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20.10.23

V. "CRIMEN, HUELLA Y REPRESENTACIÓN. ESPACIOS DE VIOLENCIA EN EL IMAGINARIO CULTURAL", Anacleto Ferrer Mas y Jaume Peris Planes (coords.), Valencia: Shangrila, 2023


JORGE SEMPRÚN EN BUCHENWALD-WEIMAR, TERRITORIO EMBLEMÁTICO DE MÚLTIPLES SIGNIFICADOS

[Fragmento inicial]

Joan B. Llinares

(Universitat de València)


Figura 1. La puerta del campo era la frontera entre el sector SS
y el sector de los prisioneros. Fotografía: Vicente Sánchez-Biosca.


1. El estudio de los espacios en que se perpetraron crímenes

Para precisar determinadas cuestiones en los cinco libros que Jorge Semprún dedicó a narrar y rememorar su estancia como deportado en el campo de concentración de Buchenwald, donde estuvo prisionero de enero de 1944 a abril de 1945, a saber, Le Grand Voyage (El largo viaje), publicado en 1963, l’Évanouissement (El desvanecimiento), en 1967, Quel beau dimanche! (Aquel domingo), en 1980, L’Écriture ou la vie (La escritura o la vida), en 1994, y Le Mort qu’il faut (Viviré con su nombre, morirá con el mío), en 2001, así como en los diversos artículos que redactó en torno a esa deportación, textos recogidos en el volumen Le fer rouge de la mémoire, (41) conviene tener en cuenta algunos rasgos personales de su autor, porque intensificaban o, por el contrario, delimitaban sus vivencias y la posterior recreación escrita de lo allí experienciado. Esto es lo que sucede, por ejemplo, en el caso de las músicas que se interpretaban y se escuchaban en ese ámbito, o en las discusiones filosóficas sobre la muerte, el mal radical y la libertad en las que ya entonces participó. (42) Si abordamos ahora el tema de la geografía, es decir, de los lugares en que se perpetraron crímenes contra la humanidad y en los que se construyeron memoriales en recuerdo de las víctimas, podemos afirmar que estamos ante una cuestión pertinente, según lo que Semprún confiesa en esta indirecta referencia autobiográfica:

Él siempre ha tenido un sentido muy preciso del espacio, y de los lugares en el espacio. Toda ciudad que hubiera atravesado, aunque solo fuera una vez, le brindaba de inmediato los puntos de referencia –una estatua, una plaza, la masa de los árboles de un parque entrevisto, una señal luminosa– que le permitirían, incluso años más tarde, reencontrar los grandes ejes de movimiento, de exploración, en esa ciudad desconocida (FM, 264). (43)

41. Semprún, Jorge (2012). París: Gallimard, 1184 pp., gran volumen que nos servirá de texto base. Lo citaremos como FM.

42. Cf. mis artículos «La música en los campos de concentración nazis según el testimonio de Jorge Semprún», en Enrique Téllez (ed. y coord.), (2021). Música y represión política. De la Alemania nazi a la España franquista. Valencia: EdictOràlia Música, pp.51-78, y «Notas de filosofía y antropología filosófica en las memorias de Buchenwald de Jorge Semprún», en Joan B. Llinares (ed.), (2019). Antropología filosófica y literatura. Valencia: Pre-Textos, pp.245-286.

43. Traducción nuestra. Este texto pertenece a El desvanecimiento.

¿Estamos también ante tan acusada sensibilidad espacial en el caso de Buchenwald-Weimar? Sin la menor duda, y de una manera muy concreta y selectiva, persistente a lo largo de muchas décadas, como iremos viendo. Ahora bien, a este escritor no le gustaba ni seguir el orden cronológico de los acontecimientos que narra, ni exponer el mapa general de los lugares en que sucedieron. Su técnica literaria es diferente, mucho más fragmentaria y sorprendente, llena de saltos y asociaciones imprevistas. No obstante, para que el lector de dichas memorias sepa en qué territorio tuvo que subsistir, Semprún reconstruye de forma excepcional los hitos básicos de la historia y de las instalaciones de ese espacio inolvidable. Lo mostramos a continuación.


