LA GRAN NEVADA
[...] A Kiarostami le gustaba conducir sin rumbo por los lugares más despoblados del norte de Irán, buscando imágenes para sus películas. Le gustaba, en la marcha sostenida del coche, mirar a través de la ventanilla de su lado, como si enmarcara los límites de la naturaleza ininterrumpida que le rodeaba, perdiendo por un momento la perspectiva del parabrisas. Gran parte del año aquellos paisajes del norte de Irán estaban completamente nevados. Como si hubiera llegado hasta allí la gran nevada del quinto continente. Con el tiempo, pero también de manera inmediata, dejó de buscar imágenes para dedicarse a encontrarlas. En la cabina del coche, conduciendo sin pensar en cada acción que tenía que llevar a cabo, acompañado del ruido monocorde más o menos acelerado del motor, Kiarostami no se perdía en sí mismo, no pensaba acerca de sus cosas, como si estuviera en medio de un paisaje social desolado, sino, al contrario, siguiendo el perfil del camino en el horizonte a través del parabrisas, volviendo la mirada hacia el paisaje enmarcado en la ventanilla, paisajes yermos sin vegetación o nevados, donde el cielo pierde su condición, su replegarse en sí mismo, mientras conducía por esos caminos llenos de baches, se perdía en la vida que se da simplemente a flor de tierra, que para él solo sucedía en aquellos parajes iraníes. También con el tiempo cayó en la cuenta de que, mientras conducía, recitaba, a modo de un mantra que se agotaba en sí mismo, poemas, muchas veces suyos. Sí, la poesía solo dice respondiendo, nombra en cuanto tal lo posible, que hay que repetir mil veces, y con ello responde a lo imposible. Así, cuando paraba el coche y salía con la cámara fotográfica en la mano era porque justo una imagen se había recortado en ese paisaje imposible. Una respuesta. En verdad, Kiarostami, no tenía ningún interés en la fotografía en cuanto tal, tal vez tampoco en el arte del cinematógrafo, sino solo en lo que la fotografía da a ver, en su caso siempre la naturaleza, o la vida que continúa.
A Kiarostami siempre le gustó la repetición como modo de componer sus obras. La mayor parte de su trabajo fotográfico se compone de dos series principales: la serie de los caminos y la serie de la nieve. Es bien sabido que una serie en cuanto tal, albergando la diferencia en la repetición, puede querer decir muchas cosas. Pero en el caso de las fotografías de Kiarostami, más que referirse a un objeto, al camino o a la nieve, una serie es un modo de aprehender lo que pasa. Como sucede en gran parte del arte más contemporáneo. Y, más allá de la homogeneidad o heterogeneidad de los motivos, en su caso son “series secretas”, por decirlo así, que no obedecen a ningún proceso definible, sino que están ahí, como nuestra vida, literalmente, como nuestra vida, sucediéndose. Ambas series fueron presentándose al público en diferentes exposiciones, guardando su secreto mientras las interpretaciones se multiplicaban en torno a ellas, así como los libros de poesía que fue publicando en la misma época mientras seguía construyendo su carrera cinematográfica, formados por breves poemas, que parecen remitir a los haikus japoneses, pero tal y como la tradición poética iraní los escribe en sus josravanís. Sin embargo, será en Roads of Kiarostami (2005) donde, a modo de un ensayo fílmico, Kiarostami presente ambas series conjuntamente, acompañadas de su poesía, a través del flujo deconstruido de su mirada fílmica en una cámara digital. Un ensayo a modo de dispositivo donde cada una de sus artes, a la cual se le añade la música, es convocada pero nunca a costa de su autonomía, donde la heterogeneidad de los componentes no se resuelve en un sentido, sino en un modo de relación diferente con la realidad [...]
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