Botonera

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8.4.21

XII. "CARLOS SAURA O EL ARTE DE HEREDAR", Nancy Berthier / Marianne Bloch-Robin (coords.), Valencia: Shangrila 2021



Elisa, vida mía y la búsqueda de la belleza

Emmanuel Larraz


Carlos Saura, Elisa vida mía, 1977


A sus cuarenta y cinco años, tras diez películas que habían hecho de “este hombre delgado, nervioso y solitario” (1) uno de los mejores realizadores del momento, Carlos Saura, con Elisa, vida mía (1977) decide buscar un nuevo estilo al sentirse liberado de la obligación moral de denunciar la realidad social y política de su país. Este giro fue posible después del éxito mundial de Cría cuervos que hizo que el productor, Elías Querejeta, asumiera el riesgo de financiar una película más difícil y personal, con carácter experimental que encerraba a su vez una reflexión sobre la creación artística. Saura pretende entonces ser el autor total de unas películas, escritas y dirigidas por él, como se indica en los títulos de crédito y se sitúa en la corriente de los cineastas que, como pretendía Eric Rohmer, en un artículo famoso, asumían que “el cine solo puede igualar a las otras artes por la búsqueda de un mismo grado de belleza [...], una belleza sui generis, que es tan comparable con la de un cuadro o una página de música como lo es una fuga de Bach con una pintura de Velázquez”. (2)

1. ALCOVER, Norberto, Cine para leer, 1977. Historia crítica de un año de cine, Bilbao: Mensajero, 1978, p.162.

2. ROHMER, Eric, Le goût de la beauté, Paris: Petite bibliothèque des Cahiers du cinéma, 2004, p.117.


Los tiempos cambian

Muchas cosas habían cambiado en España en 1977, después de la muerte de Franco y especialmente en el ámbito de la cultura. Por ejemplo, el gobierno resultante de las elecciones del 15 de junio había sustituido el ministerio de Información y Turismo, de pésimo recuerdo entre los amantes de la libertad de expresión, por el de Cultura y aprobó por fin la supresión de la censura. Así, la mítica película de Luis Buñuel, Viridiana, ganadora de la Palma de Oro en el Festival de Cannes de 1961 e inmediatamente prohibida en España, pudo estrenarse dieciséis años después en Madrid en el mes de abril de 1977. Y su director fue, en septiembre, el verdadero triunfador en el Festival de San Sebastián en el que recibió un Premio Extraordinario a toda su obra cinematográfica.

Recordemos que su paisano y amigo, Carlos Saura, también había mantenido una lucha constante con los censores desde su primer largometraje, Los golfos (1959) que, después de presentarse en Cannes en versión íntegra, sufrió luego en España cortes brutales por un total de no menos de diez minutos. Estas pugnas pusieron a prueba la paciencia del director que sin embargo nunca se rindió y buscó estrategias narrativas que le permitiesen evocar de manera indirecta, alegórica, metafórica o simbólica, las lacras de la sociedad. A pesar de todo El jardín de las delicias (1970) estuvo retenido durante siete meses, Ana y los lobos (1972) y Cría cuervos (1975) se autorizaron solo para mayores de dieciocho años, mientras que La prima Angélica (1973), su primera película que hablaba directamente de la Guerra civil española, se autorizó solo tras un visionado previo por parte de seis ministros. Saura ha declarado a menudo que una de las cosas de las que se sentía más satisfecho era de haber logrado filmar durante el franquismo y que tenía la sensación de haber hecho entonces lo que debía.

Como bien es sabido, la Iglesia católica desempeñó un papel muy importante en la censura de la actividad artística en la España de Franco de la que quería excluir toda representación de la sexualidad. En el caso de Saura por ejemplo, se llegó a exigir el cambio del título previsto en el guion del tercer largometraje: La caza del conejo, por sospechar que podía tener referencias sexuales. Tampoco gustaba a los defensores de la familia tradicional, patriarcal y prolífica, la imagen esperpéntica que aparecía en Cría cuervos o en las películas que formaban según Marcel Oms, la “trilogía de la familia”: El jardín de las delicias, Ana y los lobos y La prima Angélica. (3)

3. OMS, Marcel, Carlos Saura, París: Edilig, 1981, pp.47-60.

A pesar de la clara intención de alejarse en Elisa, vida mía de toda crítica social o política, no ha podido resistir el director a la tentación de recordar el papel nefasto del clero, en la secuencia en la que se ve a Luis, acompañado, no de “una querida”, como dice al bromear con la Madre Superiora, sino de su hija Elisa. Esta, al ver el alboroto que arman las alumnas en el patio del colegio, le recuerda a la Madre Superiora que hace poco las cosas eran muy diferentes: “En mis tiempos íbamos todas en formación y ¡Ay de quien se saliera de la fila! Además, recuerdo que debíamos dormir con los brazos cruzados” ¡Así! ¡Para evitar las malas tentaciones!” [...]





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