EL FANTASMA Y LA SEÑORA ROSSELLINI
À flor do mar (Joao César Monteiro, 1986)
Una de las mejores películas de los años ochenta que, como sucede con frecuencia en la literatura cinematográfica, hace difícil comunicar con palabras la fascinación que nos despierta. Las razones por las que nos refresca conexiones, excita recuerdos, enlaza con gustos quizá no muy compartidos y activa el inconsciente. Buena parte de los argumentos que se nos ocurran para defenderla, sabemos de antemano que serán poco sólidos y hasta contrarios a la percepción de quien escuche, lea o contemple. No debe ser extraño que alguien encuentre aburrido, pedante, irresuelto o fallido lo que a nosotros nos haya podido parecer hondo y hermoso. Esa década de los ochenta, comparada con otras, no es pródiga en obras que puedan generar esa clase de interés, aunque seguro que son más de las que podemos y queremos recordar.
Tan culta, compleja, misteriosa y con implicaciones y ramificaciones en el pasado y el futuro cuando fue concebida y pensada, como sencilla, lógica, calmada e inteligente al plasmarla en celuloide. De asombrosa belleza plástica, À flor do mar es una de esas películas y quizá la culminación del cine del portugués João César Monteiro. Sin hacerlo de menos, cuesta desembarazarse de la sombra del cine de Jacques Rivette al contemplar sus imágenes, pese a que los atajos más evidentes y buscados como ciertas alusiones de diálogos y ciertos giros de la trama, parezcan godardianos. Aparece la silueta de Rivette en situaciones inequívocas, como aquella en la que un policía de carretera indica a los protagonistas dónde puede encontrar un ejemplar de la Divina comedia con la exactitud y la falta de vacilación de quién habla de una gasolinera. Y cuesta dejar de pensar en él, por lo que suele echarse en falta en las películas del cineasta y crítico francés: la certera emoción del momento sin que tenga que ser extraída, deducida, abstraída de lo visto; esa claridad meridiana [...]
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