INTRODUCCIÓN
Me dijo en cierta ocasión un director de cine que cada película son tres películas: la que se escribe, la que se rueda y la que se monta. A esas tres habría que añadir otra que son muchas: la que ve cada espectador.
Sospecha uno que las historias, todas las historias sea cual sea su formato, las que contamos y –sobre todo– las que tanto nos gusta que nos cuenten, funcionan como amuletos o exorcismos para ordenar la existencia, explicarla y protegerse de ella. Porque –quién más, quién menos– cualquiera, a poco que cometa el error de pararse a pensarlo, puede percibir su propia existencia como una redacción caótica en la que el sujeto no acaba de encontrar su lugar como tal, asediado como está por predicados más casuales que causales, extravagantes o abiertamente hostiles, sin el consuelo de poder cohesionar el conjunto auxiliado por verbos inquietos y caprichosos cuyo significado entiende vagamente porque, además, carece del diccionario adecuado (que no existe). Poco importa el soporte, cine, literatura o simple relato oral, ficción o documental, ensayo o novela. Donde hay relato hay orden, hay estructura, con suerte hay el bendito planteamiento-nudo-desenlace que empaqueta tan bien la vida, reconcilia con la realidad y regala la tranquilizadora impresión de que por fin hemos entendido algo.
Como la crítica no deja de ser otro género literario, y por tanto cuenta historias, y por tanto es ficción, está sujeta al mismo principio que muy juiciosamente expresaba ese director, de suerte que cada ensayo crítico en realidad son tres: el que se piensa, el que se escribe y el que le da la gana publicar a algún otro. Más el que tiene a bien leer el lector, a su vez soporte y vehículo de otras historias parecidas o diferentes que contará o no y vuelta a empezar con el entretenido juego de espejos de la búsqueda de seguridad.
Pero volviendo al principio de esta introducción, el propósito de las páginas que siguen, si lo hay, sería contribuir a hacer emerger una quinta película: la resultante de ver el cine al trasluz de las experiencias de sus artífices, de las influencias, de contextos y pretextos y, en definitiva, de todo el entramado imaginable de historias que acaban tejiendo cada historia individual. Ampliar el campo de visión al hablar de las películas para restituirlas al relato más complejo y menos ordenado de donde proceden. Incluir el fuera de campo. Por eso no hemos respetado la voz singular del narrador y la hemos roto donde nos ha parecido a tajos de otras voces, reales y ficticias. La “coralidad” suele ser buen disolvente de la estulticia de uno solo.
Si estas páginas contribuyen a devolver al lector al magma originario del que surgen o en el que se hunden las historias, no será lo peor que le pueda pasar.