Música, literatura, arte, filosofía, historia, política... Existe, aunque a primera vista quizá no lo parezca, una visión global e intrahistórica, una percepción aguda de los procesos que nos han configurado socialmente, y en los que la escritura, el lenguaje, juegan un papel fundamental, o más bien la experimentación del lenguaje o con el lenguaje, a través de la lectura. Recuerdo ahora otra cita de Quignard, precisamente del último libro de este 'Último reino', El hombre de tres letras: «Leer reabre de par en par el pasaje hacia la vida, el pasaje por donde pasa la vida, la luz repentina que nace con el nacimiento». Efectivamente, para él, leer es un todo, porque nos descubre la naturaleza, como vuelvo a comprobar en este otro fascinante ejemplar.
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14.9.22
RESEÑA DE "LAS SOMBRAS ERRANTES. ÚLTIMO REINO I", Pascal Quignard (Shangrila, 2022)
Reseña de Las sombras errantes. Último reino I, de Pascal Quignard
(Valencia: Shangrila, 2022) en El periódico del Mediterráneo.
Por Eric Gras
«La lectura es errancia», escribe Pascal Quignard en el primero de los volúmenes de su magno proyecto 'Último reino', Las sombras errantes, que ahora reedita Shangrila con revisión en la traducción a cargo de Manuel Arranz.
«Leer es errar», afirma el escritor, musicólogo y pensador francés,
porque, dice, «hay en el hecho de leer una expectativa sin fin». ¿Quiere
decir, por tanto, que cuando leemos nos dirigimos hacia el abismo, que
vamos a la deriva? ¿O, por el contrario, esa errancia supone, en
realidad, un encuentro, un hallarse?
No puedo dejar de leer a Quignard, porque no puedo dejar de
cuestionarme, de cuestionarlo todo, y él, su pensamiento, su escritura,
me induce a ello, siempre. Él mismo lleva a cabo ese mismo ejercicio en
toda su obra, como refleja muy bien cuando dice, se dice a sí mismo:
«Voy a ir a ver lo que ignoro». Esa invitación es demasiado tentadora
para no aceptarla, para no querer seguir sus pasos, a pesar de saber
–porque eso se sabe– que uno vaya a sufrir al ir tomando consciencia de
todos aquellos males que nos aquejan y que nosotros mismos provocamos
deliberadamente. Ya lo dice Quignard en estas mismas páginas: «La
humanidad inventó la muerte».
Una vez más, el autor francés demuestra una erudición
excepcional en cada uno de los breves y no tan breves capítulos que
conforman esta obra en curso –cabe recordar que, hasta la fecha, son
once los libros que comprenden este particular devenir intelectual y
emocional–. Son una especie de aforismos, reflexiones o pensamientos al
vuelo, así como recuerdos y testimonios que Quignard recoge y sobre los
que medita. No es de extrañar, por tanto, que el lector emprenda un
viaje con él hacia el pasado, que se sumerja en otras culturas, que sea
conocedor de ciertas anécdotas o acontecimientos extraordinarios...
No recuerdo bien cuándo «descubrí» a Pascal Quignard, pero sí
supe entonces, como sé ahora, que acudir a él, a sus ideas, es una de
las mejores decisiones que uno puede tomar si lo que quiere es tener la
capacidad de modificar la percepción del mundo, de su propio mundo
incluso. En él no hay tiempo, no puede existir el tiempo, porque todo es
y todo puede ser, todo importa. Uno vuelve a asombrarse de cuán
fascinante resulta perderse, errar por esa historia que ignoramos, y por
ello le doy las gracias una vez más.