Por Antonio Rojas
Cine e historia en los tiempos de la autarquía cuartelera. El investigador Christian Franco analiza en ‘La poética del asedio’ el papel de las películas de inspiración histórica entre 1943 y 1951.
En aquella "nueva España" salida de la Guerra Civil, triste, revanchista, hambrienta e inmersa en una autarquía cuartelera, las autoridades entendieron que era necesario legitimar el régimen militar y reaccionario que había triunfado por las armas. Que había vencido, pero no convencido. Para ello resultaba fundamental revisar la Historia, moldearla y reescribir consciente y premeditadamente el pasado nacional para que sirviese y se ajustara a sus intereses. Al mismo tiempo, debía transmitir unos valores eternos que se consideraban plenamente españoles.
A este fin se prestaron hombres de letras afines al régimen como José María Pemán, cuya amplia producción escrita, incluida una "historia de España contada con sencillez", justificaba sobradamente el conflicto bélico y la posterior dictadura. Se imponía una exaltación del héroe-caudillo, un maniqueísmo que distinguiera de forma clara entre nosotros y ellos (buenos y malos), la ausencia de crítica y la exhibición de una lejanía gloriosa que evidenciara, desde una visión teleológica, la lógica del presente. Cuestión de afección a los nuevos tiempos y a una concepción romántica del país.
¿Y qué mejor que echar mano del cine, medio tremendamente eficaz para difundir el ideario nacionalcatólico, influir en las mentes y los comportamientos de las masas y construir un imaginario común? Las salas, en aquella época tenebrosa de estraperlo y cartillas de racionamiento, eran el refugio preferido de una población sometida y atemorizada. Un espacio en el que olvidarse por unas horas de la terrible realidad cotidiana.
Ese es el momento en que se producen y exhiben en todo el país unas cuantas películas de ambientación o intencionalidad histórica que transmitían a la ciudadanía una mirada concreta del pasado y el presente. Cintas que revisitaban gestas pretéritas o recreaban la peripecia vital de ciertas figuras. Este subgénero florece en 1943 con El abanderado, de Eusebio Fernández Ardavín, eclosiona en 1944 con Lola Montes (Antonio Román), Eugenia de Montijo (José López Rubio) e Inés de Castro (José Leitâo de Barros) y conoce su ocaso definitivo en 1951, año de estreno de Alba de América, de Juan de Orduña, el director por antonomasia de este tipo de filmes.
Fueron un total de 18 largometrajes que han sido comúnmente despreciados por historiadores y críticos. Todos les conceden escaso valor artístico, los han tildado de “cine de fazaña” o “celuloide de cartón-piedra” y propiciaron su condena al ostracismo.
Por eso goza de un valor añadido el trabajo La poética del asedio. Cine e historia en la autarquía, de Christian Franco Torre, quien combate los tópicos al respecto analizando en profundidad este ramillete de producciones que habían tomado el testigo de lo que se llamó “cine de Cruzada”. Sin necesidad de blanquearlas o de minimizar su carga ideológica. Antes al contrario, Franco Torre asume de partida que sirvieron para transmitir las inquietudes políticas e identitarias del régimen y contribuyeron a crear un relato concreto, el de los vencedores.
El libro –que aspira a convertirse, y seguramente ya lo sea, en referente historiográfico para un subgénero y una época– extrae aquellos elementos y temas más definitorios del “cine de Historia”, especialmente la relación que guarda con la pintura decimonónica, cuyos lienzos rescata y pone en movimiento. La idealización de la mujer para reafirmar unos valores (castidad, fidelidad, sacrificio...). La ubicuidad de la muerte. La figura del “ausente”. La exacerbación de la resistencia. La insistencia en el asedio. Y todo ello, bajo la protección y el impulso de las autoridades, el favor de la crítica de entonces y la buena acogida de los espectadores.
La visión ecuánime y rigurosa que brinda Christian Franco de unos años y un cine determinados quizá nos permita, a partir de este momento, mirar con ojos menos prejuiciosos, menos reduccionistas y más críticos aquel ramillete de largometrajes. Ahora podremos analizarlos con actitud más comprensiva, pero sin perder de vista qué los inspiró. Además de los títulos ya citados, el cinéfilo se adentrará en las singularidades de Los últimos de Filipinas, El doncel de la reina, Héroes del 95, Reina Santa, La princesa de los Ursinos, Doña María la Brava, El tambor del Bruch, Locura de amor, El marqués de Salamanca, Don Juan de Serrallonga, Agustina de Aragón, La leona de Castilla y Catalina de Inglaterra.