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TEORÍA DEL MUNDANAL RUIDO
No siempre dice el filósofo en voz alta lo que piensa en voz baja.
Hay una diferencia que hace comprensible lo que la filosofía, siendo tan occidental, tiene de oriental en un sentido extremo, situando a los filósofos a un lado u otro –o entre medias– del espectro lógico-sentimental. Se trata de la diferencia entre los que practican el tatemae a costa del propio pensamiento, manteniendo las formas (sociales) en perjuicio de las ideas, y los que vinculan su práctica contemplativa al honne (deseos, sentimientos y emociones), aun sin caer presos en las veleidades del alma sin criterio. Si se rinden al tumulto anímico, a poco que lo organicen, pueden llegar a ser pequeños poetas o grandes déspotas emocionales, amos y amas de su propia casa, cuyos trapos sucios sacan a relucir, ocultando el sol. Los más avezados pueden construir una estrella.
El filósofo que no es un dogmático camuflado practica el honne del tatemae, desea el orden del mundo y contempla su desorden, racionalmente entusiasmado. Si no fuera porque es demasiado griego para huir de la ciudad, el filósofo de los orígenes podría ser un japonés que contempla la realidad sin acatar la diferencia entre deseos y convenciones, con los ojos como platos y la cabeza laminada, hecha una bandeja de plata, platón sobre el que el mundo reposa y los pájaros de la inteligencia comen. Por otra parte…
Huir del mundanal ruido es una prerrogativa distinta, simbiosis entre el sabio y el idiota (idiotés) de la que nace el monje. El cenobio es el tatemae del honne: nido de súcubos, ágora de cuerpos invisibles.
El alma del mundo es el resultado de la huida condenada al fracaso de unos pocos. El fracaso de la huida es su éxito desde la perspectiva del mundo, que acontece en “la captura”. Así pues, el alma del mundo es la cabeza (totémica) de la que cuelgan otras cabezas, hidras cabizbajas, que se corresponden con las almas disecadas de los que perdieron el corazón, dejando un charco de sangre. Para los usos del mundo, vale lo que un océano para los navegantes sin rumbo o con rumbo programado, usuarios del sentido ajeno, coleccionistas de brújulas, almirantes poco imaginativos, historicistas, adoradores del astrolabio.
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