Botonera

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2.10.24

II. "LALY SOLDEVILA. UNA BIOGRAFÍA ARTÍSTICA", Gabriel Porras, Valencia: Shangrila, 2024

 

PREFACIO


Laly Soldevila en las páginas de Blanco y negro (6 de febrero de 1960). Foto: Enrique Ribas


A los cuarenta y cinco años de su fallecimiento, la actriz Laly Soldevila continúa presente en el recuerdo de sucesivas generaciones de españoles, incluidos muchos nacidos tiempo después. Cierto es que la frecuente emisión por las diversas cadenas de televisión de películas en las que aparece, casi siempre, se debe reconocer, las menos importantes cinematográfica y artísticamente hablando, contribuye a que su figura, su rostro, su voz, sigan manteniéndose en ese imaginario común.

Laly Soldevila no pasa desapercibida, esencialmente por las decenas de personajes de comedia —o francamente cómicos— a los que ha dado vida a lo largo de una filmografía que supera los cien títulos; su peculiar modo de interpretar, su forma de decir y la eficaz utilización de los recursos expresivos a través del rostro y la mirada, además de las inflexiones de voz tan características que la han singularizado desde siempre, lograron crear un personaje capaz de reencarnarse en otros muchos, haciéndolos creíbles sin por ello dejar de ser ella, Laly, el arquetipo de intérprete que no puede ser comparado con ningún otro.

Ahora bien, esa imagen ha sido y de alguna forma sigue siendo, la que durante tanto tiempo consiguió mantenerla encasillada dentro del tipo que ella misma creó. Tanto en cine como en televisión, con contadas excepciones, ha sido el modelo inalterado, pese a los grandes trabajos interpretativos realizados en ambos medios, asociado siempre con la actriz cómica en forma de incontables chicas de servicio, muchachas tímidas y apocadas, madres de familia en clave de comedia y otros personajes varios en los que solamente cambia el rol, pero nunca el tipo. Todo lo contrario de lo que aconteció casi siempre en su trabajo teatral, que fue, no lo olvidemos, la auténtica vocación de Eulalia Soldevila Vall, aquella chica surgida de la burguesía barcelonesa más genuina que dejó sus estudios universitarios para dedicarse al mundo de la interpretación.

La actriz conocida, popular, querida de los espectadores españoles de cine y televisión, cómica necesariamente, no tenía nada que ver con ella, la esposa y madre, una mujer llena de inquietudes intelectuales que perteneció a los círculos artísticos y creativos de la Barcelona de su primera juventud y del Madrid del resto de su corta vida. Una mujer capaz de expresarse en cinco idiomas, lectora empedernida, estudiosa del teatro en todas sus acepciones, viajera constante siempre que su trabajo se lo permitía, especialista en la literatura bajomedieval española a quien el mismísimo Dámaso Alonso pidió colaboración para un proyecto compilatorio de poesía religiosa transformado en grabaciones; la misma que tradujo a Vladimir Mayakovski al castellano y a la que su amiga Carmen Martín Gaite escribió una obra específicamente para que la interpretase. Una actriz, en suma, querida y requerida por grandes directores del cine y el teatro españoles como Luis García Berlanga, Víctor Erice, Manuel Summers, Antonio Drove, Gutiérrez Aragón o Miguel Narros, Francisco Nieva, José Luis Alonso…

Un caso tan poco usual como fascinante el de esta mujer comprometida y moderna que supo armonizar, a base de esfuerzo y dedicación, su profesión con el hecho de ser madre de tres hijos, al tiempo que, a través de su trabajo, prendía en el público hasta el punto de alcanzar una gran popularidad.

¿A qué es debida esta peculiaridad? ¿cuál es el resorte mediante el que los personajes encarnados por esta actriz prenden de inmediato en el espectador de todas las edades? ¿qué talento especial poseía para lograr algo tan difícil como hacer creíble cualquier papel sin apartarse un ápice de lo que bien podemos definir como estilo interpretativo?

La respuesta a estas y otras muchas interrogantes que nos podemos hacer es lo que me animó a plantear la posibilidad de rastrear una carrera tan excepcional e intentar descifrar un perfil tan especial como el de la gran actriz catalana que inundó el teatro, el cine y la televisión españoles de grandes trabajos que son lecciones perdurables de eso que llamamos interpretación. Y, de paso, a través de su trayectoria artística, recorrer su periplo vital, inseparable de aquella. 

