Botonera

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26.6.24

II. "CINE POSMODERNO. DEL MAL-ESTAR A LA DESAPARICIÓN (ANÁLISIS FÍLMICOS)", Gérard Imbert, Valencia: Shangrila, 2024

 

INTRODUCCIÓN
(PARTE INICIAL)


Nomadland, Chloé Zhao, 2020


El cine de autor ha sufrido enormes mutaciones en los últimos veinte años, con la aparición de temas relacionados con los cambios sociales, la evolución de las mentalidades y de los lenguajes, la aparición de nuevas preocupaciones y obsesiones. 

Emerge un cine que califiqué como neo-existencialista, que replantea el tema de la identidad, la relación con el cuerpo, la representación del otro —dentro y fuera de la pareja—, refleja una fascinación por la violencia, lo extremo y se enfrenta con los retos que plantea la cultura de la comunicación y el culto a la imagen. Aparecen nuevos imaginarios en torno a la muerte y al horror, la inseguridad del presente y la posibilidad de un colapso (el cine posapocalíptico). Más allá del cine de género, el horror cobra sentido y es explorado en su dimensión existencial, la verdad es cuestionada en cuanto dogma y aparece un sujeto inseguro, acechado por la duda y la ambivalencia.

Es a menudo un cine de ruptura que habla no solo de crisis económica y social sino también y sobre todo de crisis existencial, que afecta a la construcción de la identidad, a la figura del héroe, a las identidades de género, a los roles sociales y a la relación con el poder. 

Esta evolución evidencia una crisis de valores que traduce bien el cine actual, con su afán exploratorio, su juego con los límites (límites de lo establecido y límites en las actuaciones). El componente imaginario es obvio: el cine no es una reproducción literal de lo social sino una proyección imaginaria y nos informa sobre la relación del sujeto con los valores que determinan los comportamientos colectivos y sobre cómo responde el sujeto a los miedos sociales. 


El cine posmoderno

Hace unos años analicé el cine posmoderno como un cine del cuestionamiento y de la ruptura, de corte exploratorio, que se sitúa al margen de lo mainstream —aunque a veces pueda coincidir con él, como vemos en recientes producciones norteamericanas—, más radical en la medida en que hace caso omiso del pensamiento binario para hurgar en la complejidad humana, en la ambivalencia del sujeto actual. Es un cine que huye a menudo de todo planteamiento axiológico (más allá del bien y del mal, más allá del tabú), que describe, observa, diseca, más que explica u opina, y se explaya en la mirada, hipervisibiliza objetos y sujetos, los pone al desnudo, se desenvuelve en la vivencia bruta más que en la exposición lógica.

Este es un cine profundamente existencial, muy anclado en la cotidianidad, un cine de situaciones, de estados anímicos, de dudas más que de resoluciones, de impasses más que de finales felices, un cine que reflexiona sobre la condición humana desde el fluir de la vida, desde la individualidad y las interioridades. Pero es un existencialismo muy de hoy, del después de, después de las “treinta gloriosas”, después de las afirmaciones rotundas, de los grandes discursos ideológicos, de la fe ciega en la historia, en el progreso lineal, en la inteligencia del poder y en la fuerza de las masas, después de las ideas puras, las identidades seguras y los cuerpos perfectos. 

No es un cine especialmente divertido, de personajes radiantes, soluciones hechas y finales felices, sino un cine de interrogación —en particular identitaria—, de exploración vivencial, de puesta a prueba de los límites, no solo identitarios sino también físicos. Más que en la consecución de unos fines, es un cine volcado en la deriva, el apartarse de los caminos trazados, a veces hasta perderse (aunque sea para reencontrarse con el otro o con su propia alteridad). La idea misma de finalidad —lo que da sentido, estructura el hacer— parece haberse diluido para dejar paso a un navegar sin rumbo ni fin entre posibilidades, rompiendo con el origen, huyendo a veces, despareciendo incluso. En la deriva la idea de linealidad también se diluye, cede ante recorridos (existenciales, narrativos) accidentados, a menudo caóticos, que parecen responder a la llamada del momento, a la urgencia del deseo, o simplemente la curiosidad por lo desconocido, la fascinación por el diferente, la atracción por la alteridad o lo deforme y hasta lo monstruoso, a través de lo que llamé viajes a los extremos. 


Exploración de los límites

Sería un error de enfoque y de juicio considerar esto último como algo enfermizo o fuente de placer perverso. La deriva no responde a una voluntad de perderse sino de explorar otros caminos, incluso el “desaparecer de sí” (David Le Breton) no es suicida, sino que obedece a una manera de ausentarse del mundo, de poner distancias, y la fascinación por el mal, la atracción que ejerce lo monstruoso son formas nuevas de intentar entender antes que rechazar, de acercarse al abismo, de tocar los límites de lo aceptable, para tomar conciencia de sus propios límites.

Límite, como escribía Eugenio Trías, tiene dos sentidos:

“Límite (1) significa algo que nos restringe, o que tiene carácter limitante. Tal restricción puede ponerse de manifiesto a través de una forma de prohibición o tabú. (…) En este sentido el límite determina y circunscribe, envolviendo, y limitando en este sentido (negativo y restrictivo) una cerca (cercado, cerco o coto) que subsiste, en virtud de esa operación ‘limítrofe’, definida y determinada.

