acaso es la respiración vegetal? Se mece sutilmente, como el cultivo de alforfón, pacientemente esperado por Tarkovski para rodar las memorables escenas de El espejo; como el campo de centeno donde Lol V. Stein intenta recuperar su memoria mientras mira alucinada las siluetas que aparecen y desaparecen de la habitación en penumbra del hotel de enfrente; como los pastizales alegremente recorridos en la infancia, jugando a las escondidas o jugando a imprimir con exactitud la forma del propio cuerpo sobre el suave tapiz, imitando el gesto del perro adormecido en el seno de la creación. Campo verde, impecable, aire fresco, luz diáfana. Un mundo por estrenar. Muy cerca de sus pies, que hoy no se atreven a perturbar aquel orden, fluye un límpido arroyo que somete la grácil hierba al único vicio del agua: el peso. Nada pueden las espigadas hierbas ante la gravedad silenciosa del agua: incontenible, crea un surco cristalino sobre un lecho sin accidentes, sin rocas que formen remolinos, sin desniveles que provoquen saltos. Entregada al suave y tenaz camino de agua, se desliza imperturbable el cuerpo de la madre: es llevada sin ofrecer resistencia, rostro apacible a salvo del miedo. Su cuerpo va, incontenible, como un pez que no espera que lo salven del agua porque el agua es su elemento. Así la ve pasar, más serena que Ofelia.
Diáfana, así es como la ha visto muchas veces en sueños. Deslizándose sobre el espejo líquido, que rotura sin violencia ni borrasca el dócil campo verde. Diáfana en su lecho de muerte, con la conquista de su gesto último, en el que no se adivinan ya los tormentos sin nombre de la enfermedad ni la espera y la preocupación infértiles que socavaron su existencia. Diáfana y leve, como las cenizas en un cofre beige.
El sueño, como la muerte, restan gravedad, sustraen peso, algunos hablan de una ínfima cifra: 21 gramos. El sueño y la muerte, o la vida en su condición de imagen. Sueño-muerte, imagen que transparenta palabras.
¿Pero no son
Todos los Hechos
Sueños
Tan pronto como los
Hemos superado? (4)
(Dickinson, 843 [sobre] 2018: 70)
4. But are not
all Facts Dreams
as soon as
we put
them behind
us –
(Dickinson, 2018: 114)
*
Dolor del cuerpo. Abismo del alma. Final inminente. Sin embargo, no se le vio llorar en ningún momento, durante los ínfimos o eternos –según cómo se los vea– veinticinco días que duró el final. Era más fuerte la determinación de entregarse a lo que había. Era más fuerte la convicción silenciosa de que “todo estaba ya donde debía estar”.
Dos años han transcurrido y apenas hoy se da cuenta de ese matiz: la ausencia de lágrimas, pese al diagnóstico. Ante el abismo, la madre no deja lugar para el llanto, estaba de más. En su lugar, se aplicó al trabajo último de su vida: replegarse, recoger su aliento, guardar sus palabras, suspender la queja, cancelar las ilusiones, espantar los temores. Ante la cita inminente, prefirió el silencio, soltó las amarras, se desprendió del peso de vivir, declinó la pre-ocupación por los otros que siempre la consumía. ¿Como si dijera: cuídense, ahora son libres o estarán solos, se suspende ya la función y el lugar de hijos? Imposible saberlo. “El abismo carece de Biógrafo. Si lo tuviera, no sería ya ningún Abismo” (Dickinson, 2018: 76).
*
Pequeño sombrero rojo. Camisa de cuadros azules y blancos, pantalón azul, zapatos de campo. De pie, contempla serenamente el horizonte, como si bordara cada detalle, como si aprendiera de memoria el contorno del mundo que se extiende ante ella, en el que reposan apacibles algunos animales, se mecen con el suave viento la hierba y las ramas de los árboles, se desplazan pequeñitas nubes, se extienden tenues colinas a lo lejos surcadas por zigzagueantes caminos. Realmente, parece que mira en lontananza, no enfoca nada en particular, mira lo que no es evidente, mirada ausente que lo cubre todo. Prolegómeno de su ausencia. Es solo que nadie, absolutamente nadie lo sabe ni ella misma, o tal vez lo sabe, pero no sabe que lo sabe. ¿Y en qué pensaba quien tomó la postrera fotografía, qué le llamó la atención en este cuadro vivo?
Viene. Es la ineluctable criatura
Ahora llega a la calle, ya a la puerta.
Escoge un picaporte entre los otros.
Se cuela preguntando: ¿“Me conoces”?
Saludo simple, reconocimiento
cierto. Si breve, amiga. Si insolente, enemiga.
Y viste cada casa de crespón y carámbanos
y escoge uno para llevarlo a Dios. (5)
(Dickinson, 390, 1994: 381)
5. It’s coming –the postponeless Creature –
It gains the Block – and now – it gains the Door –
Chooses its latch, from all the other fastenings –
Enters – with a “You know Me – Sir”?
Simple Salute – and certain Recognition –
Bold – were it Enemy – Brief – were it friend –
Dresses each House in Crape, and Icicle –
And carries one – out of it – to God.
(Dickinson, 2015, vol. I: 476-8)
[...]
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