EL GUION QUE NO FUE
Miguel Ángel Montes Beltrán
Septiembre 2016. Ángel Martínez, productor independiente (o, lo que es lo mismo, francotirador sin puntería) y viejo compinche de correrías televisivas, me dice que quiere hacer un documental sobre José María Morera, a quien conoce desde hace años, porque, más o menos literalmente, “se va a morir sin que nadie lo haga”. Descreído con razón de subvenciones y demás pesebres, él mismo asumirá los costes, y yo la autoría del guion, dirección y fotografía.
15 noviembre 2016. Viajamos a Ondara, donde reside Morera, 82 años y Parkinson devastador. Ángel le hace una entrevista de 43 minutos y 12 segundos, tiempo máximo que resiste este anciano tan frágil como la memoria del teatro en España. Yo la inmortalizo con una calidad de imagen equivalente a la de un negativo de súper-35 milímetros. Paradojas del capitalismo: ahora casi cualquiera puede acceder a una tecnología impensable para los cineastas pobres de no hace tanto tiempo, y a la vez esa accesibilidad garantiza que sigamos siendo pobres porque tira hacia abajo de presupuestos y salarios.
7 junio 2017. Segundo y último viaje a Ondara, donde ruedo lo que será el epílogo del documental, casi premonitorio: el final de Morera llegará en la mañana del lunes 28 de agosto, sentado en el mismo lado del mismo sofá desde el que me mira mientras dispongo luces y cámara, sin hablar hasta que rompe el silencio para decir: “Tú eres molt bonico”. El morir no se expresa como dicotomía, ahora estoy vivo/ahora no. Hay un periodo de transición durante el cual, aunque técnicamente sigamos viviendo, vamos ingresando de a pocos en el dominio de la muerte. Lo propio de ese tránsito es un cambio de percepción que concede al moribundo la posibilidad de atisbar realidades vedadas a los vivos-vivos. Hoy no dudo que, cuando pronunció aquel “eres molt bonico”, Morera estaba viendo y reconociendo los esfuerzos que iba hacer, y que yo aún ignoraba, por dar a conocer su legado. Por no dejarle morir del todo.
15 junio 2017 - 16 noviembre 2018. La escritura del guion, incluyendo investigación/documentación y transcripciones, es un proceso largo y laborioso, un alumbramiento encuadrado entre dos defunciones: la de su protagonista y, tres días antes de darlo por concluido, la de otro querido “compañero del metal”, que decía él, Toni Canet. En nuestra última conversación hablamos del proyecto, y me hubiese gustado tanto que lo leyera.
Fundamental para el trabajo es el acceso a los documentos de toda clase, en su mayoría inéditos, que conforman el fondo documental de Morera, conservado en el Archivo Municipal de Denia, catalogado y mimado por su responsable, Rosa Seser.
Probablemente por exceso de entusiasmo, el resultado sale demasiado largo para los cánones imperantes en el sector audiovisual: equivaldría a una trilogía de largometrajes o tres capítulos televisivos de 90 minutos, algo, me dicen, inaceptable. He de amputarlo hasta casi sacarle las entrañas para reducirlo a una duración de 105 minutos. Tanto da: el documental, aun así demasiado crecido para las posibilidades partisanas de Ángel y la bien escasa capacidad emprendedora de la producción valenciana en general (sobre todo cuando se trata de abandonar los cauces trillados), sigue siendo un proyecto que vaga –otra alma en pena del limbo audiovisual– buscando producción digna en la era del beyond low cost.
En cuanto al texto original, quedó para vestir, no santos afortunadamente, sino las páginas de este libro.
Resumiendo: lo que se leerá a continuación, si se sigue el orden propuesto, es aquel guion “imposible”, con cuantas adiciones me han parecido convenientes para una más completa restitución de los hechos y la mejor comprensión en letra inmóvil de lo que aspiró a ser imagen en movimiento. Más largo que el original, pero guion al fin, se trata de que el peso de la acción lo lleven los personajes, reales o ficticios, y se minimice la voz del narrador, entre otras razones por ser el único que no estaba allí. Datos adicionales a lo expuesto, conocidos y barajados durante la escritura del guion pero descartados por variadas razones, se han incluido en forma de cronología al final del libro.
Pero el relato de la vida y obra de José María Morera, el guion que no fue, es también, y no secundariamente, excusa y justificación, pretexto y pre-texto, para la publicación de los manuscritos de José María que integran la segunda parte de este volumen.
Morera fue escritor incontinente. Todo le valía para manchar el papel, desde un charco de lluvia hasta el sentido de la cultura. Registró minuciosamente la marcha de los ensayos de algunos de sus montajes, atendiendo no solamente al exterior, el trabajo más bien mecánico de engarzar las piezas que cohabitan o colisionan en toda creación colectiva, sino también, y sobre todo, al interior, el suyo propio y el de sus actores y colaboradores. No ignoramos las consecuencias de tales introspecciones, al menos no desde que Godard se lo hizo decir a un personaje de Vivir su vida: cuando se quita el exterior, se ve el interior; y si se quita el interior, entonces se ve el alma. Esto, ni más ni menos, es lo que se ofrece aquí en primicia al ojo lector: las almas confundidas de Morera y del teatro.
Es posible que no todos los hechos narrados ocurrieran exactamente como se cuentan, pero, qué diantre, esa es la grandeza del teatro y de la vida: no se dejan reducir al acta notarial.
Y ahora sí, que empiece la antigua farsa y su tinglado.
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