Un periplo lamentablemente corto como intérprete, pese a haberse iniciado cuando aún era muy joven, que apenas duró tres décadas; truncado cuando la actriz, con solo cincuenta años, nos dejó, no mucho después de haber reconocido públicamente, como habrá ocasión de comprobar que “aún se me puede sacar mucho partido…” Una expresión, como tantas otras, muy de Laly Soldevila, algo que podemos acuñar como “soldevilesco”, es decir, perteneciente a un espíritu, un temperamento y un estilo únicos en los que lo cómico —tragicómico también— se enlaza armoniosamente con lo genial a través de un sentido de la existencia, de la esencia humana, tamizado por una inteligencia y capacidad de análisis, tan personal como difícil de hallar.

Desentrañar la idiosincrasia personal y profesional de una actriz como Laly Soldevila es tarea tan ardua como apasionante. La combinación de un carácter depuradamente sólido con una aparente forma de afrontar la vida, sustentada en lo que consideramos como un sentido del humor (con todo lo que representa el término) tan alejado de las coordenadas usuales y frecuentemente gastadas, solamente responde a criterios tan personales como acrisolados intelectualmente. Precisamente lo que nos lleva a situarnos ante una mujer exquisitamente culta, particularmente avanzada y decididamente diferente al cliché reconocible de la actriz al uso. Cualidades que son, me temo, desconocidas para el gran público y pocas veces atisbadas en algunas reseñas críticas y comentarios relacionados con sus trabajos, por determinados estudiosos e historiadores de nuestro cine.

Todo ello contenido, desde 1948 hasta 1979, en noventa y tres estrenos teatrales como actriz profesional con centenares, miles, de representaciones, ciento cuarenta y nueve espacios de televisión de variado formato y ciento dos películas, sin contar otros medios y modalidades interpretativos, supone un trabajo difícil de superar para tan corto plazo de tiempo y es, sin duda, el reto más significado y, como arriba, señalé, apasionante, a la hora de emprender este recorrido que, se debe advertir, quiere ser un ejercicio de investigación regido por un método histórico basado en hechos y datos comprobados. Un relato, en donde el rigor empírico no impida la proximidad humana hacia el personaje biografiado, eso sí, referido a la faceta profesional y artística como premisa incuestionable. 

Quiero dejar constancia aquí de mi agradecimiento a varias personas sin cuyo apoyo y generosidad este libro hubiera sido, de haberse logrado, muy diferente. Por una parte, a la familia directa de la actriz, es decir sus tres hijos, quienes se han prestado en todo momento dispuestos a colaborar con sus recuerdos, pese a que cuando su madre fallece apenas tenían quince, catorce y nueve años. Juan, Eugenia y Paula como “portavoz”, me han proporcionado material documental, fotografías de enorme valor biográfico y profesional absolutamente inéditas y, sobre todo, el caudal de sus remembranzas y vivencias directas en forma de conversaciones llenas de sinceridad que, así lo creo, muchas veces estuvieron teñidas de una emoción que las hace incomparablemente más valiosas en cuanto supusieron remover un sentimiento que, aunque transcurridos tantos años, no deja de seguir presente en sus corazones.

Del mismo modo, Elvira Rocha Barral, amiga de Laly desde la niñez de ambas, cuya fidelidad se ha mantenido incólume, primero con su presencia y después en su recuerdo. Las conversaciones mantenidas con ella y su prodigiosa memoria han sido una colaboración que nunca olvidaré.

Laly Soldevila Fragoso, sobrina de la actriz, ha contribuido eficazmente en apartados relacionados con los padres y hermanos de Laly, con la búsqueda de la documentación indispensable sobre las actas de nacimiento y defunción de varios de sus miembros, algo que suele ser especialmente trabajoso y ella ha solucionado de manera admirable, por lo que le estoy muy agradecido.

Igualmente, a compañeros de profesión de Laly Soldevila, como los actores Emilio Gutiérrez Caba, Julia Martínez y Enriqueta Carballeira, entre otros, por compartir sus recuerdos de rodajes, giras teatrales y trabajos televisivos con la actriz, con el denominador común, en todos los casos, del aprecio y admiración que despertó en ellos su generosidad y su altura intelectual.

No puedo olvidar la ayuda constante de Jesús Peñalva, amigo y colega, en múltiples maneras, entre las que no es la menor el gran interés por el proyecto.

Debo agradecer también, la solícita atención y pronta ayuda de Álvaro Pajares González, Archivero del CDAEM, así como a Carme Sáez, del Centro de Documentación del Institut del Teatre de Barcelona y a Claudio Alberto Rodríguez, Jefe de Sección de Filmoteca Española, sin olvidar la eficiencia de Ramón Ravell y Begoña Álvarez del Archivo Histórico y de Patrimonio Documental de la Universidad de Barcelona. A todos, gracias por su profesionalidad.

Como siempre, a mi mujer e hijos por su comprensión y tiempo robado.