Botonera

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27.10.23

XI. "CRIMEN, HUELLA Y REPRESENTACIÓN. ESPACIOS DE VIOLENCIA EN EL IMAGINARIO CULTURAL", Anacleto Ferrer Mas y Jaume Peris Planes (coords.), Valencia: Shangrila, 2023


RUINAS Y FRAGMENTOS DE VILLA GRIMALDI: LA SEGUNDA VIDA DE LOS RESTOS (144)

[Fragmento inicial]

Jaume Peris Blanes

(Universitat de València)




Figura 1. Villa Grimaldi antes de 1973. Archivo Documental
de la Corporación Parque por la Paz Villa Grimaldi.


Figura 4. Muro de los mosaicos en Parque por la Paz Villa Grimaldi.
Archivo Documental de la Corporación Parque por la Paz Villa Grimaldi.


Villa Grimaldi fue, bajo el nombre de Cuartel Terranova, uno de los centros neurálgicos de la represión de la dictadura militar chilena. Centro clandestino de detención y tortura de singular intensidad, tras la dictadura fue el objeto de un extraordinario proceso de recuperación por parte de las víctimas y asociaciones vinculadas a la defensa de los Derechos Humanos, que acabarían convirtiéndolo en un espacio emblemático de la memoria de la represión, denominado Parque por la Paz Villa Grimaldi e inaugurado en 1997. Ese proceso de recuperación y de resignificación radical de un espacio que fue de violencia y horror tuvo que resolver, entre otros muchos, un problema crucial: al final de la dictadura el edificio que sirvió como centro de tortura había sido demolido y, en el tiempo de la redemocratización, solo quedaban de él ruinas, escombros y un extenso espacio tomado por la maleza.

144. Esta investigación utilizó como fuente de información el Archivo Documental de la Corporación Parque por la Paz Villa Grimaldi. Todos los resultados del estudio son de responsabilidad del autor y en nada comprometen a dicha Institución. Esta contribución se enmarca en los proyectos de investigación HAR2017-83519-P («Representaciones Contemporáneas del Perpetrador de Violencias de Masas: Conceptos, Relatos e Imágenes») y «De espacios de perpetración a lugares de memoria. Formas de representación» (PROMETEO/2020/059). Una parte de la investigación se realizó durante dos estancias de investigación en Santiago de Chile en 2019 y 2022: agradezco especialmente a Omar Sagredo por su generosa asistencia en la consulta de archivos de Villa Grimaldi y a José Santos Herceg y Carolina Pizarro por su invitación a participar en los seminarios del IDEA.

En este trabajo abordaré el estatuto de esas ruinas y de otros restos de la actividad represiva, interrogando su potencial para construir nuevos marcos de sentido y una nueva relación con el pasado violento en tiempos de postdictadura. En un primer lugar me detendré en la novela de Germán Marín El palacio de la risa (1995), que representa explícitamente el encuentro con las ruinas de Villa Grimaldi y articula una reflexión de calado en torno a ellas. En segundo lugar, analizaré el modo en que el Parque por la Paz ha ido incluyendo elementos que formaban parte de ese conjunto de escombros, restos materiales y fragmentos arquitectónicos que sobrevivieron a la demolición, lo que ha otorgado una segunda vida social a las ruinas del espacio de violencia. En tercer lugar, analizaré la propuesta del Monumento Rieles de Bahía Quintero, integrada desde 2007 en el conjunto del Parque por la Paz, que si bien no incorpora elementos materiales de Villa Grimaldi, sí da un nuevo uso a los restos de una herramienta de violencia: los raíles de tren utilizados para hacer desaparecer los cuerpos de los detenidos que eran arrojados al mar. A partir de ese conjunto de textos, prácticas y monumentos, trataré de interrogar el lugar de la ruina, del resto y el escombro en la imaginación contemporánea en torno a la represión política y el terrorismo de estado en Chile.


1. El lugar del crimen

En diciembre de 1993, tres meses después de volver a Santiago de Chile tras un largo exilio de 18 años, el escritor Germán Marín se acerca al terreno de lo que fue Villa Grimaldi, una vieja casa señorial que durante la dictadura de Pinochet funcionó como centro de detención ilegal y de tortura, llegando a convertirse con el paso de los años en un espacio emblemático de la represión dictatorial. Al llegar al lugar ubicado en la comuna de Peñalolén que había conocido ampliamente décadas atrás, se encuentra con un espacio urbano transformado, que le cuesta reconocer y en el que apenas halla signos de lo que fue antes de la dictadura: «aunque al principio no reconocí nada de sus alrededores, algo remoto, pero a la vez familiar, me señaló que era el lugar» (1995, 98). El relato de esa visita, titulado El palacio de la risa (1995) incidirá en el eje que abre esa afirmación: una experiencia simultánea de familiaridad y de extrañamiento que, en cierto sentido, coincide con la definición clásica que Freud diera de lo siniestro. 

Pero no se trata aquí únicamente de la re-emergencia de fragmentos reprimidos de la experiencia individual del narrador, sino de una dinámica que, con Susanne Knittel, podríamos denominar de «siniestro histórico» (2014): «la intrusión vertiginosa del pasado en el presente, la repentina toma de conciencia de que lo familiar se ha vuelto extraño» (2014, 9). De acuerdo a ese planteamiento, la historia deviene siniestra cuando inesperadamente se extiende al presente y obliga a reevaluar la propia posición subjetiva en relación con un pasado colectivo. ¿Cómo leer el presente de la primera transición en Chile, poco tiempo después de finalizada la dictadura, desde los restos del que fue su más emblemático espacio de tortura? Ese va a ser el propósito fundamental de la novela de Germán Marín, al menos en su primera parte, y quizás por ello se abre con una explícita cita del Edipo Rey de Sófocles: «Y ¿dónde se encuentran? ¿Dónde se hallarán las difíciles huellas de un antiguo crimen?» (1995, 95). 

