UNA NOCHE LLENA DE SOL: LEWIS CARROLL
Charles L. Dodgson, The Dream, ca. 1860
Para ver, cierra los ojos
El mundo de Alicia se parece demasiado al jardín griego según la interpretación nietzscheana. Está poblado de rosas, conejos, hierbas, fuentes y gatos que sonríen, pero, a pesar de su aspecto encantador, esta Wonderland en realidad es el infierno. Un ámbito infestado por la glotonería y el castigo, la caída, los juicios y las condenas capitales. Se diría que estamos en un universo-vientre pleno de ansiedad y furia, un estado en perpetua digestión. (1) Allí, el mundo ha perdido toda unidad y fijeza, su carácter estable. Y ello se confirma, entre otras cosas, en la pérdida de identidad del sujeto y en las mudanzas de los propios lugares, nombres y formas. De Alicia, por ejemplo –de la que se nos cuenta su natural tendencia a la plenitud o la abundancia del desdoblamiento, esto es: “a hacer como que era dos personas distintas” (2)– ella misma, sin embargo, nos avisa que “¡Es inútil hacer de dos personas! ¡Apenas queda de mí lo bastante como para hacer de una sola!” Lo que se viene abajo, entonces, es el cartesiano bastión de la identidad, sometida sin desmayo a inquietantes turbulencias nocturnas: “¿Habré cambiado yo por la noche? Vamos a ver: ¿era la misma al levantarme esta mañana? Casi me parece recordar que me sentía un poco distinta. Pero si no soy la misma, la siguiente pregunta es: ¿Quién caracoles soy? ¡Ah, ese es el gran enigma!”.
1. Svankmajer, en su estupenda versión cinematográfica de 1988, ha captado muy bien este carácter cruento y corrosivo del jardín de Alicia, intensificando los aspectos violentos y macabros.
2. Citamos siempre, en el caso de los relatos de Alicia, por la edición de GARDNER, Martin, Alicia Anotada, Madrid: Akal, 1984, trad. de Francisco Torres Oliver.
Como es sabido, en Alicia en el país de las maravillas todo comienza cuando la niña se queda dormida. Y termina cuando despierta, advirtiendo que las cartas que caen sobre ella no eran en realidad más que hojas secas. “¡Oh, tuve un sueño tan extraño!” Parece, pues, que impera el orden de la ilusión con los ojos cerrados –“para ver, cierra los ojos”, dice el personaje en el film de Svankmajer–; un estado que se corresponde con el del sinsentido y la infancia. De hecho, Alicia misma es definida como “la niña del sueño”. Siguiendo un fructífero apunte de Gilles Deleuze en Lógica del sentido, puede decirse que la consecuencia de todo esto es que solo queda el efecto de un universo en el cual lo interior y lo exterior se confunden, la vigilia y la somnolencia o la ensoñación se entrecruzan; y uno, entonces, siempre acaba siendo el objeto del sueño de algún otro. Ese escenario, que se repite en bastantes de los poemas de Carroll y en las imágenes fotográficas (por ejemplo, en The Dream, ca. 1860), es particularmente evidente en Silvia y Bruno, donde la trama se despliega a partir de constantes conexiones oníricas entre planos de realidad diferentes.
La prueba más explícita la encontramos en A través del espejo: el texto comienza con Alicia acurrucada en el sillón, medio dormida –esta va a ser una pose habitual de sus modelos fotográficos. Al final, se preguntará quién ha soñado toda la historia, si ella o el Rey Rojo. Quién ha soñado, en definitiva, a quién. Pero hay una fotografía de Dodgson que condensa la idea de manera verdaderamente asombrosa. Su título es: Mary MacDonald Dreaming of Her Father and Brother. Está fechada en 1863, y en ella vemos cómo el hermano y el padre de Mary, el escritor de literatura fantástica George MacDonald, observan con extrema atención el cuerpo inconsciente, pero activo interiormente, de la niña. Lo que sorprende, aún más que la extraña materialización tan poderosa del sueño, es que el sujeto soñador parece mucho más vulnerable e inconsistente que los cuerpos soñados; lo que, ciertamente, no sucede en The Dream, donde las figuras de la alucinación son más tenues o frágiles que la de la muchacha soñadora [...]
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