Gustav Adolph Hennig, Lesendes Mädchen, c. 1828
* Quignard: en tiempo furtivo.
“El
lector no tiene época, no tiene edad, no tiene tiempo. Leer no es
soñar, sino que es como soñar en cuanto a que se pierde el tiempo. Toda
obra auténtica ignora el tiempo en el tiempo".* He aquí uno de los muchos
pasajes que Pascal Quignard dedica a la cuestión de la lectura, en el
último volumen publicado -hasta ahora- de su pródiga serie de tratados
titulada “Último Reino”.
En
efecto, este volumen, que lleva el número 11 y se titula “El hombre de
tres letras” (ed. Shangrila, 2021), concentra buena parte de las
pesquisas y desvelos del escritor en esa fenomenología de la ausencia
que se inicia cuando un sujeto abre un libro. ¿Ausencia o escamoteo? Las
tres letras que definen al hombre que abre el volumen, no son otras que
“f-u-r”: ladrón, en latín. De modo que la bella -y exacta- expresión -que tanto nos recuerda, por lo demás, al gran Nacho Criado-, “en
tiempo furtivo”, sería, sin duda, la que mejor se acomoda a esta acción
extraña que llamamos lectura; succión incluso, abducción vampírica del
cuerpo y la identidad de quien -acaso con ingenuidad, o tal vez con
complicidad alevosa- penetra en los límites inmateriales que la
escritura determina. Las fuentes violentas, mágicas, siempre atroces,
del mito se hallan aquí cerca: el lector habría de ser, entonces, un
Acteón que se ofrece o cae en las fauces de la diosa desnuda. Joven
patricio que sale de caza y es transformado en ciervo y comido por sus
propios canes.
Nada,
pues, que ver con la socialidad y el decoro, sino con los territorios
del secreto, y de una intimidad y silencio que linda con lo sexual, más
allá de una evidente y marginal o criminal sensualidad. En cualquier
caso, no es acto que no implique consecuencias: “La identidad de quien
penetra en lo libros es bruscamente remodelada y acto seguido abolida.
Como en Ovidio: metamorfoseada y luego engullida en la naturaleza
vegetal que precede a la animalidad”. Como nos recuerda el propio
Quignard, ya Benjamin, al hilo de Kafka, avisara de que “todo olvidado
se confunde con lo olvidado del mundo primitivo”.
Es
este un tema caro a Quignard, recorrido múltiples veces en forma de
retornos obsesivos y blanchotianos a ese reino de lo anterior -Último
Reino- o mundo de abajo, “extraño mundo que nutre todo lo que asoma” y
que está hecho de muerte, pasión y ansiedad, sexo y deseo. Deseo que
siempre es del otro y por lo otro, ser otro, otro que la especie misma.
Solo en ese hueco, en esa falta del tiempo furtivo, el tiempo de la
noche de las palabras -noche sexual- en que el letrado se arroja,
abriga la posibilidad, el nacimiento, el hechizo, la resurrección. La
literatura - ese acto silencioso y clandestino- pone fin a las
costumbres del día, rompe con los códigos y las cadenas de la comunidad.
No solo “reanima a los muertos en los libros”, declaración donde
Quignard, por cierto, hace señales, quizás sin saberlo, a Quevedo
(cuando éste dice que en la lectura “escucha con los ojos a los
muertos”), sino, aún más y mejor, “la literatura deshechiza Ia suerte
lanzada sobre nosotros al nacer”.
Quignard, sin duda, en estado puro.
Publicado en el Facebook
de Alberto Ruiz de Samaniego, 03/11/2021
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