SEDE VACANTE
Roberto Amaba
I
Existen diferencias entre el asiento que se ha vaciado y otro que siempre ha estado vacío o que pronto se ocupará. Esta afirmación es esotérica, responde a un pálpito, si acaso a un instinto y a una plegaria. Un acto de fe y una confianza en el pensamiento mágico de la percepción. El asiento vacío podría portar una delación olfativa y táctil, un perfume y una temperatura que llegarían a componer una suerte de gusto, un sabor tardo y rugoso. Tal vez una deformidad, la cicatriz cóncava del cuerpo, el negativo de la carne y de los huesos, los residuos del sudor seco. Y sin embargo un silencio, un no crujir, la carencia muda que dice que allí habitó uno de los espléndidos fantasmas de cuerpos ausentes con los que san Ambrosio recondujo el pensamiento de san Agustín. Pero todas las sensaciones, las ideas, las deducciones, los instintos, las intuiciones y los sueños siguen sujetos a la materialidad concreta del mundo, empezando por la de la mente donde conspiran. Una vez comprobamos que el asiento realmente está vacío, se despliegan los procesos cognitivos. Y en ellos caben e influyen las enseñanzas del poeta y del científico.
El asiento no es solo un objeto, es un lugar de representación. La anuncia, la denuncia o la solicita. Y es también lugar de inscripción y de registro. Pero hay algo más, el asiento alberga y demanda una temporalidad y un movimiento. Es el escenario de una distopía, de una utopía y de una ucronía redactadas por el ojo y el cerebro. El asiento vaciado no es tanto una desaparición como una ansiedad, y de suyo, una prolepsis y una remembranza. Contiene un valor cultural asociado a nuestra evolución biológica. Lo hemos fabricado, forma parte de la nobleza de nuestra cultura material de monos venidos a más. Y lo hicimos con el afán de mostrarlo y ocuparlo. Tomamos asiento como acto de civilización, acto de descanso pero también de actividad, de recibir y de dar. Ocuparlo y abandonarlo de acuerdo a unas normas determinadas puede implicar deferencia o descortesía. El asiento, espacio y tiempo, es una dualidad entretejida, una presencia y una ausencia, una bienvenida y una despedida. Desde el punto de vista empírico de la representación es, sobre todas las cosas, una melancolía.
II
El asiento vacío implica una relación con el mundo, es decir, establece una distancia que propicia la experiencia estética entre los acontecimientos, los objetos y los sujetos. Así, cuando Joseph Kosuth y Joseph Beuys eligieron unas simples sillas como objetos e ideas de sus obras, sabían muy bien lo que hacían. En el quicio de la modernidad, lo que tal vez ignoraban es que llegaban demasiado tarde a la fiesta. Y en las fiestas que acaban y en los amores que se apagan las sillas siempre lucen, cuando no cojas, sucias, frías y rotas. No obstante, había algo infantil y primario en aquellos asientos conceptuales que todavía mueve al humanismo auténtico, a la empatía y al optimismo en el futuro del arte y, por consiguiente, de nuestra especie.
Si el asiento vaciado se entiende como un molde realizado por el dolor, es porque también alberga otros afectos. Pérdidas y ganancias de la vida. Si en él yace la nada plena es porque dará pie al todo; a lo nuevo y a lo mismo. No deja de ser una apertura, una invitación a la irrupción del deseo y un escenario liminar de lo siniestro. Una potencia, un albedrío y una posibilidad de destino. Desembocadura y disculpa, descargo y tormento. Relación anticipada con la muerte, afección de lo real frente a un signo colonizado por el abandono. Pasión despoblada, súbita formación mental y proyección imaginaria que se esparce como hierba no pisada. Un fin que desata algo más que una promesa: una escatología, otra creencia sobrenatural, un creciente más allá. De la oquedad del asiento, de ese cenotafio con forma sedente, emana el regreso de entre los muertos. Una resurrección de nuevo dual, para bien o para mal, para ejecutar la redención o la represalia.
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