El crimen al que alude con esa cita está marcado a fuego en la memoria colectiva chilena: Villa Grimaldi fue durante los primeros años de la dictadura, entre 1974 y 1978, una de las bases centrales de la DINA (Salazar et alli.), principal organismo represivo del régimen militar, y en tanto tal se convirtió en un terrible centro de detención y tortura, bajo el nombre de Cuartel Terranova. Ubicada en la avenida José Arrieta de la comuna de Peñalolén, en la zona este de Santiago, fue ocupada por los militares tras el golpe militar y unos meses después comenzó a servir de base a la Brigada de Inteligencia Metropolitana (BIM). Como Cuartel Terranova, Villa Grimaldi, fue el centro de un tipo de represión específica, propia del periodo de hegemonía de la DINA entre los aparatos represivos de la dictadura. Frente a la primera oleada de violencia desatada tras el golpe, caracterizada por detenciones masivas y por el internamiento en grandes recintos –Estadio Nacional, Tejas Verdes, Dawson o Chacabuco–, una segunda fase de la violencia comenzó en 1974 con la creación de la Dirección de Inteligencia Nacional (DINA). En esta fase se utilizaron recintos más pequeños y ocultos de la visión pública como casas, clínicas o cuarteles y se caracterizó por un funcionamiento secreto, que escapaba no solo del conocimiento público sino también del control efectivo de la legalidad. La DINA fue un verdadero «organismo de excepción» que no atendía a limitaciones legales (Salazar 2011).

Desde esa ambigua posición de clandestinidad estatal la DINA combatió las militancias que trataban de reorganizarse, de forma precaria, en los primeros años de la dictadura: militantes del Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR), el Partido Socialista Chileno (PSCh) y el Partido Comunista Chileno (PCCh) sufrieron allí una política de choque que implicó el exterminio y la desaparición selectiva de sus cuadros dirigentes. Aproximadamente 4500 personas pasaron por las dependencias del Cuartel Terranova, de las cuales 241 fueron ejecutados políticos o desaparecidos. La gran mayoría de detenidos fueron, además, sistemáticamente torturados: si Villa Grimaldi se ha convertido en un lugar emblemático que metonimiza la violencia de la dictadura, es porque en su interior se desarrollaron formas de tortura extrema de muy diverso tipo, a las que aluden recurrentemente los testimonios de supervivientes: la «parrilla», aplicación de descargas de electricidad en el cuerpo desnudo sobre un catre metálico; el «colgamiento» de una barra por las muñecas o las rodillas, combinado con descargas eléctricas; el «submarino húmedo» o hundimiento de la cabeza en agua sucia hasta estados próximos a la asfixia; el «submarino seco», que producía el mismo estado de semi-asfixia metiendo la cabeza en una bolsa de plástico; y en el caso de las mujeres una amplia gama de violencia sexual y violaciones, llegando incluso a utilizar perros amaestrados para violar a las detenidas. (145)

145. Entre los testimonios de supervivientes que detallan algunas de estas formas de tortura destaca sin duda el de Nubia Becker, Una mujer en Villa Grimaldi

Esas formas variadas de violencia se enmarcaban, sin embargo, en una planificación organizada y pensada de la represión, cuya aparente desmesura desempeñaba una función clara de amedrentamiento social y dispersión del terror. Pilar Calveiro, en su estudio ya clásico sobre los campos de concentración en Argentina, señaló la relación directa, casi de isomorfismo, entre las formas específicas de la represión y el poder que las utiliza (1998). Podemos entender, pues, que Villa Grimaldi fue la expresión molecular de un funcionamiento global del poder y su forma de penetración en el tejido social.

Si el régimen militar quería gobernar sobre una población dócil y amedrentada por el miedo, Villa Grimaldi funcionó, por una parte, como un espacio de exterminio y desaparición de una parte de la militancia, portadora de proyectos de transformación social, pero por otra como un espacio concentrado de producción de docilidad: sujetos rebeldes, contestatarios e identificados con proyectos colectivos de transformación debían ser reducidos a individuos aislados de sus grupos, abocados a la lucha por la supervivencia y a la aceptación a un poder con respecto al cual solo pudieran ubicarse en términos de subordinación. Dicho de otro modo: Villa Grimaldi constituyó un espacio de experimentación, concentración e intensificación hasta el límite de algunas de las lógicas que caracterizaron al funcionamiento del poder estatal durante los primeros años de la dictadura. El quiebre de la subjetividad que tenía como objetivo la tortura, el aislamiento de los detenidos, el intento de acabar con sus resistencias… formaba parte del quiebre masivo que el poder militar trató de producir en las identidades políticas y sociales que habían hecho posible la llegada al poder de la Unidad Popular y suponía el núcleo del shock social con el que la dictadura golpeó a la sociedad chilena para poder transformarla por completo. (146)

146. Naomi Klein argumenta convincentemente que la dictadura chilena constituyó un laboratorio de experimentación del uso de la violencia de Estado como shock social que permitiera llevar a cabo una profunda transformación social y económica en dirección a lo que hoy conocemos como neoliberalismo (2007).  


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