NEVERMORE
La verdad está en los sueños
(notas sobre Edgar Allan Poe y su poema El cuervo, traducidos a partir
de las versiones al francés en prosa de Baudelaire y Mallarmé
(Fragmento inicial)
Manuel Arranz
Edgar Allan Poe
Ofrezco este libro a aquellos que han puesto su fe en los sueños
como si fuesen las únicas realidades.
Poe, Eureka
Toda certidumbre reside en los sueños.
Poe
Edgar Allan Poe
El hombre que se ausentó de su vida
Al principio fue el miedo.
Julio Cortázar, Vida de Edgar Allan Poe
Ebrio, de taberna en taberna, recitando, si es que puede llamarse recitar a un confuso e ininteligible balbuceo que suena a poema desesperado, solo, sucio, desorientado, estragado, un viejo de treinta y tres años que se aferra a la botella como si fuera su vida… así es como hemos acabado por imaginarnos a Poe, como un hombre roto, temblando, consumido, un hombre caído, derrotado, un misántropo irredento, un solitario y un borracho, que escribía cuentos de terror y románticos poemas de encargo, con la poca lucidez que le iba quedando, para poder pagarse otra botella que le abriera las puertas del infierno y volver a empezar una vez más.
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“¡Lamentable tragedia la vida de Edgar Poe!”, dice Baudelaire: “…, no bebía como un sibarita, sino como un bárbaro, con una prisa y una economía de tiempo muy americanas, como cumpliendo una misión homicida, como si tuviese dentro de él algo que matar, a worm that would not die”. Y más adelante, en el mismo texto: “El poeta había aprendido a beber como un escritor esmerado se dedica a sus cuadernos de notas. No podía resistir al deseo de volver a encontrar las visiones maravillosas o espantosas, las concepciones sutiles que había entrevisto en una tempestad precedente; eran como antiguos conocidos que le atraían de un modo imperativo, y para volver a su lado tomaba el camino más peligroso, pero el más directo. Una parte de lo que hoy es nuestro goce fue lo que le mató”.
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Julio Cortázar, en su prólogo a Eureka, otra perturbadora obra incomprendida de Poe, quizá la más incomprendida de todas, escribe: “La obra parece haber sido escrita rápidamente, obedeciendo a un impulso incontenible”. Y añade: “La ya insana incomunicación de Poe con el mundo inmediato, la locura inminente que lo precipitaría a la muerte”. Para terminar llamándole desequilibrado, por si no hubiese quedado suficientemente claro su diagnóstico: “Su actitud al terminar la obra es la de un desequilibrado…” Y advertir al lector que no debe tomarse demasiado en serio la obra, que no es más que un producto del arte, literatura al fin y al cabo, poesía si se quiere, goce estético, como podría serlo escuchar una perfecta sonata de Beethoven, pero nada más. Sin embargo, él se la toma en serio. Después de haber traducido todos sus cuentos, traduce su única y misteriosa novela, la Narración de Arthur Gordon Pym, y la inclasificable Eureka, poema cosmogónico como lo llamaba él, además de su mítico, y justamente famoso poema El cuervo.
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W. H. Auden, el enfant terrible de la poesía inglesa, como rezaba su obituario, fue todavía más lejos en su ensayo sobre Edgar Allan Poe incluido en la antología de ensayos El arte de leer. Su desprecio, tanto por el poeta como por el hombre, más parece un ajuste de cuentas que un juicio crítico. Es evidente que están, como hombres y como poetas, en las antípodas. Pero el empeño y la virulencia que pone Auden en ridiculizarlo hoy nos resultan sospechosos. “Un joven de talento cuyas obras maestras no van más allá de la tercera página”, escribe después de habernos dicho: “Si Poe hubiera sido, en realidad, tan desafortunado como Villon, Marlowe o Verlaine; si hubiera bebido como un cosaco (recordemos que Poe murió de un delirium tremens) y se hubiera entregado a todos los vicios (?), si hubiera cometido espectaculares crímenes, probablemente nos parecería admirable (es decir, si hubiera sido un tipo más o menos como él, W. H. Auden, crímenes aparte) pero resulta (y ahora viene lo mejor, el Auden cáustico digno de mejor causa, el Auden que olvida sus épicas borracheras y las veces que tuvieron que sacarlo a rastras de la casa de su anfitrión) que Poe era uno de esos tipos a quienes uno duda en invitar a una fiesta, porque se pone pesado después de beber dos copas (el límite permitido parece que entonces estaba en las diez copas), un individuo tan poco viril que su vida amorosa pareció consistir mayormente en llorar en el regazo de su amada y jugar a las casitas; y sus debilidades eran tan poco románticas que, de hecho, resultan las que peor toleramos hoy en día, quizá justamente porque son de lo más comunes” [...]