El bando insurgente nunca persiguió la paz, solo la victoria. No aspiraba a una reconciliación, sino a la extinción del otro, a la erradicación de toda idea que se alejara de sus coordenadas ideológicas. Acaso el primer síntoma fuese la apropiación del término “nacional”, en la pretensión de negar esa misma condición a las tropas leales a la II República. Terminada la guerra, consumada la victoria, el régimen liderado por Francisco Franco inició una cruenta purga de disidentes reales o imaginados, en un intento de cercenar las ideas que desdijeran su visión, reaccionaria y excluyente, de España, su pasado y su naturaleza. Un esfuerzo enmarcado en lo que José Álvarez Junco definió como “el plan nacionalizador más intenso con el que nadie hubiera soñado nunca”, y en el que el cine ocupó un papel fundamental.
Durante la contienda y en los años inmediatamente posteriores, los rebeldes impulsaron y promocionaron una serie de películas de vocación propagandística y enfocadas en difundir su visión de las causas, los condicionantes y el desarrollo del conflicto armado: es el llamado “cine de Cruzada”. Pero la evolución de la II Guerra Mundial, con el progresivo derrumbe de las potencias del Eje, propiciaron que se orillase el género bélico ya a partir de 1943. Su hueco como producción predilecta del régimen lo ocuparía una vertiente particular de cine histórico, que aprovechará la iconografía desarrollada durante el siglo XIX por la pintura de historia para difundir una visión del pasado reescrita a la medida del franquismo.
A través de estas películas, se puede rastrear la visión de España que tenía el régimen: sus creencias sobre la estructura social, el papel de la mujer, el pasado nacional y el legado cultural común; sus ideas sobre la vida, la muerte y el sacrificio; su concepción del país como una nación cercada, asediada, diferente. Pero en esos filmes, en los espacios intersticiales entre secuencias, en las costuras entre plano y plano, emergen las lagunas y contradicciones del discurso franquista, el envés de esa visión que aspira, sin lograrlo, a ser monolítica.
Christian Franco Torre (Langreo, Asturias, 1979), es doctor en Historia del Arte por la Universidad de Oviedo, y máster en Historia y Estética de la Cinematografía por la Universidad de Valladolid. Autor de Edgar Neville. Duende y misterio de un cineasta español, publicado asimismo en la colección Hispanoscope (Shangrila, 2015), ha participado además en varios libros, entre los que se incluyen La paranoia contemporánea (coordinado por José Francisco Montero, Ediciones Trea, 2019), Dance, Ideology and Power in Francoist Spain (editado por Beatriz Martínez del Fresno y Belén Vega Picacho, Brepols, 2017) y Cine entre rejas. Una aproximación al cine carcelario (editado por José Antonio Planes Pedreño y José Francisco Montero, Sans Soleil, 2017). Trabaja como redactor en el diario La Nueva España e imparte, junto a Vidal De la Madrid, la asignatura "Historia del cine español. Estado de la cuestión y nuevas líneas de investigación", dentro del Máster Universitario en Estudios Avanzados en Historia del Arte: Investigación y Gestión, de la Universidad de Oviedo.
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