ATRAPAR EL GESTO.
LOS DIBUJOS DE KAFKA
Walter Benjamin pensaba que toda la obra de Kafka representaba un código de gestos que, para el autor, no poseían significado simbólico seguro, por lo que él mismo tenía que buscarlo en diversos contextos. Lo mismo podría decirse respecto de la propia vida de Kafka, tan ajena a su escritura y, sin embargo, tan asediada por ella, tan auscultada, tematizada: traumatizada. Los relojes, diría el propio Kafka, no marchan al unísono. Hay una extranjería radical y nociva, terriblemente pura, que marca su existencia. Una extrañeza, por decir así, ontológica, que es la fuente misma de sus ficciones, y el núcleo duro de todos sus desarreglos vitales. Kafka, un solterón, habita el mundo desde una íntima y brutal lejanía de solitario. Los acontecimientos que ante él –o en él– se suceden son vistos como sucesos dubitables, entidades bizarras y metamórficas, volubles como el humo; risibles o trágicas –casi oníricas– como una representación. Por eso, como también notara Benjamin, en el escritor checo el gesto, el análisis y recorrido del gesto, es lo decisivo. El gesto supone el centro mismo de los acontecimientos. Conseguir delimitarlo o trazarlo en su máxima concentración significará alcanzar el sentido en fuga, atraparlo en una figura de inteligibilidad.
He ahí el trabajo ansioso, asfixiante –rodeado continuamente de incertidumbres e improbabilidad- de la escritura para Kafka. Sus dibujos, que salieron a la luz en la edición preparada por Niels Bokhove y Marijke van Dorst para la editorial Sexto Piso (1), forman parte de ese mismo universo textual. Kafka, de creer a Gustav Janouch, los consideraba, en este sentido, como una suerte de código privado, de lenguaje jeroglífico en que él trataba de exorcizar sus propios demonios y pasiones antiguas. “La condición previa de la imagen es la vista”, decía Janouch a Kafka. Y, Kafka, sonriendo, respondía: “Fotografiamos cosas para ahuyentarlas del espíritu. Mis historias son una forma de cerrar los ojos”.
1. Franz Kafka. Dibujos. Edición de Niels Bokhove y Marijke van Dorst., Madrid: Sexto Piso, traducción de Fruela Fernández, 2011.
De hecho, Kafka, a menudo, insertaba sus grafismos, sus trazos rápidos y sus figuras grotescas en medio de sus escritos; lo cual, lamentablemente, no queda demasiado claro en la edición que comentamos; a veces por culpa ya del propio legatario de los dibujos, Max Brod, que los arrancó de su lugar originario, para convertirlos en lo que nunca fueron: imágenes autónomas, exentas de su territorio verbal. En otras ocasiones, el criterio de edición no permite respetar la dimensión original del trazo, lo que dificulta enormemente la legibilidad, la concreción escalar de la imagen, algo esencial tratándose de Kafka, siempre tan preciso, tan minucioso. En todo caso, esta cuarentena de dibujos que ha salido a la luz –sabemos que hay más que reposan en los archivos legados por Brod– responden punto por punto, en su misma diversidad estilística, a las obsesiones comunes del escritor, buen aficionado, por lo demás, a las artes plásticas.
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