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Máscaras de celuloide
¿Era Sjöström un autor? ¿Hasta qué punto le pertenecían sus películas? Cuando ingresó en Svenska Bio, en 1912, filmaba lo que le caía en las manos, en su mayoría encargos del patrón, Charles Magnusson. Quiso el azar que desempolvara un texto arrinconado para montar su primera obra importante, Ingeborg Holm, y solo una crisis personal le condujo después hasta Noruega, hacia Ibsen y Terje Vigen, justo cuando pensaba abandonar el cine. Ahí empieza su leyenda, que es también la de un director de oficio cuyas películas se basan en obras literarias, es decir, en ideas ajenas. Nada más opuesto en este sentido a Ingmar Bergman. Además de un gran cineasta, el director de El rostro era un formidable escritor, el dueño de su propio universo. No puede decirse lo mismo de Sjöström, a quien su biógrafo Bengt Forslund reprocha su discreta pluma.
Pero al cotejar sus mejores películas con los libros que las inspiran, vemos que al igual que Hitchcock, Sjöström busca (o se deja seducir por) pretextos; desea construir ficciones que le sirvan a la vez para ocultarse y revelarse. El agudo Bergman, que conoció a Sjöström y le dio una segunda piel para que ensayara su muerte en Fresas salvajes, lo dejó claro en Creadores de imágenes. En un momento de la representación, y a través de las palabras de Per Olov Enquist, hace que el personaje de Victor confiese al de Tora Teje: “He rodado esta película (La carreta fantasma) para ocultarme. Como si se tratara de una cueva destinada a esconderme. ¡Y es mía! —exclama casi con orgullo posesivo—. Cuando nadie recuerde su novela (Körkarlen, de Selma Lagerlöf) mi película seguirá viva. Así que no pienso avergonzarme por retocar su alma”.
El propio Bergman reconoció en sus memorias que, sin interferir en su labor, solo a través de la autoridad que emanaba de su persona, Sjöström se adueñó de Fresas salvajes: “Victor Sjöström me había arrebatado mi texto y lo había convertido en algo de su propiedad, había aportado sus experiencias: su propio sufrimiento, misantropía, marginación, brutalidad, tristeza, miedo, aspereza, aburrimiento. Había ocupado mi alma en la forma de mi padre e hizo de todo su propiedad (…) Yo no tenía nada que añadir, ni un comentario racional o irracional. ¡Fresas salvajes ya no era mi película, era la película de Victor Sjöström!”. (22)
22. Ingmar Bergman: Bilder (Imágenes, 1990). Traducido del sueco por Juan Uriz Torres y Francisco J. Uriz (Tusquets. Colección Andanzas, Barcelona, 1992).
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Ni sensacional ni espectacular
Quizá el principal problema que arrastra el cine de Sjöström es no haber tenido detrás un aparato crítico respaldado por teóricos influyentes. No haber gozado, por ejemplo, del favor de un Rohmer o de un Truffaut. Ni el hombre ni sus películas fueron nunca caballo de batalla; nada ha justificado levantar una barricada en su nombre ni llamar a los cinéfilos a la rebelión. ¿Para qué? Al fin y al cabo, este era el cine que gustaba a los prebostes del cine francés, “el cine de papá” contra el que arremetían aquellos niños terribles metidos a críticos.
“Sus películas, ni sensacionales ni espectaculares, no han tenido la atención que merecen”, denuncia Lewis Jacobs en su libro sobre el cine americano. (24) Pero no todos parecen compartir su opinión. Conocido es el desdén de Andrew Sarris, crítico norteamericano influido por Cahiers du cinéma que en su famoso escalafón lo relega a la categoría de “temas para una posterior investigación”, aplazamiento que solo estaría justificado en el caso de no tener acceso a su cine. Su postura parece obedecer, sin embargo, a una falta de interés personal: la indiferencia hacia algo relativamente valioso pero desfasado.
24. Lewis Jacobs: The Rise of American Film: A Critical Story, op. cit., p.366.
Por otro lado, el comentario de Sarris resume bien la cautelosa ambivalencia de los forjadores del canon respecto al maestro sueco. Para curarse en salud, dice: “Es muy posible que Seastrom haya sido el primer gran director del mundo, anterior incluso a Chaplin y Griffith”, pero tras reconocer su decisiva impronta en el ámbito escandinavo (Dreyer, Bergman) asegura que su obra norteamericana es “enormemente dispar”, como si “su alma artística ya no hubiera podido respirar por no hallar suficiente aire en los escenarios de Hollywood”. (25) En otras palabras: debió ser lo bastante grande en Europa, no terminó de serlo en América.
25. Andrew Sarris: The American Cinema; Directors and Directions, 1929-1968, Dutton, New York, 1968 (Ed. española por Diana, 1970). En la categoría de directores “pendientes de evaluación”, Sjöström está muy bien acompañado, nada menos que por Henry King King, Pal Fejös y Tod Browning, superiores, en mi opinión, a otros que Sarris coloca en su “olimpo”.
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Si rastreamos los sondeos el panorama es aún más deprimente. Desde la Segunda Guerra Mundial proliferan las encuestas “mundiales” convocadas por instituciones y revistas cinematográficas, práctica hoy extendida a los usuarios de internet. Buscar en ellas un voto a favor del cine de Sjöström era (y sigue siendo) como buscar una aguja en pajar. Entretanto, en la mayoría de antologías dedicadas a las “cien mejores películas de la historia” (confeccionadas a menudo con una mentalidad de cinéfilo midcult inglés o americano), a las quinientas de cabecera (tipo recetas de cocina) o a las “mil y una que hay que ver antes de morir” (si se trata de poner deberes), figuran los mismos títulos, unos grandes, otros no tanto, en un rito mitómano que parece no tener fin y que se extiende ad infinitum por libros, programas y tertulias. Como apuntó hace décadas Robin Wood, “Sjöström figura entre los más subestimados, de hecho es uno de los más necesitados de una urgente y amplia revalorización”. (26)
26. Robin Wood: Essays on the Swedish Cinema. Part II: Stiller and Sjöström. Publicado en Lumière, nº de abril-mayo de 1974, p.36.
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