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TEORÍA DE LA SINCERIDAD LITERARIA
La literatura es el instrumento depresivo en manos de una clase inexistente, capaz de alegrarse, empero, o, al menos, de pasar no muy infelizmente el tiempo con su juguete.
Se hace inventario deprisa, se exigen nuevos cánones que unifiquen las idiosincrasias. Las nuevas almas, pese a lo mucho que desean contar, no tienen cabida en el seno impreso de la Historia.
Estamos demasiado cansados para articular las nuevas historias según el viejo patrón racional de la novela: ficción verosímil que entrevera los órdenes consuetudinarios del malestar y de la fantasía edificante con todos sus adulterios, sus rebeliones, sus sarcasmos y sus admoniciones. Todo el mundo escribe diarios, poesías, aforismos. Todo el mundo escribe a todas horas. El oficio se ha convertido en lo que era cuando se inventó la escritura, en tiempos de esclavitud: un instrumento de contabilidad. Ahora, uno es el esclavo y el capataz de sí mismo. El capataz golpea el lomo del esclavo, y nace un poema.
Contar seres y enseres, organismos y cosas. Una memoria externa. Contar emociones y sentimientos, penas y alegrías. Una memoria interna.
El alma, que nació de la interiorización de las cosas, atragantada de mundo, devuelve ahora los restos no digeridos. Pero el secreto de toda religión, incluyendo la literaria, consiste en lo que oculta tras su jaculatoria.
Del mismo modo que no todo el mundo sabe hacer zapatos, no todo el mundo sabe escribir. Sin embargo, cualquiera aspira a conocer la horma de su zapato. A este deseo natural, convertido en ambición literaria masiva, podemos denominarlo “pequeña literatura al por mayor con vulgares aires de grandeza”. Su principal virtud es la sinceridad, lo que le permite a cualquiera presumir de su principal defecto. La literatura se convierte en el instrumento deprimente en manos de una clase alborotada que confunde su presunción de sinceridad con la verdad de una mentira vinculante.
Hay que describirlo y pasar a otra cosa. Irritarse es participar muy sinceramente de la confusión, contribuyendo a su verdad contrahecha, en el centón de las verdades a medias, contrahaciéndonos a su sincera imagen y emocionadísima semejanza. El esclavo se resiste a poetizar, y el capataz pierde la cuenta.
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