LA ESTETICA NAZI.
EL PODER COMO ESCENOGRAFÍA
Acuarela de Adolf Hitler
[...] El cambio que sufre el concepto de arte en Occidente, sin duda de orden espectacular (y aquí veremos cómo esta palabra adquiere una connotación omnímoda en nuestro tiempo), encuentra en el conjunto de acontecimientos denominado “Nazismo y Segunda Guerra Mundial” la confirmación acelerada de una crisis fundamental. Un cambio de época que todavía no somos capaces de medir, para el que incluso nos falta el lenguaje. Ello quiere decir, si es que quiere decir algo en el modo, antiguo, de una voluntad, que el totalitarismo nazi no fue solo un acontecimiento histórico como otros, circunscrito y limitado con sus causas, sus peripecias y sus resultados. No: ha sido un absoluto. Este absoluto es nombrado cuando pronunciamos nombres como Auschwitz (¿cómo poetizar después de Auschwitz?), Treblinka, Dachau, Gueto de Varsovia y tantos otros. Lo que allí ocurrió, el holocausto de los judíos, y la formación de un universo concentracionario, es, ya se hable o no se hable de ello, el fondo de la memoria en cuya intimidad cada uno de nosotros, y la sociedad como comunidad, ha aprendido a recordar y olvidar. Así se produce todavía en el París del 68, donde se escuchó el grito: “Todos somos judíos alemanes”, lo que quería significar una relación de solidaridad y fraternidad con las víctimas de un poder total autoritario, de la inhumanidad política y racista representada, en estado absoluto, por el nazismo. (1) Y una de cuyas caracterizaciones, si no uno de sus rasgos motrices, viene dado por la importancia estética, por la tentativa impuesta de cambiar o modelar estéticamente el mundo. Una estetización de lo real, la materia, de forma absoluta, convertida en arte, también absoluto, aun a costa de la humanidad misma.
1. Cf. BLANCHOT, Maurice: «Guerre et littérature», L’amitié, París: Gallimard, 1971, pp.128-129.
No otro fue el, autodenominado, sueño de los nacionalsocialistas: hacer un mundo más bello a través de la pureza y el sacrificio. Para eso estaba el arte: al Tercer Reich le gustaba rodearse de creaciones y valores culturales (2); en la convicción de que lo estético, lo político o ideológico no pueden ser asumidos separadamente. Hasta el punto de concebir la política como la gran obra de arte: la construcción de la realidad, la remodelación de las conciencias. (3) La política como gran obra de arte total capaz de acuñar hasta la eternidad “la impronta cultural de la raza germánica”. (4) Desde el principio se unieron al partido gran cantidad de artistas fracasados. Muchos de los individuos que Hitler agrupó a su alrededor habían realizado intentos en el campo artístico. Por ejemplo, Goebbels, que había escrito una novela y poesía dramática y lírica. O Alfred Rosenberg, el ideológo del nazismo, que se había dedicado a la pintura y también albergaba ambiciones literarias. Baldur von Schirach, el dirigente de las Juventudes Hitlerianas, estaba considerado como uno de los más importantes poetas del III Reich. Y Hitler era un pintor frustrado que soñaba con ser arquitecto. El Führer jamás abandonó estos sueños. Sus primeros intentos artísticos se remontan a los años veinte: unas acuarelas en la tradición de la pintura bucólica del urbanismo germánico del siglo XIX. Él mismo dijo de sí que era artista y no político, y que se retiraría después de la guerra para dedicarse solo al arte.
2. “Sobre todo las artes figurativas, en toda su variedad y en todas sus conexiones, fueron objeto de una espectacular ofensiva publicitaria, de una grandilocuente puesta en escena. Se llegó al extremo de contraponer explícitamente el cuidado de las artes, en cuanto perdurables intereses del pueblo, a sus ‘necesidades cotidianas’”. HINZ, Berhold, Arte e Ideología del Nazismo. Valencia: Fernando Torres editor, 1978, trad. de J. Dols Rusiñol, p.33.
3. En palabras de Hitler, el movimiento nacional-socialista “debe llevar al pueblo al convencimiento de la misión general y particular que corresponde respectivamente al propio pueblo y al movimiento que lo dirige, mediante la demostración de las dotes culturales más elevadas y de su manifiesta influencia. De esta forma no hará sino aligerar la propia tarea y la propia lucha, en cuanto que, gracias a la profunda influencia ejercida en todo momento por las grandes creaciones culturales, y en particular por las inherentes a la arquitectura, facilitará la comprensión por parte del pueblo de sus grandiosas concepciones” (Discurso de Hitler en la sesión sobre la cultura en el congreso del partido del Reich, Nuremberg 1935, en: HINZ, Berhold, op. cit., p.313). En este sentido, la estética del nazismo confluye con el “nacional-esteticismo” del Heidegger de El origen de la obra de arte o de los textos de los años ‘30 de Gottfried Benn, tal como ha señalado Enrique Ocaña: “el arte como techne debía contribuir a “poner en obra” (ins-Werk-setzen) a la comunidad gracias a un proceso de auto-formación y auto-producción [...]. [Basado en la] confianza en la capacidad del Estado nacional-socialista para transfigurar el pueblo alemán en una obra de arte total...” (OCAÑA, Enrique, introducción a BENN, Gottfried, El yo moderno, Valencia, Pre-textos, 1999, trad. de Enrique Ocaña, p.20).
4. Discurso de Hitler en la sesión sobre la cultura en el congreso del partido del Reich, Nuremberg 1935, en HINZ, Berthold, op. cit., p.314.
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