Botonera

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4.11.21

SOBRE "EL HOMBRE DE TRES LETRAS", de Pascal Quignard, Valencia: Shangrila 2021. Por Alberto Ruiz de Samaniego

 

Gustav Adolph Hennig, Lesendes Mädchen, c. 1828



* Quignard: en tiempo furtivo.

“El lector no tiene época, no tiene edad, no tiene tiempo. Leer no es soñar, sino que es como soñar en cuanto a que se pierde el tiempo. Toda obra auténtica ignora el tiempo en el tiempo".* He aquí uno de los muchos pasajes que Pascal Quignard dedica a la cuestión de la lectura, en el último volumen publicado -hasta ahora- de su pródiga serie de tratados titulada “Último Reino”. 

En efecto, este volumen, que lleva el número 11 y se titula “El hombre de tres letras” (ed. Shangrila, 2021), concentra buena parte de las pesquisas y desvelos del escritor en esa fenomenología de la ausencia que se inicia cuando un sujeto abre un libro. ¿Ausencia o escamoteo? Las tres letras que definen al hombre que abre el volumen, no son otras que “f-u-r”: ladrón, en latín. De modo que la bella -y exacta- expresión -que tanto nos recuerda, por lo demás, al gran Nacho Criado-, “en tiempo furtivo”, sería, sin duda, la que mejor se acomoda a esta acción extraña que llamamos lectura; succión incluso, abducción vampírica del cuerpo y la identidad de quien -acaso con ingenuidad, o tal vez con complicidad alevosa- penetra en los límites inmateriales que la escritura determina. Las fuentes violentas, mágicas, siempre atroces, del mito se hallan aquí cerca: el lector habría de ser, entonces, un Acteón que se ofrece o cae en las fauces de la diosa desnuda. Joven patricio que sale de caza y es transformado en ciervo y comido por sus propios canes.

Nada, pues, que ver con la socialidad y el decoro, sino con los territorios del secreto, y de una intimidad y silencio que linda con lo sexual, más allá de una evidente y marginal o criminal sensualidad. En cualquier caso, no es acto que no implique consecuencias: “La identidad de quien penetra en lo libros es bruscamente remodelada y acto seguido abolida. Como en Ovidio: metamorfoseada y luego engullida en la naturaleza vegetal que precede a la animalidad”. Como nos recuerda el propio Quignard, ya Benjamin, al hilo de Kafka, avisara de que “todo olvidado se confunde con lo olvidado del mundo primitivo”. 

Es este un tema caro a Quignard, recorrido múltiples veces en forma de retornos obsesivos y blanchotianos a ese reino de lo anterior -Último Reino- o mundo de abajo, “extraño mundo que nutre todo lo que asoma” y que está hecho de muerte, pasión y ansiedad, sexo y deseo. Deseo que siempre es del otro y por lo otro, ser otro, otro que la especie misma. Solo en ese hueco, en esa falta del tiempo furtivo, el tiempo de la noche de las palabras -noche sexual- en que el letrado se arroja, abriga la posibilidad, el nacimiento, el hechizo, la resurrección. La literatura - ese acto silencioso y clandestino- pone fin a las costumbres del día, rompe con los códigos y las cadenas de la comunidad. No solo “reanima a los muertos en los libros”, declaración donde Quignard, por cierto, hace señales, quizás sin saberlo, a Quevedo (cuando éste dice que en la lectura “escucha con los ojos a los muertos”), sino, aún más y mejor, “la literatura deshechiza Ia suerte lanzada sobre nosotros al nacer”.

Quignard, sin duda, en estado puro.


Publicado en el Facebook
de Alberto Ruiz de Samaniego, 03/11/2021




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