Entre 1975 y 1984, año este último en el que Luis Varela deja por un tiempo el cine para dedicarse con más asiduidad al teatro y televisión (sin abandonar otras disciplinas interpretativas), el actor interviene en catorce películas y colabora en un par de cortos como narrador. No es que esa cantidad sea excesiva si la comparamos con sus trabajos televisivos, por ejemplo, pero sí representativa de un tipo de cine que se hacía en aquellos años de la Transición en los que, salvo muy excepcionales ocasiones y contados títulos, pareciera como si la desaparición de la censura y la prácticamente completa libertad de acción a la hora de plantear un proyecto cinematográfico, hubiera mermado, paradójicamente, no ya el talento creativo sino el ingenio. Un cine comercial en grado sumo la mayor parte de las veces, en el que solía aunarse la aludida ausencia de imaginación creadora con un evidente mal gusto que a veces roza la chabacanería.
Luis Varela, como tantos otros actores de entonces, en su mayoría con notables carreras interpretativas, ha de asumir esa circunstancia y debe trabajar en un cine bastante ramplón y escasamente interesante desde el punto de vista artístico, cuando no, resueltamente nulo. Y precisamente de esas películas puede rescatarse su trabajo, es decir, su disciplina y profesionalidad al servicio de guiones e historias ramplonas que no buscan sino una comercialidad a toda costa y que van dirigidas a un público sin exigencia alguna.
Es curioso constatar cómo algunos de los grandes realizadores del cine español de siempre, con magníficas películas en su haber y reconocido talento, terminan sus carreras en estos años con los que son, seguramente, sus peores trabajos, haciendo prácticamente irreconocible su presencia como directores, sobre todo si comparamos esos filmes postreros con obras sorprendentes dirigidas décadas atrás. Casos flagrantes en este sentido son los de tres nombres señeros de nuestro cine: José Luis Sáenz de Heredia, José Antonio Nieves Conde y Rafael Gil. Dentro de esas filmografías encontramos a Luis Varela en cuatro títulos: Solo ante el streaking, 1975, de Sáenz de Heredia; Volvoreta, 1976, de Nieves Conde y A la Legión le gustan las mujeres… y a las mujeres les gusta la Legión, 1976 y, …Y al tercer año, resucitó, 1980, ambas dirigidas por Rafael Gil.
Algunos de esos títulos adelantan claramente el probable contenido de las respectivas historias, que, se debe insistir, contrastan ampliamente con buena parte de sus respectivas filmografías. (138)
138. Por citar simplemente un par de filmes en cada uno de los directores, que forman parte esencial de la historia del cine español, podemos señalar, en el caso de José Luis Sáenz de Heredia, por ejemplo, Los ojos dejan huellas (1952) e Historias de la radio (1955); Surcos (1951) y El inquilino (1957) en el caso de José Antonio Nieves Conde o Huella de luz (1943) y La calle sin sol (1948) de Rafael Gil.
Pero no se puede decir nada diferente en el caso del resto de películas en las que encontramos a Luis Varela en estos diez años escasos. Un par de realizaciones de Mariano Ozores de las que Es peligroso casarse a los sesenta (1981), vehículo al servicio de Paco Martínez Soria, se puede rescatar (esencialmente por el trabajo del resto de los intérpretes, como habrá ocasión de analizar); una extraña película de Eligio Herrero (Jane, mi pequeña salvaje, 1982) verdaderamente una excepción en todos los sentidos menos, quizá el más relevante, es decir, el que se refiere a unos mínimos de calidad…, algunas otras películas al servicio de fenómenos de taquilla como el citado Martínez Soria (La tía de Carlos, 1982 dirigida por Luis María Delgado o el remake de un filme de 1957, Todo es posible en Granada (139) con Manolo Escobar de protagonista y dirigida por Rafael Romero-Marchent)…, para llegar a otros cuantos más que se definen también desde sus propios títulos: Pepe, no me des tormento (1981, dirigida por José María Gutiérrez Santos), Cristóbal Colón, de oficio… descubridor (1982) realizada por Mariano Ozores, El Cid cabreador (1983) realizada por Angelino Fons o Cuando Almanzor perdió el tambor (1984) realizada por el antes citado Luis María Delgado. Puede que, en esta relación de filmes, Muñecas de trapo (1984) de Jorge Grau constituya una relativa excepción, tanto por la temática como por la forma de afrontarla y el propio trabajo en la dirección. De todas ellas, aunque brevemente, se tratará a continuación.
139. Dirigido por José Luis Saénz de Heredia y protagonizado por Francisco Rabal y la actriz de Hollywood, Merle Oberon.
Como quiera que Luis Varela, un actor consumado, capaz de resolver cualquier cometido interpretativo, ha sabido siempre adaptarse a las circunstancias laborales de cada momento, no extraña que tanto él como la práctica totalidad de sus colegas españoles hubieran de ceñirse a las ofertas laborales y trabajar en aquello que se les ofreciese. Las modas y tendencias en cada etapa han supeditado ese trabajo, en lo que algunos denominan como “películas alimenticias” cuando nos referimos a la oferta en determinados géneros.
Ello no impide que se pueda calificar el cine realizado en aquellos momentos (no en exclusiva, pero sí de manera mayoritaria) como carente de interés en gran medida, cuando no vulgar y sin altura.
Nuestros profesionales teatrales que se han dedicado también al cine en una u otra extensión en sus respectivas carreras, al igual que a participar en los programas dramáticos de televisión, siguen siendo los mismos, es decir, aquellos que saben dar vida, imprimir carácter y hacer creíbles a los personajes que se les asigne, con mayor o menor fortuna según los casos, la historia respectiva, el perfil del personaje en sí, la más o menos acertada dirección de actores por parte del realizador de turno, etc. Siempre con dignidad y decoro, en su inmensa mayoría.
Entre ellos está Luis Varela.
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