Botonera

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14.6.22

XI. "LA NAVE VA", Revista Shangrila nº 40, Valencia: Shangrila 2022




COMBATE CON UN ÁNGEL
LA REALIDAD PARANOICA DE PHILIP K. DICK

Josep M. Català Domènech



Philip K. Dick




Debemos ser cuidadosos de no confundir
una máscara, cualquier máscara,
con la realidad que hay debajo.

P. K. Dick


I

Walter Benjamin proponía la sorprendente idea de que la realidad se forma a partir del material de los sueños. Cada época sueña con la siguiente, es decir, con su futuro, decía Benjamin, recordando la idea de Michelet. De esta aseveración se desprende que, cuando llega el futuro, se precipitan sobre él los sueños del pasado que, al consolidarse, forman la realidad del presente. Cabe preguntarse, pues, dónde se plantan las raíces de nuestra realidad actual. Es decir, donde se originaron los sueños de los que ahora despertamos. Responder a la pregunta implica comprender cuáles son los contornos de una era. Una era es un espacio temporal y cultural que tiene su inicio en forma de sueño y su final en forma de realidad. Observemos, sin embargo, que desde que esta operación de cartografía psicogeográfica es concebible –desde que Benjamin la aplicó a la ciudad de París de finales del S. XIX, entendiéndola como capital de una modernidad que acabó catastróficamente–, sabemos que las eras empiezan con un flagrante optimismo, con un sueño maníaco, y terminan con una depresión en forma de pesadilla real. Quizá se puedan equiparar estos ciclos maniaco-depresivos con las sucesivas crisis del capitalismo. No olvidemos que un teórico del capitalismo y estudioso de sus ciclos como Schumpeter opinaba, siguiendo de cerca a Marx, que este sistema socioeconómico acabaría muriendo de éxito, lo cual implica la posibilidad de que el sueño y la realidad de una época acaben coincidiendo en un mismo momento catastrófico. La aceleración de la realidad que se ha producido en las últimas décadas ha hecho que sueño y realidad, euforia y depresión concuerden en un mismo momento bipolar. De modo que nuestra realidad actual ya no soñaría con su futuro, sino que lo haría acerca del propio presente, el cual se vería obligado a despertar una y otra vez de su propio sueño, hasta el punto de no poder discernir ya de forma clara qué parte de la vida pertenece al sueño y cual al despertar. Cualquier novela del escritor californiano de ciencia-ficción Philip K. Dick nos sitúa en una tesitura parecida. La estructura de una novela como Los tres estigmas de Palmer Eldritch (The Three Stigmata of Palmer Eldritch, 1965), prototípica de la alternancia de realidades que caracteriza la obra de este escritor, constituye, por ejemplo, una perfecta alegoría de la acelerada bipolaridad que aqueja a nuestra época. 

En una era tan intensamente tecnológica como la nuestra, resulta difícil discernir entre lo que compete a las mentalidades y lo que se refiere a la propia constitución de la realidad, por lo que el ciclo acelerado que se produce entre euforia y depresión se detecta en la propia ontología de lo real, no solo en su interpretación. En este panorama, los avances son a la vez retrocesos y viceversa, todo nace provisto de una vibración que lo lleva sin cesar de lo positivo a lo negativo. Lo que es válido para una época histórica y para las mentalidades que se nutren de ella, ha de serlo también para los individuos que habitan ambas regiones. Rosi Braidotti, opina, por ejemplo, que “el estado de ánimo predominante en nuestra existencia social oscila constantemente entre el agotamiento y una angustia que lo penetra todo” y añade que “es como si nuestros paisajes psíquicos estuviesen enmarcados por una economía emocional maniacodepresiva que nos deja a todos colgados no se sabe muy bien dónde”. (1) No siempre ha sido así; en épocas anteriores, los dos estados –sueño/futuro/optimismo y despertar/presente/pesimismo– que ahora forman alternancias inmediatas estaban separados por varias décadas e, incluso, anteriormente, por centurias. 

1. BRAIDOTTI, Rosi, Coneixement posthumà,  Barcelona: Arcàdia, 2020, p.58.

No es común que haya individuos capaces de situarse fuera de los envoltorios culturales que los acogen y subjetivan. Hasta ahora, en estas ecologías imaginarias regía una temporalidad lineal proverbialmente optimista que ocultaba los entrelazamientos del sueño con la realidad constituyentes de la verdadera fenomenología histórica. Es más, el sueño apuntaba al futuro, mientras que la realidad lo hacía al pasado. Según Benjamin, “la imagen de la felicidad que cultivamos está teñida enteramente por el tiempo al que el decurso de nuestra existencia nos ha asignado de una vez por todas”. (2) La felicidad de un momento dado ignora, como el sueño, que su existencia hace equilibrios entre dos abismos. La verdadera conciencia histórica está representada, según Benjamin, por la figura del Angelus Novus de Paul Klee que alegoriza una relación inesperada entre el pasado y el futuro. El viento de la historia empuja al ángel hacia un futuro al que este le da la espalda, puesto que su mirada está puesta en el pasado del que se aleja y en el que “ve una única catástrofe que amontona incansablemente ruina tras ruina y se las va arrojando a los pies”. (3) El ángel de la historia, en su alucinación, contempla ruinas allá donde se percibía progreso. Es decir, contempla el pasado desde los ojos del porvenir. Comenta Reyes Mate, en su lectura de las tesis sobre la historia de Benjamin, que “lo problemático del progreso es que su producción de novedades es solo aparente porque, en el fondo, es reproducción de los males de los que parte, de ahí que progreso y eterno retorno sean lo mismo”. (4) Solo un ángel sería capaz de invertir la percepción histórica para ver el trasfondo real de los sueños sociales y contemplarlos, mientras sigue soñando, desde la perspectiva de su despertar. Esta capacidad es absolutamente necesaria en una era como la nuestra en que pasado, presente y futuro se han integrado en un todo que oscila psicofísicamente entre los diferentes estados. Pero esta capacidad tan primordial es extremadamente rara, ya que implica el riesgo para quién la posea de ser arrojado fuera de la realidad, entendida esta como una construcción fenomenológica global que solo acoge a quienes están dispuestos a no cuestionarla. No cabe duda, pues, de que están abocados a la locura esos escasos individuos suprahistóricos, dotados de una conciencia visionaria y, por lo tanto, dramáticamente desligados del imaginario social de su época. Son sujetos fuera de quicio porque se han desposeído de la subjetividad que les era asignada por la fuerza catatónica del presente. En lugar de participar del optimismo utópico generalizado, no solo intuyen de alguna manera el catastrófico despertar, sino que incluso lo habiten mentalmente de forma premonitoria. En estos casos, el grado máximo de lucidez coincide, pues, con el más intenso de los delirios.

2. BENJAMIN, Walter, Sobre el concepto de historia, Obras, libro I / vol. 2, Madrid: Abada, 2012, p.305.

3. Ibid., p.310.

4. MATE, Reyes, Medianoche en la historia. Comentarios a las tesis de Walter Benjamin “sobre el concepto de historia”, Madrid: Trotta, 2006, p.163.

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