Esta es la historia de un niño solitario y observador que inventó un teatrito en el balcón de su casa para protegerse de la crueldad o la estupidez de los adultos en una ciudad devastada por la guerra, y de cómo, ya crecido, no supo o no quiso abandonar ese refugio, más verdadero para él que la antipática realidad. De cómo, en fin, a base de tenacidad y mucho trabajo, se convirtió en un importantísimo director de teatro.
Es una historia como la mayoría: feliz y desdichada, de triunfo y de fracaso, con sus heroicidades y sus claudicaciones, deseos cumplidos y necesidades insatisfechas, especial y vulgar. De manera que, a través de la historia particular de un hombre, se traslucen muchas otras de personas poseídas, como él, por una vocación, por excéntrica que sea, y, más importante, por una visión. La historia de cómo se realizan las vocaciones y las visiones, o no. De la trascendencia o indiferencia de que existan tales personas respirando el mismo aire que el resto, quizá purificándolo un poquito al exhalarlo en sus obras.
Por lo tanto es la historia de un hombre y de su tiempo.
En el páramo cultural que fue la Valencia de los años ‘50, Morera (1934-2017) jugó un papel dinamizador equivalente a los de Joan Fuster en la sociología, Manuel Sanchis Guarner en la filología y Andreu Alfaro, Joaquín Michavila o Miguel Gil y el Grupo Parpalló en el arte. Con todos ellos compartió tertulias y proyectos. Refundó el teatro universitario con montajes comprometidos y arriesgados, política y estéticamente. Creó compañías independientes en las que se formaron futuros autores, directores y actores con espectáculos rigurosos, brillantes e innovadores.
Establecido en Madrid desde 1964, rompió moldes con su debut en la capital, Diálogos de la herejía, que desató la polémica y el rechazo del público y la crítica más conservadores. Durante la década siguiente se convirtió en un referente de la dirección escénica española.
Su trayectoria profesional se relaciona estrechamente con el devenir social y político del país, de la oposición antifranquista de los años ‘60 y ‘70 a la Transición, el 23-F y los vaivenes político-culturales de la democracia.
MIGUEL ÁNGEL MONTES BELTRÁN.
Valencia, 1958.
Escribió en Cartelera Turia, Contracampo y otras publicaciones.
Desertó del servicio militar, lo que le brindó la oportunidad de conocer por dentro una muestra representativa de las prisiones españolas, hasta ocho, en dos estancias interrumpidas por otras tantas fugas.
Perdió la inocencia de tanto mirar por el ojo de cerradura de tanta cámara de cine y vídeo, ya en la posición relativamente resguardada del operador (Cada ver es… [Ángel García del Val, 1980-81], La muerte de nadie (El enigma Heinz Ches) [Joan Dolç, 2003], La bicicleta [Sigfrid Monleón, 2005], Huella latente [José Ángel Montiel, 2006], Operación Kobra [Carles Palau, 2008], El artificio [José Enrique March, 2009], La caída [Joan Dolç, 2012], En el umbral de la consciencia [Carlos Pastor, 1991-2012] y un largo etcétera), ya en la más expuesta del director: Hibakusha (1985), Chapao: crónica de un reto (1996), Survivir (Retazos centroamericanos) (1998), …y la tierra era fértil y el aire sano (1999-2000, presentada fuera de concurso en el International Documentary Film Festival Amsterdam), El fin de la algarabía (2002, Premio Tirant lo Blanch), Escenas de la lucha de clases (2003), L’edat daurada (2004, Premio Tirant lo Blanch)…
El catálogo del II Mundial Cinema Film Fest se refiere a él como “cineasta de insólita y majestuosa trayectoria”.
Autor del libro de relatos La vida entre otras cosas (Shangrila, 2023).
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