Botonera

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4.11.22

II. "PÁJAROS", Revista Shangrila nº 41, Pasión Rivière (coord.), Valencia: Shangrila, 2022




VERDAD EN LA JAULA
El pájaro (como) enunciado
(Fragmento inicial)

Roberto Amaba

Alberto Durero, Ala de carraca, 1512, Museo Albertina


Para Luis,
amigo pajarero


¿Qué es un pájaro? ¿Qué sabemos de ellos? La respuesta es el vicio y la pregunta la virtud. Una vez aplicadas las reglas de la taxonomía y de la etología, alguien debe hacerse cargo del resto de las definiciones suscitadas por el animal. Y ese algo es, tal es la hipótesis de este escrito, el lenguaje. Y junto al lenguaje, como producto emergente que enraíza, desborda y disciplina el cuerpo, la conciencia. Frente a un pájaro la experiencia sensible es insuficiente, ya sea recibiendo su canto o deletreando su vuelo surge la necesidad de ir hacia fuera cuando tenemos que hacerlo hacia dentro. Es decir, nuestra limitación perceptiva ligada a nuestra proyección cognitiva promueven el símbolo cuando, para su total conocimiento, es necesario perseverar en el signo. La vida humana de los pájaros ha sido dual, entregamos a la ciencia el signo útil, catalogado y legible pero es necesario rescatarlo también para el arte y la literatura. Henry David Thoreau, maravillado ante el planeo curvo y relajado de un aguilucho, se preguntaba por el origen de esa práctica inalcanzable: ¿acaso el ave no la habría aprendido deslizándose por el suelo como un reptil durante un estadio precedente de su existencia? Reminiscencia biológica, que no metamorfosis; supervivencia estética, que no reencarnación. Poder del signo, valor evolutivo, vestigios de reinos geológicos que ocuparon lo anterior, dinosaurios de un pasado redimido, fósiles vivos que nos cuentan al oído lo que un día sucedió. En resumen, hay en lo sublime del vuelo, en este desplegarse apresurado del símbolo, un lenguaje a ras de suelo, un humus que fertiliza su interior.

Miramos y no los vemos o, peor, los vemos mal. Medias verdades, desatendidos y ajenos, solo nítidos en fragmentos, difusos en movimiento, fantasmas sin maquillar. Entre ellos y nosotros hay espacio y hay tiempo o como dijo José Ángel Valente, hay Palabra, Rama, Vuelo, Órbita y Luz. Entre la presencia y el ojo se abre un abismo cuyo resultado es “como un pájaro roto en muchas alas”. Tal vez este sea nuestro destino y nuestro castigo para con el animal, limitarnos al vislumbre, parcelar su conocimiento, repetir hasta el infinito el gradiente y la textura del ala de carraca pintada por el maestro alemán. Temerosos de los hombres, compañeros de soledad, se burlan de nosotros con camuflajes, piruetas y deyecciones. Nunca nos preocupó su olor y su tacto no es un acto prohibido, solo un exceso de realidad que llegado el momento de cerrar la mano somos incapaces de soportar. A modo de venganza los confinamos, los espiamos, los cocinamos y hasta robamos sus huevos sin fecundar. Ni siquiera podemos imitarlos. Algunas de nuestras amistades mamíferas hicieron fortuna pulmonar en el agua, solo una lo hizo en el aire y nos faltó tiempo para convertirla en monstruo, en descarriada, en especie vampira que traiciona y envenena a las demás. Telescopios, binoculares, aviones, máquinas y prótesis, posibilidades tecnológicas que aprendimos a fabricar sin la cera de los dioses. Porque aunque los veamos, los escuchemos y hasta los degustemos, seguimos sin saber quiénes son. ¿Era él el que cantaba? ¿Llegó a posarse en mi terraza? ¿Vive aquí o viene de África? [...]
 




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