Apertura [fragmento inicial]
OH, KATHARINE
Katharine Hepburn como la aviadora Cynthia Darrington
Christopher Strong (Hacia las alturas, Dorothy Arzner, 1933)
Quién pudiera, quién supiera salirse de aquí. Deshabitar, despoblar, desamparar todas las banderas. Con tu máscara antigua de aviador, tus pantalones de muñeca decidida, tu determinación de suma sacerdotisa en las alturas. Quién tuviera el coraje, o incluso la desesperación, en lugar de este cansancio, esta necesidad de dormir para no ver, para disolverse y no sentir. Ser astronauta o buzo, eremita, anacoreta, explorador en el casquete polar o monje de clausura, mago tragado por su propio truco, Thoreau en el bosque, hombre sin cualidades ni atributos perpetuamente fuera del radar, ayunador en el circo o escribiente que siempre dice “no”, soldado que corre sin mirar hacia atrás, se orina encima y corre dispuesto a cruzar la frontera, con el terror del tiro por la espalda. Desvanecerse en la orilla del mar, ser un mandala trazado en la arena. Llévame contigo, oh, Katharine, antes de mi conversión definitiva, de la naturalización de mi mansedumbre, de mi resignación tan bienvenida, tan consciente y desolada.
Quién pudiera esconderse en la cabina de tu avión, ovillarse a tus pies, sentir que le acaricias la cabeza, como a un perro enfermo o malherido. Los días pasan y ya no sé qué hacer, soy cómplice de todo porque no me voy, si me voy me acusarán de cobardía o de abandono. Tendré que pedir perdón. Salirse como un especialista, un maratonista que no se marea ni siente el sabor a sangre en la boca. Que salirse sea el plan y después quién sabe, que irse sea lo único que importa. Miro tu fotograma y no sé qué hubo antes o hay detrás, solo tengo un manojo de recuerdos, no sé qué habrá adelante o después, apenas sostengo una esperanza. Llévame, oh, Katharine, al lugar donde uno se rehúsa, se retiran las colaboraciones, se cuelga la condición civil en el ropero, se queman las actas de bautismo sin pronunciar una palabra. No se habla mientras se deserta, no se deserta de a dos, uno está solo en medio del viento.
Desertar para cerrar la boca, estirar las piernas, apagar el sistema nervioso. Incumplir con todos los deberes, ralentizarse y analfabetizarse, olvidar de a poco lo aprendido. Oh, Katharine, llévame a una isla sin mapas ni regreso. No busco otro tesoro que la serenidad. Quitarme la marca de mi nombre y apellido, no tener posteridad, jugar a la pelota, que la pelota tarde siglos en tocar el suelo. No tener que trabajar para ser digno, no hacer reverencias ni genuflexiones, moverse con muy poco, cada vez más liviano de uno mismo. Volar mi puente sobre el río Kwai, alcanzar el desierto, no asistir a las coronaciones, ser sordo a la deliberación parlamentaria. Pegarme un tiro, tomarme el veneno para ratas, abrir el gas y meter la cabeza en el horno, negarme a entrar en el hospital, hacerlo rápido, bien y no fallar.
[...]
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