NO FUTURE, 2024
DOS ITINERARIOS JUNTO A MARK FISHER
Pablo Perera Velamazán
En ese todavía existe un cierto consuelo: no está, pero habrá de venir.
¿Y qué hacemos cuando, por el contrario, el futuro ya no existe?
Qué distinto es un futuro que todavía no existe de aquel que ya no existe.
Qué distinta es esta inexistencia.
La primera está llena de promesas, la segunda es el apocalipsis…
Gueorgui Gospodínov
El 13 de mayo de 2008, Mark Fisher presenta una intervenció en el Museum of Garden History de Londres, bajo la protección desamparada del título NO FUTURE 2012, en la que expone su uso libre del concepto de “hauntología” desarrollado años antes por Jacques Derrida en su obra Espectros de Marx. Su intervención, mucho más que una simple ponencia, narra la experiencia de dos itinerarios en forma de paseo llevados a cabo por los terrenos desolados del valle del río Lea, en el East London, y la experiencia umbría que se vive, en ese mismo entorno, ante la sombra proyectada por el advenimiento de un mundo espectral donde todo paseo ha devenido imposible. Experiencias señaladas por tres fechas, 2004-2007-2012, tratadas como acontecimientos, desde las que se saca al tiempo fuera de sus goznes para interrogarse problemáticamente sobre nuestro suceder.
El horizonte al que apuntan esos tres momentos es el horizonte iluminado por la llama olímpica que arriba a Londres en 2007, año en el que se confirma la celebración de los Juegos Olímpicos de 2012 en esa ciudad y en el que Fisher reconoce el gesto de un ADIÓS en que el futuro queda cancelado en su presentificación absoluta. Esa llama que recorrerá el globo terráqueo, de continente en continente, como un paseo fantasmal, iluminándolo todo con su luz transparente para volver al punto desde el que partió (la metrópolis londinense), no deja de arrastrar, como todo fantasma, una sombra, que es la sombra que todo fin, que todo adiós, trae consigo. Persigamos los pasos de Fisher hasta que tropiezan con ese adiós, con la experiencia misma del ADIÓS, mientras los recientes Juegos Olímpicos celebrados en París navegan, fuera de los estadios, por el Sena, y ese adiós es, tal vez, un recuerdo demasiado lejano.
Antes de comenzar, Fisher arriesga una enunciación performativa que señalará su posición, un punto concreto desde el que se nos dice:
“No había futuro, pero no era como nadie lo había imaginado”.
(un breve silencio)
No Future
Esa posición expone una manera de estar en el ADIÓS y constituye el lugar de enunciación de este texto. “No era como nadie lo había imaginado”. Cuando te digo adiós, cuando nos decimos adiós, un adiós a secas, que no convoca ningún mañana compartido, ninguna aurora que nos ilumine juntos, nos imaginamos abriendo la puerta a un tiempo diferente: ADIÓS. No tenemos futuro ya, juntos, pero otros futuros serán posibles. ADIOS, sí. Sin embargo, Fisher nos anuncia desoladamente: NO FUTURE. Nos anuncia el gesto extraño de un ADIÓS que no convoca otros futuros posibles, ninguna posible imaginación. Que no nos abre a otro tiempo sino a un sin-tiempo donde el futuro queda cancelado. El fin del mundo, lo sabemos bien, es el fin del tiempo. No un nuevo mundo posible sino un apocalipsis. Sin ti no hay futuro. Sin nosotros no hay futuro.
En este sentido, Fisher no dejará de insistir, en el mismo periodo en el que escribe este texto (2008), en la “cancelación del futuro” como uno de los signos políticos de nuestro tiempo, que en parte es también el suyo, en ese no future que traerá consigo, como un performativo no problematizable, el decreto del fin de la historia que acompañará al “realismo capitalista”, ese adiós que desde la década de los ‘80 del S. XX pervive hasta nuestros días. Superada cualquier alternativa política y económica, el proyecto comunista, las formas tradicionales de lucha social, los esquemas fordistas de organización del trabajo y las formas de comunicación analógicas, el “realismo capitalista”, como única forma posible de pensar la realidad, deroga cualquier concepción alternativa del mundo. Así ha sido durante los quince años siguientes a la enunciación de Fisher.
Este fin no es como se había imaginado, no es el reino prometido del progreso ilimitado o la libertad. Ya en las dos primeras décadas del S. XXI ese paraíso soñado se derrumba, aunque su mito continúe bajo otras formas. Los atentados islamistas de principios del nuevo milenio, que acentúan los medios de control de la población por parte del Estado y sus movimientos bajo los presupuestos del miedo y la seguridad; la crisis de 2008, en la que los problemas generados por la deriva crediticia del neocapitalismo se resuelven mediante la intervención pública, golpeando el centro del sueño neoliberal; y la declinación última de ese sueño, radicalizada tras la pandemia, bajo la forma de un capitalismo comunicativo mediado cibernéticamente que invade nuestras vidas cotidianas hasta su médula más imprecisa, marcan, entre otras derivas, el perfil de lo que queda entre nosotros tras esa cancelación del futuro.
Los mecanismos de control de la población se han incrementado, dando lugar a una burocracia capitalista inesperada que se acentúa con sus dispositivos virtuales. Los conceptos de vulnerabilidad y precariedad se convierten en parámetros fundamentales para juzgar el estado de nuestras vidas, de nuestra relación con el trabajo o con nosotros mismos. Es como si, de una manera u otra, ese adiós a la historia, a la lucha social, a la lógica de clases, a los usos conocidos del tiempo, tuviera que pronunciarse en un proceso sin fin que se extiende hasta nuestros días: se mantienen vigentes antiguos mitos mientras se devoran las retóricas micropolíticas de la identidad o los modelos alternativos del ser-en-común en los que tratábamos de refugiarnos. Inercias que el propio Fisher, que puso fin a su vida en 2017 en su casa de Suffolk, a sus 48 años, atisbaba, pero cuya extensión nunca hubiera podido prever.
Frente a ello, y ya con la mediación de la distancia que nos separa de Fisher, aunque no hayan pasado ni siquiera diez años de su muerte, una estrategia posible es interrogarnos por la manera en que su pensamiento se sitúa en este ADIÓS, frente al horizonte del NO FUTURE y de la cancelación de cualquier otro futuro imaginable. Frente al adiós que nos atrapa en la nostalgia y no encuentra motivos ni maneras de seguir, o el adiós apocalíptico que devora los cuerpos y las almas, tal vez haya una manera diferente de situarse en el ADIÓS, de permanecer en él en sentido estricto, una manera en la que, al margen de cualquier nostalgia por el pasado, podamos seguir interrogándonos cómo vivir y qué hacer. Comencemos pues nuestro deambular, de la mano de Fisher.
Primer itinerario (2003)
“Deambulamos por los espectros industriales y las plantas descuidadas del valle del Lea. Es como si el mundo hubiera terminado”, dice Fisher. Y de hecho deambulaba, entre fábricas abandonadas y capas de desechos, por uno de esos espacios intersticiales que surgen en los suburbios de las metrópolis, espacios donde fermentan mundos no humanos, una naturaleza extrañada de sí misma entre los detritus de la vieja sociedad industrial (“plantas salvajes, algas tan gruesas y de aspecto tan artificial que podrías cruzar el canal caminando sobre ellas”). Hay adioses que solo dejan escombros entre los que escarbar. Pero ¿quiénes deambulaban junto a Fisher por ese espacio? ¿Y qué sentido tenía su deambular?
[...]
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