Botonera

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15.12.20

XIX. "ANDRÉI TARKOVSKI Y LA CULTURA UNIVERSAL", Tamara Djermanovic / Olena Velykodna (coords.), Valencia: Shangrila 2020




ANDRÉI TARKOVSKI:
RECUERDOS A TRAVÉS DEL ESPEJO
Roger Vilanova i Jou


Andréi Tarkovski



La emoción por encima del concepto: aprehender

Tarkovski, cuando describe al artista en Esculpir en el tiempo, define la creación como un intento de presentar una visión del mundo para que las personas lo miren con sus propios ojos, lo revivan con sus sentimientos, sus dudas y sus ideas. No podemos entrar en el cine de Tarkovski si solo nos servimos de conceptos. Es un cine que se debe aprehender desde el interior de uno mismo.

Precisamente, si algo hace grande el cine de Tarkovski, es el hecho de apartarse de ese camino conceptual presidido por la técnica, como hicieron directores como Serguéi Eisenstein; él prefiere adentrarse en un terreno nada fácil de concretar, el de la interioridad humana, el terreno de lo intangible y de las interconexiones poéticas. Todo ello mediante elementos que encontramos en la realidad y con los que estamos en constante interacción. La misma realidad que presenta Tarkovski en sus películas y con la que pretende que lleguemos a sentir nuestras propias impresiones a través de un acercamiento emocional.

En este texto, intentaré aproximarme a las impresiones que suscitan las imágenes que evocan el hecho de recordar, en relación con la idea de mirar a un espejo, elemento recurrente en toda la filmografía de Andréi Tarkovski.


El despertar del hombre frágil

La figura que siempre sale en el cine de Tarkovski es la del individuo frágil. Los protagonistas de sus largometrajes son hombres que se sienten desprotegidos en un mundo en el que no encajan y en el que están perdidos. Para encontrarse a sí mismos, se tienen que apartar de los bienes materiales y del pragmatismo; el camino va por dentro, hacia el conocimiento de uno mismo. No obstante, su cine formula a menudo la pregunta de por qué el ser humano, tan a menudo, sigue siendo incapaz de conocerse.

En este sentido, Tarkovski alude a la crisis de la civilización moderna, en la que la mayoría de los humanos busca satisfacer sus problemas de la vida cotidiana, alejándose de la idea de la profundidad o, si se quiere, de Dios. En este orden de cosas, la máxima de Tarkovski es que podemos salvar a la humanidad y a la civilización salvándonos a nosotros mismos mediante actos individuales. 

Existe un símil en las primeras páginas de la Genealogía de la moral de Nietzsche. Allí se presenta a un hombre distraído y absorto cuando un reloj, de golpe, toca las doce campanadas que retumban en su oído. Esto lo desvela de repente y le hace preguntarse: ¿qué es lo que en realidad ha sonado ahí?, ¿qué es lo que en realidad hemos vivido?, ¿quiénes somos en realidad? Unas preguntas que surgen también en Tarkovski.

Así, la mayoría de los personajes que salen en sus filmes están atormentados y sumidos en crisis de fe, espirituales o personales. Sin embargo, ellos mismos son capaces de reflexionar y llegar a la idea de la necesidad de mirarse al espejo. La propuesta es emprender una suerte de viaje dantesco, cargando con las propias contradicciones hasta llegar a la liberación de lo material, al conocimiento de su propio ser y, con esto, a la libertad. 

Esta libertad, por otro lado, está ligada a lo afectivo; nos guía hacia la búsqueda de la plenitud que se halla, en palabras del director, en “esa partícula elemental con la que el hombre puede realmente contar en su vida: la capacidad de amar”. 

Es un sentimiento que siempre va de lo individual a lo universal –y viceversa–. Los actos individuales de diversos personajes suyos se enmarcan en un amor por la humanidad. Lo plural se conjuga así con lo singular en esa capacidad de amar, puesto que mostrar el amor hacia otro es indispensable para toda forma de vida. En palabras del director ruso: “Un hombre sin amor deja de ser un hombre” [...]





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