PELO DE LIMBO
(REMEDIOS VARO EXTRAE UNA ISLA DE SU CABEZA)
Mariel Manrique
[Fragmento]
[...]
Es un gesto antiguo, tan antiguo como la extracción de la piedra de la locura de la cabeza del loco medieval. Extraer una piedra, como quien extrae un coágulo o un tumor, para seguir viviendo. Tirar con suavidad e insistencia de un hilo, hasta que la mano recoja el motivo del dolor o el modus operandi de la supervivencia. Que la cabeza no se parta, que no se agote, que resista.
El gesto de Remedios Varo comenzó de niña, de pie junto a su padre frente a las imágenes del Museo del Prado. Había nacido el 16 de diciembre de 1908 en Anglés (Girona), pero su familia se había trasladado a Madrid. En el museo veía las criaturas risueñas y terribles de Goya, los santos delgadísimos y angulosos de El Greco (esos fósforos sombríos), los infiernos musicales de El Bosco. Supo que quería estar de ese lado, fijo e inmóvil, y hacer figuras. Entonces papá y mamá la anotaron en las Academia de Bellas Artes de San Fernando, y Remedios empezó a dibujar. Nunca dejó de hacerlo. Hay carpetas de apuntes y bocetos en los que Remedios dibuja manos que se entrelazan con esas manos solteras de Rodin que Rilke supo ver y asir en toda su vibración animal, trémula y vulnerable.
Remedios con sus trenzas renegridas y su cara de pájaro en las viejas fotos familiares, con sus padres y sus dos hermanos. Nacida tras la muerte de una hermana mayor y bautizada en agradecimiento a la Virgen de los Remedios. Remedios y esa sensación de usurpar el lugar de la hermana desaparecida. Sin encontrar espacio para el hilo que marcará, por fin, los contornos de su isla. Busca ese espacio en París, de la mano de su primer marido, el pintor Gerardo Lizarraga, que es su pasaporte a la libertad. Malviven. Regresa a Barcelona, donde en 1936 participa en la exposición lógico-fobista organizada en la librería Catalonia. Las cartas, todas las barajas de esas cartas que amó, están echadas: su isla tendrá otra forma de medir el tiempo, que será no medirlo; y otra formar de delimitar el espacio, que será no asfixiarlo en parcelas.
De la mano del poeta Benjamin Péret (enrolado en las filas del POUM), Remedios vuelve a París y se acerca al movimiento surrealista. Se acerca para alejarse, para desviarse y usar la caja de herramientas surrealistas (los procedimientos del frottage, el fumage, la decalcomanía y las manchas de Rorschach; las enumeraciones caóticas; las yuxtaposiciones impensadas) como una caja más, entre otras, para poblar su isla de alquimistas, gatos y vagabundos, cazadoras y flautistas, bosques densísimos y violines desmaterializados por la luz, retablos voladores y criaturas híbridas que anulan la jerarquía entre los reinos. Así como en Barcelona había compartido techo con su inclaudicable enamorado Esteban Francés y con Gerardo Lizarraga, en París compartirá apartamento en Montparnasse con Esteban Francés, que le sigue los pasos, y Péret. Remedios amó para siempre a todos los hombres que amó, en las múltiples declinaciones que el amor admite: fueron sus amantes, sus parejas estables, sus amigos y los padres de los hijos que ella nunca tuvo pero a los que quiso como si fueran propios.
Mientras tanto, soplaba el viento del desastre, que nunca dejó de soplar dentro de su cabeza, aunque ella rara vez lo mencionara: el desastre de la guerra civil española, el desastre de la ocupación alemana de París durante la Segunda Guerra Mundial. En una de sus cartas, publicadas póstumamente, dirigida a un pintor no identificado, Remedios dice que no hablará del sudor frío, del insomnio que la asedia, de su deseo de perforar una madriguera en la tierra para esconderse allí dentro y no salir de ella jamás. Tampoco hablará demasiado de las detenciones, los interrogatorios, las torturas y las desapariciones de quienes quiso. Ni de su propia detención y confinamiento. Remedios no era dramática. Era discreta y guardaba en una caja de mercurio sus fantasmas. Ya sabemos cómo es el mercurio. Como los fantasmas, se extiende y se contrae y solo se secciona para multiplicarse. No se acaba nunca. En 1941, Remedios y Péret huyen de París y toman el barco a vapor Serpa Pinta, que los llevará de Casablanca a Veracruz. Es un viaje terrorífico, de ese terror del que ella no habla. Los años prodigiosos de la isla que Remedios acuna en sus manos como una medicina o un fetiche están por comenzar. Transcurrirán en México (“el lugar surrealista por excelencia”, dirá Breton), gracias a la política de asilo instaurada por el gobierno de Lázaro Cárdenas. Artaud ya estaba allí desde 1936, dispuesto a sumergirse en la sierra tarahumara. Remedios explorará todos los rincones del Distrito Federal, para recolectar sus naipes luminosos y sumergirse luego en su propia cabeza [...]
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