Pero límite (2) significa también algo que, en cierto modo, nos incita y excita en nuestra capacidad de superación, o que pone a prueba nuestro poder y potencia, o que traza una suerte de horizonte (término en el cual se inscribe la palabra horos, palabra griega de ‘límite’) en referencia al cual podemos exponer (y experimentar, por tanto) nuestra libertad, o el libre uso de nuestra capacidad de elegir”.

Esta definición corresponde a lo que he llamado la experiencia de los límites (2), la puesta a prueba de la identidad y la reivindicación del libre-albedrío y se juega en la tensión (como principio vital) y la puesta a prueba (como experiencia existencial). El sujeto vive en la experimentación (pragmática e identitaria) más que en la realización, y eso puede desembocar a veces en una experimentación negativa más que en una fuente de satisfacción.

2. No voy a volver sobre este tema porque lo desarrollé ampliamente en la conclusión de mi anterior libro: Crisis de valores en el cine posmoderno (Más allá de los límites), pp.499-530.

De ahí surge el vértigo que se apodera del sujeto, la dificultad para situarse: el vivir y convivir en (y con) los límites, el no saber ubicarse entre valores que ya no son tan operativos, siendo el máximo vértigo el cara a cara con el horror o la monstruosidad en todas sus facetas… 

En el corpus seleccionado, constituido en su gran mayoría por directores reconocidos, cuya obra había analizado con anterioridad, destacan varios macrotemas: el trauma es uno de ellos, pero al cine actual le interesa menos el origen del mismo que la descripción del mal-estar que ocasiona, las huellas que deja en la mente y el cuerpo del sujeto, cómo esto orienta —y desorienta— el recorrido existencial, cómo obliga a replantearse la identidad, a explorar vías nuevas. 

Estamos lejos del cine hitchcockiano que acude al inconsciente para buscar una lógica en la acción del individuo, una explicación racional de conductas angustiosas procedentes del inconsciente. Muchas producciones actuales prescinden de este remontar en la historia del individuo y se sitúan deliberadamente en las consecuencias del trauma, en un después del trauma. Lo que parece interesar es más la vivencia subjetiva que la explicación objetiva, el ahora más que el antes. Este fenómeno no es ajeno a la pérdida de referencias en el mundo actual, a la relación cada vez más distanciada con el pasado, hasta a veces la pérdida de la memoria histórica, no solo la de los hechos sino también la de la historia del propio individuo. Es característico de una época de transición y de crisis donde se cuestionan las sistemas ideológicos heredados de la Modernidad sin que se hayan elaborado nuevos sistemas de valores, seguramente porque ya no son operativos los grandes relatos sobre el mundo, porque vivimos en el tiempo del después de, después de la fe en el progreso, en la linealidad de la Historia, después de la orgía como decía Baudrillard y recientemente después del Covid y puede que esto haya influido en la recurrencia de películas sobre el trauma. 


Después de la orgía, ¿qué?

En su ensayo La transparencia del mal (3), el pensador francés escribe:

“Si fuera preciso caracterizar el estado actual de las cosas, diría que se trata del posterior a la orgía. La orgía es todo el momento explosivo de la modernidad, el de la liberación en todos los campos. Liberación política, liberación sexual, liberación de las fuerzas productivas, liberación de las fuerzas destructivas, liberación de la mujer, del niño, de las pulsiones inconscientes, liberación del arte. Asunción de todos los modelos de representación, de todos los modelos de antirrepresentación. Ha habido una orgía total, de lo real, de lo racional, de lo sexual, de la crítica y de la anticrítica, del crecimiento y de la crisis de crecimiento. Hemos recorrido todos los caminos de la producción y de la superproducción virtual de objetos, de signos, de mensajes, de ideologías, de placeres. Hoy todo está liberado, las cartas están echadas y nos reencontramos colectivamente ante la pregunta crucial: ¿QUÉ HACER DESPUÉS DE LA ORGÍA?”

3. Jean Baudrillard: La transparencia del mal. Ensayo sobre los fenómenos extremos, Barcelona: Anagrama, 1990.

Y Baudrillard responde así a su pregunta: “Ya solo podemos simular la orgía y la liberación, fingir que seguimos acelerando en el mismo sentido, pero en realidad aceleramos en el vacío, porque todas las finalidades quedan ya detrás de nosotros”. Porque hoy vivimos en un mundo post-orgiástico, en una era de banalidad, confusión y simulaciones, con una pérdida total de referentes (históricos, morales y existenciales) y un corte con la historia. 

Pero después de la orgía, viene la vuelta a la normalidad, una normalidad perturbada cuando no cuestionada, y con ella vuelve lo prohibido, lo postraumático. Entonces es cuando hay que enfrentarse con la realidad, la realidad de uno y la realidad del otro, redefinir los contornos, fijar los límites de la identidad, replantearse el universo de valores. Y esto es lo que genera una exploración de los límites y, en más de una ocasión, un traspasarlos y caer en conductas extremas. 

Lo vamos a ver en este libro a través de siete grandes temas que se entrecruzan, dialogan entre sí y configuran una instantánea de los imaginarios actuales.

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