Prólogo
TITANE / ANNETTE
CUANDO LLEGAR AL CORAZÓN DUELE DEMASIADO
(O ES DIRECTAMENTE IMPOSIBLE)
Desirée de Fez
Hace dos años, cuando más confiados estábamos, cuando creíamos que habíamos desarrollado la habilidad de hablar de las películas casi sin pensar, a la absurda velocidad que imponen los tiempos, nos arrollaron dos obras maestras: Titane (2021) y Annette (2021). No estábamos preparados para eso. Fue tal la impresión ante dos películas tan complejas y, al mismo tiempo, con la extraña capacidad de ir directas al alma del espectador (para calmarla o agitarla), que la mayoría buscamos subterfugios para hablar o escribir sobre ellas sin mancharnos las manos. Muchos de los textos que se publicaron en su momento dan vueltas en torno a ellas, las rodean (muchas veces de forma brillante), las tantean, las observan desde la distancia con esas mismas manos temblorosas.
Tras su espléndida Crudo (Grave, 2016), la directora francesa Julia Ducournau hacía historia al ganar la Palma de Oro en Cannes con Titane. Y en vez de intentar entender por qué esa película nos había partido por la mitad nos perdimos en disquisiciones sobre sus referentes, sobre su expresión de la violencia, sobre su cuerpo temático, sobre lo que suponía su existencia para el cine fantástico contemporáneo, sobre su importancia como referente para una nueva generación de directoras. En el caso de Annette, primer largometraje de Carax en casi una década, hablamos de musical moderno, nos enzarzamos en discusiones sobre la autoría (una película de Leos Carax / una película de los Sparks), buscamos en la ficción –no sin un deje de morbo– la historia personal del director y, una vez más, intentamos reducirla a un puñado de temas. Llegó a ser catalogada, sin ningún tipo de rubor, como una película coyuntural sobre la masculinidad tóxica. Todo eso estuvo bien. O no todo, pero sí una parte. Muchos de esos análisis y reflexiones fueron pertinentes, algunos, insisto, son magníficos. Sirvieron para situar ambas obras en su contexto y envolverlas en un ruido intenso y sostenido que, como mínimo, comunicaba su importancia: no eran dos películas cualesquiera. Eran las películas que definían 2021. Sin embargo, no era suficiente.
Ir al fondo de Titane y Annette era una invitación sugerente, quizá la más sugerente que se nos ha hecho en mucho tiempo a los que pensamos las películas (y tenemos la suerte de poder compartir, no sin pudor y miedo, ese pensamiento). Pero no había ninguna garantía de salir ilesos de ese viaje. De un tiempo a esta parte, se habla muchísimo del cine experiencia. Y la mayoría de las veces se hace para aludir a películas que funcionan como una atracción de feria, como la atracción de feria más fuerte. Te subes a ellas y te dejas llevar y sacudir por sus embestidas, pero no tienes mucho más que hacer. Titane y Annette tienen los colores, incluso algunas de las formas, de una feria. La primera son los coches de choque. La segunda, el barco pirata. Pero no te puedes dejar llevar, no puedes limitarte a subirte a las atracciones. Tienes que participar, tienes que participar mucho. La experiencia depende de ti. Y participar de ambas películas es tan estimulante como doloroso.
Hay que tener mucho cuajo para detenerse —con la garantía de perderse— en las imágenes de Annette y Titane, tocadas por un misterio al que no estamos acostumbrados. En una escena de la película de Leos Carax, obra en la que se lleva lo meta a otra dimensión, esa evidencia se verbaliza. Antes de que se abra el telón para que Baby Annette haga su esperada aparición en público, el maestro de ceremonias anuncia: “Han oído hablar de ella, pero nada les ha preparado para lo que están a punto de ver. Nada les ha preparado para lo que están a punto de ver y escuchar”. Ese anuncio debería aparecer, escrito en un papel doblado en cuatro partes, en manos del espectador que se disponga a ver Annette o Titane. Sería una invitación pero también una advertencia: el espectáculo va a ser hermoso, pero ni va a ser ligero ni va a ser fácil de olvidar. Tal vez no lo olvides nunca. ¿Cómo se asumen las transparencias de Annette, con toda su carga de significado y dolor? ¿Y la forma en la que sus canciones narran las tristezas que no estamos preparados para ver? ¿Cómo se asume la mezcla de seguridad y agresividad con la que Alexia (Agathe Rousselle) modifica su rostro y su cuerpo en Titane? ¿Y la columna vertebral del bebé de Titane, de un titanio luminoso que reclama un futuro en el que todos los cuerpos merecen brillar por igual?
No todo el mundo puede hacer eso. Como no todo el mundo es capaz de enfrentarse a la manera en la que Leos Carax y Julia Ducournau representan el presente en sus películas, a cómo hablan de los cuerpos, de los cambios en las relaciones afectivas, de la violencia íntima y colectiva, de la necesidad de dinamitar los tópicos sobre maternidad y paternidad o de la esclavitud de las herencias que nunca quisimos. Tanto hacer eso como perderse en el misterio de las imágenes de ambas películas implica una entrega, una dedicación, una atención y un desgaste emocional (de esto último estoy segurísima) por el que no todo el mundo está dispuesto a pasar. Y, aun apostando por eso, no cualquiera lo consigue. Hace falta también una visión panorámica y sentida del cine (y de la vida), un amor incondicional por las imágenes y la capacidad de ver destellos donde los demás apenas vemos brumas. Shaila García Catalán e Iván Bort Gual, autores de este libro, tienen todas esas cosas. También el valor de abrazar lo complejo y el arrojo de adentrarse en las imágenes sin miedo a quedarse en ellas para siempre. Annette / Titane, un cuento de canciones y furia es un libro pensado, sentido y dudado (porque está vivo) y ese es el mejor homenaje que se le puede hacer a Annette y Titane, dos películas que nacen de la mezcla de afecto y de temor hacia un mundo que se deconstruye, se transforma y fluye.