2. La ciudad de Weimar y el campo de concentración de Buchenwald

El bosque de hayas de la colina del Ettersberg que da su nombre al lugar, Buchenwald, dista pocos kilómetros de Weimar.

Y eso que la ciudad de Weimar no había tenido mala fama hasta aquellos últimos años. Fundada en el siglo IX, […] perteneció hasta 1140 a los condes de Orlamünde. En 1345, la ciudad pasó a ser feudo de los landgraves de Turingia, y un siglo más tarde, concretamente en 1485, la heredó la rama primogénita de la casa sajona de Wettin. Después de 1572, Weimar se convirtió en la residencia permanente de aquella estirpe ducal. Durante el reinado de Carlos Augusto y sus sucesores, la ciudad fue un centro liberal de las artes y de las ciencias.

Sobre este aspecto de la vida de la ciudad se hace especial hincapié […] en un libro de documentos sobre el campo de concentración del Ettersberg.

«Weimar», puede leerse allí, «era conocida hasta entonces en el mundo como la ciudad donde Lucas Cranach el Viejo, Johann Sebastian Bach, Christoph Martin Wieland, Gottfried Herder, Friedrich von Schiller, Johann Wolfgang von Goethe y Franz Liszt vivieron y crearon obras inmortales... Goethe se paseaba por aquella colina, entre aquellas hayas. Allí fue concebido el Wanderers Nachtlied. Al igual que Goethe, toda la sociedad intelectual de Weimar gustaba de acudir al Ettersberg, a fin de disfrutar allí del descanso y del aire libre».

Tal bucólica visión de la vida en Weimar la confirma el mismo Goethe. En sus Conversaciones con Eckermann, con fecha del 26 de septiembre de 1827, puede leerse el encantador relato de un paseo por el Ettersberg (FM, 379). (44)

A continuación, Semprún transcribe ese pasaje del citado libro:

Con todo, pese al refinamiento de aquellos recuerdos patricios, Weimar no es, cuando llega allí Goethe, más que un pueblo de cinco mil a seis mil almas. El ganado pisotea las calles enfangadas. No hay carreteras en el país, solo caminos de mala muerte […].

Cinco años más tarde, en 1779, nombrado por el duque Carlos Augusto consejero áulico y ministro de la Guerra y de Obras Públicas, Goethe se esforzará en poner remedio a tal estado de cosas. Pero no parece que los progresos fueran particularmente rápidos. En cualquier caso, Stendhal, que atraviesa la región para trasladarse a Rusia junto al emperador, se queja aún, en una carta a su hermana Pauline fechada el 27 de julio de 1812, de la «lentitud alemana» que retrasa su viaje a caballo por las carreteras de Turingia. […].

Comoquiera que sea, […] la ciudad de Weimar no gozaba de mala reputación. En 1919, tras la caída de los Hohenzollern, se reúne incluso en esa ciudad la asamblea nacional que fundó, precisamente, la República de Weimar (FM, 380).

44. Citamos siguiendo la traducción castellana de Javier Albiñana de Aquel domingo (1986), Barcelona: Seix-Barral. 

Junto a esa ciudad de tan significativa historia, que de inmediato remite a Goethe y a la democracia en Alemania, se construyó un campo de concentración. He aquí cómo surgió ese proyecto y cómo por fin se consiguió ponerle un nombre consensuado a ese nuevo Lager: 

Suele resultar difícil […] el fechar de forma precisa el comienzo real de una historia, […] sin embargo, en el caso presente, la fecha del 3 de junio de 1936 parece decisiva.

Aquel día, en efecto, en Berlín, en su despacho de la Wilhelmstrasse, el inspector general de los campos de concentración y jefe de los destacamentos de las SS Totenkopf, Theodor Eicke, firmaba con la simple inicial mayúscula de su apellido, E, una comunicación oficial que portaba el sello de SECRETO, cuyas consecuencias […] serán determinantes. […].

