Botonera

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15.10.21

V. "PINTORES DE LA VIDA MODERNA", de Alberto Ruiz de Samaniego, Valencia: Shangrila 2021




BAUDELAIRE Y LA MUSA DE LOS ÚLTIMOS DÍAS





Decimos “musa de los últimos días” en un doble sentido, pues lo que Ernesto Kavi (1) ha traducido y ordenado para nosotros son, por decir así, los papeles póstumos de Baudelaire (custodiados y salvados de la incuria por su club, los Asselineau, Poulet-Malassis, Nadar y pocos más). Donde hemos de incluir sus dibujos (casi una cuarentena, los conservados) y sus escritos fragmentarios, aforísticos, ideas y proyectos, listas de obras, anotaciones al margen… casi, de la vida. Pero, también, decimos “musa de los últimos días” –una expresión, por cierto, que emplea el propio Baudelaire– para aludir a una específica afección de carácter apocalíptico y en buena medida de una severa violencia y destrucción que, si bien acompaña al poeta a lo largo de toda su –corta– vida, ahora, en estos escritos se manifiesta desde luego con una radicalidad extrema. 

1. Charles Baudelaire. Dibujos y fragmentos póstumos, México-Barcelona: Ed. Sexto Piso, 2012, edición, traducción y notas de Ernesto Kavi, p.363.

Es la fuerza golpeadora del “ala de la estupidez”, por ejemplo, que el escritor siente acechando cada vez más insistente. Como se sabe, Baudelaire sufre un ictus cerebral a los 45 años y queda postrado, sin habla y casi sin conciencia hasta que, al poco tiempo muere, escuchando, al parecer, en sus últimos días la música –amada– de Wagner. Es el tiempo de los años finales de desolación y despolitización, con el poeta ya au delá de la melée, descreído de todo y de sí mismo, desconfiando “del pueblo, del sentido común, del corazón, de la inspiración y de la evidencia”. Ejercitándose en un proyecto de salvación, laboriosidad y salud –mental y física– para el que, desde luego, no está llamado. Pero es también, este Baudelaire del nihilismo –que tanto interesó a Nietzsche– y que parece escribir como para el juicio final (“Olvidé el nombre de esa puta…¡ah! ¡bah! Lo recordaré en el juicio final”), el más íntimo, el más franco y el más penetrante, a fuer de alucinado. El más filósofo, también.

No estamos ya ante el fino estilista, el joven dandy displicente y sarcástico de escritura preciosista que ama por encima de todo el concetto, en tanto que la verdadera obra maestra. Más bien nos topamos con un hombre avejentado prematuramente, furioso a menudo y obsesivo en la búsqueda de sí. Un self que parece derramarse por todos lados, pleno de oscuridades, obscenidades y dejaciones; frágil en su orgullo alicaído. Extraviado. Los dibujos son, en este sentido, un material verdaderamente rico, por más que, desde un punto de vista formal, no pasen de la mediocridad. En ellos vemos la presencia del autorretrato justamente como una obsesión, o aún más, como el intento de alcanzar una figura que –como ya notara Courbet– se caracteriza por su inconsistencia y transformación continuas [...]




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