TEMPUS NIVIS
Miguel Ángel Hernández Saavedra
Alonso Cano, San Bernardo y la Virgen, 1645-1652
Museo Nacional del Prado
Sabemos que ese día o algún otro, en un punto de la región de Borgoña, tuvo lugar una serie de hechos meteorológicos en inopinada yuxtaposición. El alba anunciaba un día soleado. A media mañana, el cielo se cubrió de nubes. Rompió a llover sobre los prados. Bernardo miró hacia arriba y lo agradeció. Al rato, se levantó una ventisca. Cayó granizo sobre los campos. Los hombres se cubrieron las cabezas con sus capuchas y las protegieron con sus manos. Cuando escampó, Bernardo miró hacia arriba y lo agradeció. El cielo se despejó, recuperó su aire de promesa enteramente azulada. Poco después, las nubes reaparecieron amenazando tormenta, oscureciendo la tierra y, con ella, las marcas del sendero. Un hombre del séquito fue fulminado por un rayo. Bernardo lavó su cara ennegrecida, posó sus manos sobre el pecho del cadáver humeante y pronunció una oración. De noche alcanzarían el monasterio y el hombre abrasado, su tumba.
Se toparon con el ganado, ya dentro de las tierras de la orden. Tres niños campesinos correteaban alrededor de una vaca. Estaban sucios y parecían felices, estaban hambrientos y jugaban a no estarlo. Bernardo miró hacia abajo, al suelo fértil, y lo agradeció. [...]
Se toparon con el ganado, ya dentro de las tierras de la orden. Tres niños campesinos correteaban alrededor de una vaca. Estaban sucios y parecían felices, estaban hambrientos y jugaban a no estarlo. Bernardo miró hacia abajo, al suelo fértil, y lo agradeció. [...]
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