Botonera

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3.4.24

II. "EN TRÁNSITO. FORMAS DE ESTAR EN EL MUNDO", Revista Shangrila nº 45, Valencia: Shangrila, 2024.



Apertura
EL CIELO PROTECTOR
[Fragmento inicial]

Aftersun (Charlotte Wels, 2022)


A veces miro el cielo y si puedo ver el sol pienso que ambos
podemos ver el sol y pienso en que aunque no estemos
en el mismo lugar y no estemos realmente juntos en cierto
modo lo estamos, porque ambos estamos bajo el mismo cielo. 

Sophie a Calum, en Aftersun


Están en tránsito. Marco Polo y Napoleón, todos los que se suben al metro, el anillo al dedo, la media al pie, el lápiz al papel, el óleo al lienzo. El buzo y el astronauta, Jasón y los argonautas, Ulises y Gulliver, Sandokán y los piratas de Stevenson. Todos los que abrieron el paraguas, los nadadores y los alpinistas, los ciclistas y los estibadores, los marineros y los conductores de tren. El revólver a la sien, el agua a la bañera, la manzana que cae del árbol. Van de un punto a otro, establecido. Como Sophie, que vive en Edimburgo con su mamá, y su papá Calum, que vive en Londres, y pasan unas vacaciones juntos, una semana a fines de los ‘90 en un hotel decadente destinado al turismo masivo en la costa de Turquía, en Aftersun.

Hay una manera física de estar en tránsito: moverse de un destino a otro en un mapa, de un lugar a otro en el espacio. Desplazarse en un territorio con un punto de arribo. Se está en tránsito a alguna parte, que por lo general está identificada. En los carteles de los aeropuertos, en las guías de viaje, en los rituales y los usos y costumbres. También se puede estar en tránsito entre edades: de la antigüedad a la Edad Media y de la Edad Media a la Edad Moderna; o de la infancia a la adolescencia, como Sophie, que tiene once años y espía conversaciones sobre sexo desde la cerradura de un baño, mira roces entre cuerpos que la superan en edad bajo la superficie del agua de la piscina o besa en la boca por primera vez; o de la adultez hacia un lugar oscuro, como Calum, que cumple treinta y un años sorprendido de haber llegado a esa edad, y que jamás se ha imaginado a los cuarenta. 

Calum y Sophie se ven poco pero mantienen un vínculo amoroso regido por la complicidad. Juegan al ajedrez, comparten partidos de pool y waterpolo, Calum estimula el gusto de Sophie por la lectura, hacen excursiones en las que se asoman al pasado, charlan frente al mar y, a veces, sencillamente, están frente al mar en silencio. Son dichosos, porque si no hubiera habido dicha, ahora no habría duelo. Sophie le pregunta hacia el final del viaje si no podrían extenderlo indefinidamente, hospedándose en distintos hoteles. Sin embargo, ese vínculo paterno-filial también está regido por el misterio. Hay una parte de Calum que Sophie no vio a sus once años en esas vacaciones compartidas, que registraron para recordar, y que una Sophie ahora adulta intenta descifrar con lo que ella misma denominó, de niña, su “cámara mental”, y los videos en ocho milímetros tomados con una filmadora Panasonic que funcionan como prótesis de la memoria, sitio arqueológico emocional y evidencia de que realmente estuvieron allí, de que ese viaje existió y reían y estaban juntos. Videos caseros que tanto recuerdan la fotografía de Duane Michals en la que Michals escribió: “Esta fotografía es mi prueba. Existió aquella tarde, cuando las cosas aún iban bien entre nosotros, y ella me abrazaba, y éramos tan felices. Ocurrió realmente. ¡Mira, ve por ti mismo!”.


Duane Michals, This photograph is my proof, 1974


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