El Reichsführer SS Himmler, escribe Theodor Eicke, ha dado su consentimiento para el traslado del campo de concentración de Lichtenburg (Prusia) a Turingia. Se trata, pues, de encontrar en este último estado un terreno adecuado para la edificación de un campo calculado para tres mil detenidos, en torno al cual se construirán los cuarteles de la Segunda División SS Totenkopf. El coste de la operación se estima en un millón doscientos mil marcos.

Esta comunicación confidencial del 3 de junio de 1936 va dirigida a Fritz Sauckel, quien, como se sabe, fue durante mucho tiempo Gauleiter de Turingia y que, en 1942, pasó a ser jefe del Servicio del Trabajo para el Reich y el conjunto de los territorios ocupados, función que le llevó a organizar el traslado a Alemania, por distintos conceptos, de varios millones de trabajadores, responsabilidad por la cual sería juzgado en 1946 por el tribunal de Nuremberg, condenado a muerte y ejecutado.

Por su parte, el firmante de la carta, Theodor Eicke, solo era Brigadeführer dos años antes. Fue él quien penetró en la celda 474 de la cárcel de Stadelheim donde estaba encerrado Ernst Röhm, el jefe de las SA, […] el jefe de los nazis plebeyos, muerto por Theodor Eicke, por orden personal de Hitler, quien quería granjearse definitivamente las simpatías de los señores de las altas finanzas y del Alto Estado Mayor (FM, 380-381).

La carta de Theodor Eicke a Fritz Sauckel inaugura una correspondencia administrativa demasiado copiosa para ser mencionada aquí en detalle.

Una cosa es evidente: el asunto del traslado del campo de Lichtenburg a Turingia se va demorando.

Por fin, el 5 de mayo de 1937 (habrá transcurrido casi un año y los plazos del plan inicial no habrán sido respetados), una nota firmada por Gommlich, consejero en el ministerio del Interior de Turingia, nos da a conocer que la elección de la colina del Etter, el Ettersberg, en las cercanías de Weimar, ha sido aprobada por Eicke. A raíz de lo cual, el 16 de julio de 1937, el primer grupo de trescientos detenidos será desplazado allí, con vistas a empezar la tala necesaria para la construcción de las barracas y de los cuarteles, bajo el mando del SS-Obersturmbannführer Koch […].

La primera denominación oficial del nuevo campo, K. L. Ettersberg, aún había de provocar, no obstante, algún que otro revuelo. En una carta a Himmler, fechada el 24 de julio de 1937, Theodor Eicke señalaba en efecto que la Asociación Cultural Nacional-socialista de Weimar protestaba de tal denominación, «porque el nombre del Ettersberg está ligado a la vida y a la obra de Goethe» y su asignación a un campo de reeducación (Umschulungslager) en donde se congregaría la hez de la tierra no podían sino mancillar la memoria del poeta.

Pero tampoco era posible, decía Eicke, darle al campo el nombre del pueblo más próximo, Hottelstedt, pues los SS de la guarnición sufrirían con ello un considerable perjuicio material, ya que sus primas de alojamiento debían calcularse en tal caso a tenor del coste de la vida en Hottelstedt —tal era en efecto el reglamento— siendo así que el nivel de vida digno de un SS exigía más bien que se considerasen los precios vigentes en Weimar, ciudad relativamente más cara. Proponía Eicke, por tal motivo, la denominación de K. L. Hochwald.

Cuatro días más tarde, Himmler zanjaba el asunto. El campo se llamaría K.L. Buchenwald-Weimar. Así, no se vulneraría la buena conciencia de los burgueses de la región y los militares de las SS podrían cobrar primas de alojamiento dignas de su rango social (FM, 383-384).

