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A finales del siglo XIX, el cine es una invención sin apenas recorrido, algo así como una vagoneta de tracción manual; quienes van a subirse a ella no saben lo que les espera; máquina y maquinista deben progresar a la vez, avanzando desde cero por caminos inciertos, descubriendo paisajes que aún no están en el mapa.
Aunque por entonces las noticias viajaban despacio, Sjöström tuvo que saber que un rayo acababa de caer en el Salon Indien du Grand Café del Boulevard des Capucines, en París, donde los hermanos Lumière habían realizado la primera exhibición comercial de su cinematógrafo. Solo seis meses después el cine hacía su aparición en Suecia. ¿Cómo recibió Sjöström estas novedades? ¿Les dio importancia? ¿Las tomó a broma? Es imposible saberlo. De lo que podemos estar seguros es que en 1896 el cine no entraba aún en sus planes; cerrada la puerta del circo, su principal aspiración era el teatro.
Mientras los operadores de Lumière comienzan a viajar con sus cámaras, el joven Sjöström se halla en punto muerto; libre de la férula paterna, le toca ahora recuperar el tiempo perdido; necesita formarse como actor, enrolarse en una compañía, hacerse un nombre, ganarse la vida.
Suecia no era por entonces el próspero estado en el que luego se convertiría. Todavía es un país fundamentalmente agrícola, pero a su favor cuenta con un rey amigo de las artes, Óscar II, y una incipiente pero vigorosa industria que va a guiarlo hasta la modernidad. El modelo filantrópico de esta nueva sociedad que camina con paso firme hacia el siglo XX es Alfred Nobel, el célebre inventor que fallecería a finales de ese año. (1) Para entonces, Sjöström ha dado los primeros pasos para su emancipación; nunca ha dejado de considerarse actor (de hecho se empadronaba como tal en los sitios donde desempeñaba los “trabajos forzados” que su padre le buscaba) y, haciendo honor al apellido de su madre y de su tío, se presenta en público como Gerhard Hartman.
1. En una época marcada por los avances e invenciones, la aportación de Suecia al progreso no se limitó a Alfred Nobel; sus aportaciones se extienden a otros campos y a otros nombres: la ingeniería mecánica (Sven Windquist), la electricidad (Jonas Wenström) o la telefonía (Lars Magnus Ericsson), por citar tres ejemplos. Tampoco podemos olvidar al géologo Otto Nordenskjöld o a S. A. Andrée, promotor de la fallida expedición en globo a través del Polo Norte que acabó con la vida de todos sus tripulantes en 1897.
Trata en vano de afianzarse en varias compañías y, según nos cuenta Bengt Forslund, no pocos directores le dan con la puerta en las narices. Lejos de rendirse, persevera hasta que, al fin, uno se la abre. Se trata de Ernst Ahlbom, quien está reclutando actores para una gira por Finlandia. Enseguida Victor hace las maletas, pero hay un inconveniente: aún es menor de edad. Decidido a no perder la ocasión, echa mano de una estratagema (cambiarse el nombre y hacerse pasar por otro) a la que luego recurrirán varios de sus personajes.
Sjöström se convierte así en actor itinerante, faceta que retomará al final de su vida. Interpreta papeles en obras de Shakespeare, Ibsen, Sudermann, Sardou o Gustaf von Numers, a menudo con suerte dispar: es apreciado por algunos críticos, pero hay quien lo encuentra un tanto histriónico y aparatoso, a lo que ayudan su metro ochenta de estatura y su peso, cercano a los cien kilos. Todo ello lo pasará por alto Alexandra Stjagoff, una joven actriz rusa a la que conocerá durante una de las giras y a la que, en 1900, convertirá en la primera de sus tres esposas.
Pese a la intensa actividad que despliega en las giras, su carrera no está consolidada. A punto de cumplir los dieciocho años, y tras encajar algunas críticas adversas, el cine se cruza por primera vez en su camino. Estamos en 1897, año de la gran Exposición de Arte e Industria de Estocolmo, feria mundial donde las nuevas tecnologías viven su puesta de largo. Además del cine, se presentan allí los últimos avances en el campo de la fonografía. Como recuerda el profesor Jan Olsson, el legendario cámara Alexandre Promio, que a la sazón representaba a los Lumière, trajo a la capital sueca un lote de títulos resultantes de las expediciones fílmicas auspiciadas por la firma francesa, “pero, en consonancia con la política de Lumière, aprovechó la estancia en Suecia para rodar material nuevo que luego se agregó al catálogo de la firma de Lyon”. (2) Además, el operador francés sacó tiempo para enseñar a filmar a los aprendices de la compañía de Numa Peterson, un hombre de negocios procedente del ramo farmacéutico cuya actividad se había orientado a la comercialización de fonógrafos, cilindros, cámaras de cine y proyectores, entre otros muchos ingenios. De aquellos rodajes exprés salieron unas cuantas películas caseras que fueron proyectadas durante la Expo y que surtieron de material a las salas que comenzaban a operar en el país. (3)
2. Jan Olsson: Exchange and Exhibition. Practices: Notes on the Swedish Market in the Transitional Era. Recogido en el libro Nordic Explorations. Film Before 1930 (John Fullerton & Jan Olsson Eds.; vol. 5, numbers 1/2 of Aura. Films Studies Journal; Londres, John Libbey & Co., 1999) p.147.
3. Destacado empresario del gremio de la fotografía, Peterson fue el primero de los productores y exhibidores suecos. Según la misma fuente, obtuvo en 1897 la concesión para la exhibición cinematográfica en Estocolmo y gestionaba con los hermanos Lumière un cine de verano. Gracias a su iniciativa, los primeros programas llegaron también
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