HUELLAS
Conocía el mensaje del invierno,
los dardos del granizo y la nieve pueril.
Dylan Thomas
Antes de que llamara y la carne me abriese...
Es marzo. Todo brota con fortaleza inaudita y, sin embargo, durante la mañana, el cielo sorprendido se ha vuelto gris espeso; los árboles han borrado su contorno, difuminándose en el horizonte que parece tragarlos poco a poco. La hilera de almendros que pregonaba su albor ha perdido el relieve. Los castaños de Indias, que exhibían majestuosos sus penachos florecidos, ahora parecen cubiertos por una sábana transparente.
El paisaje emprende una fuga gris; incluso los cercados de madera se disipan.
El hombre viejo, sentado en los escalones del granero, ve transformarse el paisaje con cierta inquietud; deja que la niebla le envuelva.
Para él, hace mucho que es invierno.
Aparece el viento frío y oscurece lo que su vista alcanza. Llega el sigilo amortiguado que precede a la caída de la nieve y diminutas trizas de cristal comienzan su metamorfosis. Bajo cero. Esa es la señal para que los cuchillos helados rasguen los recuerdos. Hexágonos perfectos caen sobre su pelo y sobre su ropa, deshaciéndose ante su mirada.
Extasiado por la ausencia de peso de las estrellas de hielo, el hombre viejo percibe aquella piedra infantil grabada en la memoria. “Bastardo”, gritaban. Vuelve a sentir la pedrada en su cara, la boca abierta en el frío de la vergüenza, teñida de rojo. El olor del humo de las chimeneas vuela junto a su memoria hasta aquella nieve, que le acogió como nadie lo haría jamás.
El hombre viejo se levanta con torpeza, pasea sobre huellas aladas y allí, en las ramas, ve cómo parece flotar un pájaro que ahueca sus plumas, detenido. Así permaneció él, paralizado, esperando una mano que le ayudara a incorporarse. Ahora su cuerpo cansado pisa el fantasma que cae sobre la tierra [...]
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