2. IMÁGENES DE LOS CAMPOS
Portada del número del 16 de julio de 1933 de la Müchner Illustrierte Presse.
«Recuento matinal en el campo de educación.
La disciplina educa para el trabajo constructivo en comunidad»,
se lee al pie. El artículo, a tres dobles páginas con dieciséis
ilustraciones, lleva por título «La verdad sobre Dachau»
La foto es de Friedrich Franz Bauer. Archivo privado.
El método es la locura.
Hannah Arendt
Las relaciones entre la fotografía y el universo concentracionario son prolijas y complejas. Es cierto que se han publicado muchos artículos, libros y fotos sobre los horrores del nazismo, pero también lo es que hasta fechas bastante recientes no se han analizado y tratado las imágenes con la especificidad y el esmero exigible a un documento histórico. Se han confundido periodos o mezclado deliberadamente etapas en busca de una rotundidad expresiva que sensibilizase al lector, vaciando las imágenes de la sustancia histórica, de la temporalidad concreta que las irriga; privándolas de su fragmentariedad para conferirles una completitud ilusoria. «Reducidas a una especie de símbolos del horror absoluto, estas imágenes fueron a parar a un inmenso repertorio de la infamia visual al cual se podía recurrir para ilustrar tanto “los horrores de los campos” como “la barbarie de los nazis”, por ejemplo» (Cheroux 2002: 15). Esta práctica, consistente en privilegiar las imágenes-símbolo en detrimento de las imágenes-documento, ha llevado a la creación de un archivo mental promiscuo en el que se confunden los registros de cadáveres amontonados o desplazados por excavadoras tomados por los Aliados tras la liberación de Bergen-Belsen con presuntas capturas de las cámaras de gas.
La creación y propagación del sistema concentracionario alemán coincidió con la extensión de la fotografía a capas cada vez más amplias de la población. Los importantes avances en óptica, mecánica y química gestados al calor de la Primera Guerra Mundial, unidos al incremento de las exportaciones favorecido por la galopante devaluación de la divisa alemana, crearon las condiciones objetivas para la aparición de una industria fotográfica importante. A mediados de los años veinte la empresa de instrumentos ópticos de precisión Leitz lanzaba al mercado una pequeña cámara para película de 24x35 milímetros que presentaba al público con éxito en la feria de primavera de Leipzig de 1925. Compañías como Zeiss y Agfa siguieron su estela con sistemas propios en los primeros años treinta. Estos modelos colonizaron durante años el creciente mercado de la fotografía amateur, por lo que la mayoría de las fotografías privadas (y no solo) del nacionalsocialismo y de sus crímenes se realizaron con estos aparatos. La pasión por la fotografía se expandió como la pólvora (y con la pólvora de la Segunda Guerra Mundial) y, cómo no, llegó a los frentes y a los campos, donde se hicieron unos cuantos millones, bien como instrumento burocrático, bien científico, bien de propaganda, bien de simple recuerdo personal. De todas ellas se salvaron algunas decenas de miles de la destrucción masiva de los archivos. Son las que Clément Chéroux ha bautizado como «imágenes supervivientes» (2002: 12).
Vestigios, en suma.
Segregar y «reeducar»
El primer campo de concentración nazi fue abierto en la localidad bávara de Dachau el 22 de marzo de 1933, apenas mes y medio después de que Adolf Hitler fuese nombrado por el general Paul von Hindenburg canciller de Alemania. El propio Heinrich Himmler había decidido su emplazamiento: una fábrica de pólvora en desuso a las afueras de la ciudad. Concebido y publicitado, al principio, como un campo de concentración y reeducación mediante el trabajo –de ahí que en su portón de acceso rezase la leyenda Arbeit macht frei (El trabajo os hará libres), la misma que después rezará irónicamente en el de Auschwitz– para disidentes de todo tipo (políticos, religiosos, sociales, sexuales y, con el tiempo, raciales), el modelo se expandirá rápidamente, durante la conquista nazi de Europa a finales de la década de 1930, hasta Austria, Polonia, Francia, Checoslovaquia, Holanda, Bélgica, Lituania, Estonia y Letonia.
En total, las SS instauraron veintisiete campos principales y otros mil cien auxiliares mientras duró en Tercer Reich. De todos ellos, Dachau fue el único que estuvo ininterrumpidamente activo durante todo el nazismo. Oranienburg, a treinta y cinco kilómetros de Berlín, y Dachau, a trece de Múnich, abiertos en el mismo período, aparecieron en seguida en algunos libros y en la prensa encarnando como ninguna otra institución el espíritu «modernizador» de los nuevos tiempos. Los reportajes realizados en Dachau por el fotógrafo Friedrich Franz Bauer, miembro de NSDAP desde 1930 y de las SS desde 1933, eluden el terror y la muerte para magnificar la capacidad de control del campo, poniendo el énfasis en la coreografía carcelaria resultante de una organización disciplinada y eficaz [...]
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