Reseña de Pasar, cueste lo que cueste en Kaos en la red
Por Iñaki Urdanibia
«Éste es un infeliz que viene perdido y es necesario socorrerle, pues todos los extranjeros y pobres son de Zeus»
Homero, Odisea
«Escribir
hoy sobre la emigración es cumplir el mismo deber que en su momento era
escribir sobre los campos de concentración en la época nazi…los
inmigrantes son los esclavos modernos y mano de obra casi gratis. Con
ellos se comete un genocidio»
Andrés Sorel, Voces del estrecho
«Hoy
una reflexión sobre la hospitalidad supone, entre otras cosas, la
posibilidad de una delimitación rigurosa de los umbrales o de las
fronteras: entre lo familiar y lo no familiar, entre el extranjero y el
no extranjero, el ciudadano y el no ciudadano, pero en primer lugar
entre lo privado y lo público, el derecho privado y el derecho público,
etc.»
Jacques Derrida, De l´hospitalité
Hospitalidad
empieza con hache como humanidad y también como hostilidad. De la
última se dan sobradas muestras en toda las orillas del Mediterráneo con
muros, vallas, concertinas y campos de internamiento que protegen la
fortaleza-Europa, para detener lo que algunos califican como invasión
bárbara; voces en este sentido se oyen de los Santiago Abascal, de los
Matteo Salvini, Éric Zemmour o Nikos Michaloliakos, por ceñirme a las
costas europeas del Mare nostrum. Las leyes y políticas de los
países del Viejo Continente suponen también muros que rechazan a quienes
buscan la vida alejándose de la guerra, de la represión y la miseria.
Los argumentos son peregrinos en su crueldad: vienen a robarnos el
trabajo, y a nuestra mujeres, a fomentar la delincuencia y sus
costumbres contrarias al civilizado Occidente. Junto a estas muestras de
hostilidad que usan a los migrantes como cabezas de turco, haciéndoles
culpables de todos los males habidos y por haber -téngase en cuenta el
origen etimológico de la palabras hostilidad, hostis, hostis en
latín significa enemigo; así de claro, lo que no quita para reparar en
la inquietante cercanía fonética entre víctima y huésped, de hostia, ae-.
Junto a los comportamientos nombrados también se dan ejemplos de
hospitalidad y decencia que son la cara digna de la humanidad. Dice el
hospitalario René Schérer en su Zeus hospitalier, publicado en
1993, tras subrayar el carácter de huéspedes de no pocas luminarias del
arte y el pensamiento, que la hospitalidad resulta en estos tiempos
«molesta, intempestiva, sin embargo resiste, como la locura, a todas las
razones, comenzando por la razón del Estado» (las cursivas son suyas).
Es el caso del libro «Pasar, cueste lo que cueste»,
firmado por Georges Didi-Huberman y Niki Giannari, editado por
Shangrila. La obra centra su mirada en el documental que rodaron la
nombrada Niki Giannari y Maria Kourkouta, cuyo título es el que da
nombre a este artículo (https://www.youtube.com/watch?v=VReuK17ouDM).
No me resisto a transcribir, al final del artículo, las palabras /poema
de Niki Giannari, con el mismo título, que acompañaba a la cinta
nombrada y que abre el libro del que hablo; es un grito por la dignidad y
contra la injusticia, en el que con una claridad meridiana se expresan
las maldades a que son sometidos los migrantes, con algunas flechas que
señalan a tiempos pasados, la referencia a las cenizas, a los trenes o
al suicidado en Port-Bou, Walter Benjamin, del que por otra parte se
traen a colación cuestiones relacionadas con la memoria y la imbricación
del pasado con el presente y el futuro.
Al
explícito poema inicial acompaña la prosa de Georges Didi-Huberman que
elogia a Giannari (Peloponeso, 1968), no solo por sus versos del dolor
sino por su propia vida entregada e quienes nada tienen, instalada en
Tesalónica y trabajando en un Dispensario Social de Solidaridad, de
tendencia autónoma y radical, en donde se vuelca en la ayuda a los
otros, «a los desposeídos de toda clase, a los gitanos, los refugiados, a
los sin papeles, a los sin techo…»; fue allá, que cuando llegó su amiga
de siempre, Maria Kourkouta la llevó al campo de refugiados de Idomeni,
en donde más de trece mil personas malviven, huyendo de diferentes
guerras y frenados en la frontera greco-macedonia, y realizaron en
documental mentado además de volcarse por tratar de hacer más fácil, más
llevadera, la vida de los encerrados entre vallas y alambradas de púas.
El teórico de la imagen francés se apoya en el poema nombrado y en las
imágenes del documental señalado para ir desbrozando el camino de las
falacias de los defensores de la inhospitalidad para abrir el camino a
la dignidad, a la probidad de la apuesta por la hospitalidad.
