SACRIFICIO: ANDRÉI TARKOVSKI
COMO COLECCIONISTA DE SUEÑOS
Layla Alexander-Garret
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Conocer a Tarkovski
Después del estreno petersburgués de El espejo (Zérkalo, 1975) en los tempranos años setenta, dije al amigo con el que fui al cine: “Siento como si conociera a Tarkovski desde hace tiempo y creo que lo conoceré un día”. “¿Por qué no te transportas en el espacio? –me contestó, no sin cierta ironía, y añadió–: Dicen que Tarkovski es muy distante…, especialmente con las mujeres”. Cuando diez años después contaba a Andréi Tarkovski esta anécdota me dijo: “Aquí tienes la prueba de que el universo respondió a tu petición”.
Conocí a Tarkovski en Moscú. Entonces, uno no se podía desplazar libremente por la Unión Soviética. Yo estaba en Petersburgo (entonces Leningrado) e hice un viaje a Moscú porque quería conocerlo. Llegué de visita a la ciudad en noviembre de 1981 y pospuse la llamada a Tarkovski hasta los últimos días de mi estancia. Finalmente, me decidí, con la promesa hecha a mí misma de que si fallara el primer intento, no volvería a insistir. Tenía el teléfono de su casa porque me lo había dado mi profesor de cine en Suecia.
Cogí el auricular y marqué los números: el primer sonido, el segundo…; al tercero, se oyó un ruido y una voz masculina respondió… ¡Cuántas veces he pensado qué diferente hubiera sido mi vida si en aquel momento Tarkovski no hubiera cogido el teléfono o no hubiera estado en casa! Le dije quien era y le comenté que mi profesor de cine Örjan Roth-Lindberg y sus estudiantes suecos agradecían la visita y la lección que Tarkovski había impartido en Suecia unos meses antes. “Me hubiera encantado verte si no me encontrara mal”, me respondió después de escucharme atentamente, justo tal como había previsto mi amigo que conocía bastante los círculos cinematográficos. Pero enseguida escuché otra vez la voz de Tarkovski: “Aunque, si lo pienso… ¿Qué haces esta tarde?”. Me citó delante del Monumento a Maiakovski, al lado del hotel Peking. Al encontrarnos, fuimos a Dom Kino, lo que era como el colegio de los cineastas soviéticos. En la entrada del restaurante del lugar le pidieron el carnet. “¿¡Cuándo empezaréis a reconocer a vuestros cineastas?!”, se enfadó, antes de que entráramos. Estaba muy ofendido. Luego, cuando durante el rodaje de Sacrificio lo trataban con honores en todas partes, solía decirme: “¿Te acuerdas cuando no me querían dejar entrar en Dom Kino?”. Al final de este primer encuentro, me dio el teléfono de Tonino Guerra y me dijo: “Tú eres una persona libre. Llámalo, y si acaso me dejan salir, nos volveremos a ver”. (2)
2. Tarkovski se refería al hecho de que yo vivía en el extranjero y no estaba sujeta a la falta de libertades que él, como un ruso que residía en la Unión Soviética, sí experimentaba en aquel entonces.
La segunda vez lo vi en Roma, en mayo de 1982. Fue allí para ver a Donatella Baglivo. Ella entonces estaba filmando un documental sobre él, con él. Tarkovski no solo la respetaba, sino que la adoraba. Estaba loco de amor por Donatella –lo puedo decir abiertamente ahora–. Paseamos por Roma los tres. Conocí algo de Roma con los ojos de Tarkovski. Cuando en el bar donde nos sentamos yo quería pedir una coca-cola con hielo, Tarkovski exclamó: “¡Vas a tomar esa porquería americana! ¡Ni hablar!”. Y pidió té frío para todos.
En 1983, en abril, volvimos a vernos en Roma. Él ya no se parecía en absoluto a un ruso. Vestía tejanos y una chaqueta azul; estaba alegre y lleno de fuerza vital. Esta vez yo iba acompañada por mi marido John.
Pero la llamada que realmente cambió mi vida la recibí en septiembre de 1984, cuando estaba en mi casa de Estocolmo. “Soy Andréi Tarkovski. ¿Te acuerdas de mí?”. ¡Cómo no me iba a acordar! “¿Podemos vernos?” Entendí que se trataba de algo relacionado con su trabajo. Estaba en Suecia preparando el rodaje de Sacrificio. “¿Cuándo?”, le pregunté. “¿Puede ser ahora mismo?” fue su respuesta. Poco después ya estaba de camino para encontrarnos. Por lo visto, había tenido varios traductores, todos profesionales, pero los iba despidiendo uno tras otro.
Fui a verlo y lo acompañé en un viaje en busca de la música que caracterizara, como él dijo, “el alma de Suecia”. Estaba buscando la música folclórica para Sacrificio; para él, era muy importante encontrar el alma del país. Así fue el comienzo de mi trabajo con Tarkovski en Sacrificio, y así se forjó, además, una amistad y una complicidad que duraron hasta el final de su vida.
Tarkovski y Bergman
Un día, Andréi me invitó a un encuentro con Bergman para ver su documental Diario de una filmación (Dokument Fanny och Alexander, 1984) [...]
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