No todos los campos de concentración de los nazis eran similares, entre ellos había importantes diferencias y el de Buchenwald no estaba entre los más mortíferos, no era de exterminio, no tenía cámaras de gas, era un campo de reeducación por el trabajo (Umschulungslager), y disponía incluso de una biblioteca de varios miles de ejemplares:

El 2 de enero de 1941, bajo secreto (Geheim!), Reinhard Heydrich, jefe de la policía de seguridad y del SD nazis, redacta una nota sobre la clasificación de los campos de concentración: Einstufung der Konzentrationslager. La primera categoría, prevista para los casos menos graves, los detenidos susceptibles de reeducación y de mejoría (unbedingt besserungsfähige Schutzhälftlinge), comprende los campos de Dachau, Sachsenhausen y Auschwitz 1. La segunda categoría, prevista para los detenidos más peligrosos pero aún susceptibles de ser reeducados y mejorados (jedoch noch erziehungs und besserungsfähige Schutzhälftlinge), comprende los campos de Buchenwald, Flossenbürg, Neuengamme y Auschwitz 2. En cuanto a la tercera categoría, prevista para los casos más graves, los detenidos apenas recuperables o reeducables (kaum noch erziehbare Schutzhälftlinge), tan solo comprende un campo, el de Mauthausen, precisamente. Por supuesto que esta delirante racionalización, típicamente burocrática, de los delitos y de las expiaciones, no fue aplicada al pie de la letra. La puesta en marcha, por una parte, de la solución final del problema judío, con el consiguiente traslado hacia los campos de Polonia de los deportados judíos y la instalación en tales campos de medios de exterminio en masa; por otra parte, las exigencias de la industria de guerra y de una distribución consecuente de la mano de obra deportada, fueron dos factores que alteraron constantemente, en especial a partir de 1942, la aplicación de las directrices de Reinhard Heydrich (FM, 412).

Cuando redacta sus obras Semprún sabe que sobre Buchenwald se habían publicado varios libros testimoniales, como el de Eugen Kogon de 1947 L’Enfer organisé (FM, 441-443 y 1138), el de Jean Puissant, La Colline sans oisseaux. Quatorze mois à Buchenwald, o el de Marcel Conversy, Quinze mois à Buchenwald, ambos de 1945 (FM, 35-41). También sabe que los militares norteamericanos se documentaron para elaborar un informe sobre la vida en ese campo y las diferentes organizaciones que en él actuaron, basándose en declaraciones de supervivientes. Su propio testimonio, proseguido durante décadas, no destaca, como hemos dicho, ni por el orden cronológico de la narración, que no sigue secuencias lineales ininterrumpidas, ni tampoco por la minuciosa reconstrucción de una especie de mapa completo de aquel campo, él no elabora un plano general de todo el conjunto, con sus diferentes edificios, cuarteles, villas de los oficiales, almacenes, fábricas adyacentes, plaza principal, cocina, enfermería, hospital, talleres, cantina, cine, granja, zoo, burdel, oficinas, barracones para prisioneros de guerra, barracones comunes, barracones para cuarentenas y para enfermos terminales, crematorio, puerta principal de entrada, estación ferroviaria, etcétera. (45) Pero, para las diversas situaciones que nos va relatando, reconstruye los espacios esenciales de su propia experiencia vital y explicita las hondas significaciones que tales lugares encierran. Veámoslo con algunos ejemplos.