El
librito, lo breve si bueno…, habla de los desheredados, de los
exiliados, de quienes buscan refugio, de los parias, y de los obstáculos
que encuentra, que les son puestos, en su camino, verdadera
peregrinación de espectros que no son sino el recuerdo de nosotros
mismos, ya que al fin y a la postre todos procedemos del mismo origen y
los humanos somos nómadas por naturaleza, y los que llegan son nosotros otros. En la lectura, me vienen al recuerdo las lúcidas reflexiones de Hans Magnus Enzensberger, en su La gran migración y/ en la Perspectivas de guerra civil, sin obviar su posterior Ensayos sobre las discordias;
y creo recordar, que en el primero de los libros nombrados pone el
ejemplo de una barca a la que no dejan subir a quienes están en trance
de ahogarse, al arrogarse quienes están en ella la propiedad, cuando es
claro que acaban de subirse a ella; las identidades impolutas son un
invento del fascismo y de sus rostros actuales, ya que las raíces son
propiedad de las plantas, no de los seres humanos a pesar de aquello que
aseverase Johann Peter Hebel: «somos plantas -nos guste o admitirlo-
que deben salir con las raíces de la tierra para poder florecer en el
éter y dar fruto»; homo sapiens que fue el único que sobrevivió por su carácter de homo migrans.
Quienes llegan son considerados como seres sobrantes, pillados,
atrapados anónimos, encerrados en un infame y revitalizado universo
concentracionario en el que solo consta un número de matrícula, o
papeles provisionales, figura del homo sacer, analizado por Giorgio Agamben, siempre a disposición, sobre su vida y su muerte, del soberano de turno, y el estado de excepción
convertido en algo habitual, a lo que han de añadirse la aplicación de
la biopolítica pensada por Michel Foucault, como barreras, muro que
mantenga indemnes a los locales frente al posible contagio del exterior.
En
el libro asoman Paul Celan y sus versos del humo y la ceniza, Jacques
Derrida y sus criterios con respecto a la hospitalidad, Hannah Arendt y
sus reflexiones sobre los parias de cuya condición ella también
formó parte, poniendo fecha de nacimiento de la colonización dentro de
los límites de la propia Europa, y trazando una genealogía que concluyó
con la práctica anulación del derecho de asilo, palabras que aun siendo
escritas en 1930, resultan aplicables al hoy; Marx y Engels y el inicio
de su Manifiesto, el fantasma que recorre Europa…que sirve
de inspiración a Niki Giannari que desvía la mirada de la continuación
de la frase, el comunismo, para trasladarla, influenciada por la
cercanía de la sangrante realidad y la lectura del derridiano Espectros de Marx,
a las cuestiones éticas y políticas relacionadas con el temor a los que
llegan, esos espectros, y a que puedan convertirse en nuestros
conciudadanos; «cuando se nos aparece un espectro, es nuestra propia
genealogía la que emerge a la luz, controvertida y en debate. Un
espectro sería entonces nuestro “extranjero familiar”. Su aparición es
siempre reaparición…ancestral», y si regresa es para reabrir nuestra,
siempre persistente, herida genealógica. Leo los versos del poeta,
también griego, Georges Séféris: «Su alma/ Cuando quieres conocerla Es en una alma/ Que es preciso mirarla/ El enemigo y el extranjero, / Los hemos visto en el espejo».
Seres
cuyo único deseo es pasar, ese es su delito, y que quedan atrapados en
un ni para adelante ni para atrás; esa es la acogida que les otorga
Europa; ya decía Hannah Arendt que «nadie quiere enterarse de que la
historia contemporánea engendró un nuevo tipo de seres humanos -los que
han sido enviados a los campos de concentración por sus enemigos y a los
campos de internamiento por sus amigos».
Y
los versos, cual verdades como puños, de Niki Ginnari guían a
Didi-Huberman, impulsan las reflexiones sobre la suerte, mala realmente,
de aquellos que están todavía en movimiento, actitud de la que los
sedentarios occidentales tenemos mucho que aprender…Decía Emmanuel
Lévinas, en su Totalidad e Infinito, que «abordar a Otro en el
discurso es acoger su expresión en la que desborda en todo momento la
idea que de él pudiera llevar consigo un pensamiento. Es, pues, recibir
de Otro más allá de la capacidad del Yo…».
Unos espectros recorren Europa
(Carta de Idomeni, fragmento)
Tenías razón.
Los hombres olvidarán estos trenes
como olvidaron aquellos otros.
Pero la ceniza
recuerda.
Aquí, en el parque cerrado de Occidente,
las naciones sombrías amurallan sus campos
de tanto confundir al perseguidor y al perseguido.
