Botonera

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31.10.21

y XXII. "PINTORES DE LA VIDA MODERNA", de Alberto Ruiz de Samaniego, Valencia: Shangrila 2021



GIACOMETTI, O DE LA IMPOSIBILIDAD


Alberto Giacometti



La consigna de Alberto Giacometti bien pudiera haber sido aquélla que enarbolara su amigo Samuel Beckett: fracasa otra vez, fracasa mejor. La sensación, al tiempo trágica e irrisoria, de una radical imposibilidad de éxito en su proyecto escultórico, pictórico o dibujístico es continua en el artista suizo al menos desde 1945. Cuando se produce en él –para él– una revelación fundamental, que no es otra que la de la insondable profundidad en que se abisma lo real mismo y, por tanto, su esencia incapturable y, al tiempo, la exigente, absorbente necesidad y urgencia de capturarlo. Al precio que sea, que no es otro que el de su propia obra y actividad, una y otra vez haciéndose y deshaciéndose en este trabajo como de condena y predestinación que tiene algo de mito griego, órfico y, a la vez, kafkiano. Destino de fatalidad, pues, e inacabamiento, reinicio, corrección y borrado perpetuos que, por ejemplo, se manifiesta en todo su fúnebre esplendor en las sesiones que nos transcribió James Lord. Cuando, allá por 1964, Giacometti lucha una vez tras otra por rescatar, a lo largo de innúmeras sesiones, la semejanza, la realidad más dura de una simple cabeza humana; la del propio Lord, que asiste, entre atónito y admirado, a ese combate de Sísifo en el que el artista no ceja –ni cesa– de fracasar. Hasta que todo adquiere, en ese acto de pintura extrema y extremada, tintes de verdadera irrealidad y fantasmagoría. Lo real mismo es el fantasma, o la momia: el trozo espectral y atávico, irredento y refractario, que se resiste a la revelación, pero que persiste –o insiste– inminente e inclemente al borde mismo de ese infierno al que se accede a través del acto de pintar una simple e imposible cabeza humana.  “Es imposible pintar un retrato”; “Es imposible dejar algo acabado”, “es imposible reproducir lo que uno ve”, le confiesa a menudo el artista al escritor. 

Pero tampoco, por ello, se puede parar. Aquí el tiempo –shakesperianamente– se ha salido de sus goznes.  La realidad se desliza o se escapa por un punto de inaccesible sutura que es como una herida que no para de abrirse y sangrar, y de la que se alimenta, como una alimaña culpable y sedienta, el pintor ansioso y eternamente fracasado: “No podemos parar ahora –le avisa Giacometti a Lord casi desde el principio. Pensé que pararía cuando estaba yendo bien. Pero en estos momentos va fatal. Es demasiado tarde. No podemos parar ahora”. Si al menos pudiera una vez, una sola vez, hacer una cabeza, entonces todo el sortilegio y la maldición se evaporarían como por encanto. La pintura saldría bien, y todo se acabaría. La realidad misma, en toda su refracción y hondura, habría sido vencida, y sería el momento supremo y final, el tiempo escatológico de la redención y el descanso. La donación definitiva en que lo real indómito al fin ha sido humillado, y se ofrece –manso– en todo su despliegue inmenso y estelar. Pero, naturalmente, eso no puede ser, nunca puede ser, “para ser capaz de hacerlo, tendría que morir” (Giacometti a Lord). Y por ello, de todo el paisaje material y humano, no queda la más mínima posibilidad, ni siquiera un rostro, o una cabeza, con la que iniciar la conquista y superar esta agonía. Alianza y condena de la infinitud. 

Lo terrible es no poder poner fin a esta elección, a este destino que sólo la muerte resuelve, y al que apunta sin sosiego la experiencia del arte en el suizo. La pintura, o el dibujo o la escultura, es como una muerte que no termina de morir y, por tanto, de revelarse, de manifestarse o hacerse cuerpo; cuerpo presente de la culminación al fin alcanzada. Giacometti habita, (in)feliz, en esta terrible absurdidad como de topo kafkiano en su madriguera inacabable. Cuanto más avanza, más se ahonda la oscuridad y el pánico, y el laberinto se agranda como una torre de Babel crecida en nocturnidad y rabia sobre la página o el lienzo. “Eso es lo terrible: cuanto más se trabaja un cuadro –le dice a Lord–, más imposible resulta acabarlo”.

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