45. Puede verse un croquis general del campo en FM, 37.

En Aquel domingo nos dibuja las principales referencias biográfico-geográficas, a las que una y otra vez retornará tanto en ese libro como en textos posteriores, como si fueran una especie de estribillos musicales, o de frases melódicas estructurales, que mantienen a lo largo de las páginas el hilo de la narración a través de comentarios, divagaciones y aparentes improvisaciones, jugando con varios momentos temporales, también anteriores y posteriores a la estancia en el campo, como fragmentos de una vida marcada a fuego por tal vivencia capital, generadora de su más indiscutible identidad. Ciertamente, como dijo de él mismo en 1995, «lo que soy antes de todo, o por encima de todo, es un ex deportado de Buchenwald. Eso es lo primero, lo originario, lo más profundo, lo que más configura mi identidad». (46) He aquí algunas de esas imágenes que configuran su memoria más íntima y genuina, y a las que vuelve una y otra vez: su propia presentación como prisionero («Häftling vier-und-vierzig-tausend-neun-hundert-vier! Von der Arbeitsstatistik!», es decir, él era el preso número 44.904, y trabajaba en la secretaría del campo, un preso que lleva tal número cosido en su pecho, a la altura de su corazón, en un rectángulo blanco, junto a un triángulo de tela roja en el que está inscrita la letra S de Spanier, esto es, de español) (FM, 377);  a continuación, sobresale la presencia del llamado árbol de Goethe («Das Baum, so ein wunderschönes Baum!») (47) que se hallaba en el interior del campo, iniciando así la primera de las varias alusiones al clásico por excelencia de la literatura alemana, ciudadano de Weimar; las Conversaciones del gran escritor con Eckermann, consignadas día a día por este fiel secretario (FM, 379-380), con referencias explícitas al bosque y la colina del Ettersberg; las Nouvelles Conversations de Goethe avec Eckermann de Léon Blum (FM, 382, 570, 582-584 y 586-590), escritor y político judío que décadas después de haberlas publicado en 1901 estuvo confinado desde abril de 1943 en un villa cercana a ese campo de concentración (FM, 57-575), nuevas conversaciones que Semprún había leído en su juventud (FM, 572) y que continuó a su aire como Conversations sur l’Ettersberg o Conversations de Goethe avec Léon Blum en diversos momentos, tres al menos, de su propia obra (FM, 493-495, 569, 575-581, 583-586 y 586-591); la extraña anomalía de aquel bosque de hayas, causada por los malos olores del crematorio, a saber, la total ausencia de pájaros en la colina del Ettersberg (FM, 460), cuyos cantos redescubrirá emocionado al regresar a ese bosque décadas después (FM, 717); la inscripción que se encontraba en la verja a la entrada del campo, Jedem das seine (FM, 466-467 y 590), o las canciones de amor de Zarah Leander que solían poner los SS los días festivos (FM, 408-410), así como ciertos lugares especialmente inolvidables: la estación del tren, que era lo primero que se veía al llegar después de un viaje terrorífico; la plaza principal, en la que se efectuaban los recuentos y desde la que se salía a trabajar y a la que se regresaba al atardecer al ritmo de las músicas que tocaba la esperpéntica orquesta del campamento (Appellplatz); el almacén central de ropa y demás indumentos (Effektenkammer); la secretaría, esto es, las oficinas en las que Semprún trabajaba y en las que hacía turnos de noche (Arbeitsstatistik); el barracón 56, el de los inválidos y apestados, en el que los domingos solía conversar con su antiguo profesor de la Sorbona Maurice Halbwachs, a quien asistió en su agonía; la enfermería (Revier) y las letrinas del campo, único territorio sin vigilancia directa, en el que poder conversar y compartir una colilla de mísero tabaco,  etcétera. Al nombrar esos referentes constantes destaca, como ya indicamos, el cuidado por precisar tales espacios vertebrales de la experiencia concentracionaria que, como si fueran teselas de un mosaico, se nos van explicitando en sus significados esenciales, en sus estructuras categoriales y complementarias, digamos, no en lo que con facilidad, sin el trabajo del arte, podrían ser meras anécdotas curiosas, truculentas, tópicas y demasiado aburridas para quien las escucha fatigado, sin que le lleguen al alma.

46. Semprún, Jorge (2006). Pensar en Europa. Barcelona: Tusquets, p.174. Lo citaremos como PE.

47. FM, 377, así como en 496, 502, 506, 580, etcétera. Ese árbol quedó casi calcinado por un bombardeo aliado en agosto de 1944, cf. FM, 463. «El árbol de Goethe» es el título que dio Semprún a su discurso de 1986 sobre estalinismo y fascismo, título que en su versión castellana desaparece, cf. FM, 675-686 y PE, 23-37.

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