Hoy, una vez más
no puedes quedarte en ninguna parte,
no puedes ir hacia adelante
ni hacia atrás.
Estás inmovilizado.
A nuestros perseguidores, se dice,
los encontramos delante de nosotros
en las ciudades que habíamos dejado,
en las ciudades que buscamos,
y en las otras, que habíamos soñado.
Algunos eran de los nuestros.
Y otros, despreocupados,
miraban la guerra, el mar y los muertos
en los escaparates.
¿Cómo parte alguien?
¿Por qué se va? ¿Hacia dónde?
Con un deseo
que nada puede vencer,
ni el exilio, ni el encierro, ni la muerte.
Huérfanos, agotados,
con hambre, con sed,
desobedientes y obstinados,
seculares y sagrados,
llegaron
deshaciendo las naciones y las burocracias.
Se posan aquí,
esperan y no piden nada,
solo pasar.
De cuando en cuando, giran la cabeza hacia
nosotros,
con un reclamo incomprensible,
absoluto, hermético.
Figuras insistentes de nuestra genealogía olvidada,
abandonada, nadie sabe dónde y cuándo.
En este vasto tiempo de la espera,
enterramos sus muertos de prisa.
Algunos les iluminan un pasaje en la noche,
otros les gritan que se vayan
y escupen sobre ellos y los patean,
otros incluso los apuntan y se apuran
a echar llaves a sus casas.
Pero ellos continúan, sumisos,
en las calles de esta Europa necrosada,
que “sin cesar amontona ruina sobre ruina”
mientras la gente observa el espectáculo
desde los cafés o los museos,
las universidades o los parlamentos.
Y sin embargo,
en esos pequeños pies llenos de barro, carnalmente
yace el deseo que sobrevive
a cada naufragio
-un deseo que, nosotros, nosotros perdimos hace
mucho
tiempo-
el deseo político.
Quise encontrar una piedra en la que apoyarme, dice,
y llorar, pero no había piedra.
Porbou, 26 de septiembre de 1940.
El día en el que se cierra la frontera,
Walter Benjamin se da la muerte.
¿Si llegas un día antes, o un día después?
Porque nadie llega a la frontera
un día antes o un día después.
Llegamos en el Ahora.
En un trozo de barro,
que me lleven con ellos,
ellos que saben estar
todavía en movimiento
O, al menos, que yo pueda caer, resbalar,
tenderme en la tierra a ras de las camomilas,
para que vengan los niños
a posar sus pies tiernos, a ensuciarme,
y reír con todo su corazón sobre mi vientre,
mientras dure esta guerra civil,
mientras la tierra sea extranjera.
Se corta la tierra
Franjas profundas de los muertos exactamente al lado
de las líneas de fronteras.
Tengo vergüenza delante de los niños,
que, obstinados, se entregan conmovidos a la vida.
Tengo vergüenza frente a esas mujeres.
Tengo vergüenza ante esos hombres que se apresuran para ser
como nosotros, en Alemania.
Aun cuando terminen por ser como nosotros,
tranquilos, dependientes y poco a poco privados de su alma,
hasta olvidar lo que son
y de dónde vienen,
siempre estará esta noche
en la que cantaron alrededor del fuego.
¿Hay esperanza todavía?
¿Todavía tenemos tiempo?
Cuando los miro sin verlos,
me vuelvo invisible también para mí mismo
y me disuelvo sin memoria,
sin historia,
sin aliento, en esos ojos que oscurecen el viento.
¿Quiénes son? ¿Qué quieren? ¿Adónde van?
Parece que estuvieran aquí desde siempre.
Se esconden
y, cuando desaparece el daño,
reaparecen
como el cumplimiento de una profecía
casi olvidada de la mirada.
Comprendo, mientras pasan los días,
que no quieren llegar a ninguna parte, solo atravesar una y otra vez la historia,
como contraventores, e indisciplinados,
elegidos, y tan animados
que son capaces de partir y volver
al corazón de este hospicio inhóspito
en el que se ha convertidosEuropa,
en ese territorio
no habitado por los pueblos.
Mientras las horas pasan,
en ese intervalo lleno de barro,
en esas terribles alambradas,
comprendo que ellos ya han pasado.
Apátridas, sin hogar.
Están allí.
Y nos acogen
generosamente
en su mirada fugitiva,
a nosotros, los ingratos, los ciegos.
Pasan y no piensan.
Los muertos que hemos olvidado,
los compromisos que asumimos
y las promesas,
las ideas que amamos,
las revoluciones que hicimos,
los sacramentos que negamos,
todo volvió con ellos.
Por donde mires en las calles,
o las avenidas de Occidente,
ellos marchan: esa procesión sagrada
nos mira y nos atraviesa
Ahora, silencio.
Que todo se detenga.
Pasan.