ALGUNOS CONSEJOS DE SHERLOCK HOLMES
PARA JÓVENES TEÓRICOS, O DE LA HERMENEÚTICA (EXPLICADA A LOS NIÑOS)
Edouard Manet, Retrato de Stéphane Mallarmé, 1876
[...] Holmes, lo sabemos, es un fumador: “Los ojos de Holmes centelleaban mientras lanzaba hacia el techo una triunfal nube de humo de su cigarrillo” (Un escándalo en Bohemia). “Se pasó toda la tarde y buena parte del anochecer perdido entre nubes de humo de tabaco, inmerso en sus pensamientos” (El sabueso de los Baskerville). He aquí el humo como señal inequívoca de una intensa actividad de concentración. También la voluntad –expresada, como es sabido, por Mallarmé– de interponer entre él y la realidad una cortina de humo: “Que haya algo de humo entre el mundo y yo”, escribió el poeta. (Manet entendió muy bien esta necesidad en el retrato que hizo del escritor).
También Munch, en alguno de sus autorretratos:
No se trata, en todo caso, como piensan los freudianos, de que el cigarrillo suponga una suerte de compulsión de retorno a un estadio de oralidad infantil; donde la boca deja de articular lenguaje en favor de actividades meramente fisiológicas, como la succión o exhalación. Sino de la capacidad que alcanza el retraído del mundo, por medio de las ondulaciones del humo mismo, para evadirse del apremio o de la coacción de lo real. Esto nos recuerda aquella leyenda sobre Demócrito de la que habla alguna vez Borges: se arrancó los ojos en un jardín para pensar, para que el mundo externo no lo distrajera. He ahí una persona que ve el mundo visual como un estorbo para el pensamiento puro. Incluso podría darse, como Mallarmé sugiere en su poema titulado Cigarro, que con el humo se consiga descomponer la dureza fenomenológica de toda realidad plausible, comenzando por la del sujeto mismo y acabando con la misma precisión del todo. Citamos el poema por la traducción de Alfonso Reyes:
“Toda el alma resumida
cuando lenta la consumo
entre cada rueda de humo
en otra rueda abolida.
El cigarro dice luego
por poco que arda a conciencia:
la ceniza es decadencia
del claro beso de fuego.
Tal el coro de leyendas
hasta tu labio aletea.
Si has de empezar suelta en prendas
lo vil por real que sea.
Lo muy preciso tritura
tu vaga literatura”.
Tal es la condición pre-especulativa que el ritual del cigarrillo ha de propiciar. Un Londres vago, siempre indefinido y equívoco –laberinto de niebla donde, como en el cuadro de Spilliaert, lo real pierde su forma, o se agita; y lo que se ve, tiembla– ha de constituir, en consecuencia, el espacio ideal para el ejercicio apartado del análisis y la especulación.
De hecho, en tanto que lector de signos, tal vez Holmes no busque otra cosa, en definitiva, que el olvido de sí. Diríamos que se sumerge en las aventuras para no tener que estar consigo mismo ahí. Como la lengua dice justamente de la figura de un lector que está abstraído, ausente o sumido en la lectura.
Trabajo, en fin, de zapa y nulificación que bien podría hasta alcanzar la sensación de que todo es sueño, (en la intimidad y en el exterior), sueño por dentro y por fuera –por usar, de nuevo, una expresión pessoana. Estamos recordando aquí un texto muy conocido del poeta portugués, otro gran fumador –también degustador de enigmas, como Holmes, y también, en sus propias palabras, un “monstruo de la racionalización”:
"Acendo um cigarro ao pensar em escrevê-los
E saboreio no cigarro a libertação de todos os pensamentos.
Sigo o fumo como uma rota própria,
E gozo, num momento sensitivo e competente,
A libertação de todas as especulações
E a consciência de que a metafísica é uma consequência de
estar mal disposto.
Depois deito-me para trás na cadeira
E continuo fumando.
Enquanto o Destino mo conceder, continuarei fumando".
[...]
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