“No hay misterio que no sea, en un momento u otro, burlado”, escribió Edmond Jabès (tradujo José Ángel Valente). Sin embargo, la burla de la burla, el misterio de la burla, es un asunto muy serio en el que confluyen diversas formas de escritura, distintos objetos e intenciones que dan forma a lo escrito: el amor y el canto, el desamor y la ironía, el sacrificio y la crónica, el tiempo… siempre el tiempo. En el misterio hay cierta solemnidad, pero también pluralidad de estilos o –según enseña “la niña del trópico en la nieve”– de climas cambiantes, aunque perezosos. Si bien la peripecia que da título al libro da comienzo con una sinfonía de Mahler, El misterio sinfónico de la nieve no es una écfrasis musical; es un conjunto de poemas (algunos más líricos, otros casi desenfadados) alrededor de un motivo emplazado -y desplazado- en función de lo que dice el lenguaje. De lo que creemos que dice, nos dice, cuando escribimos en un aparente sentido –en medio de un claro sinsentido– o reparamos, simplemente, en el hecho de que hablamos. También en relación con lo que callamos cuando, aun sabiéndonos jueces de nuestras propias causas, esperamos una sentencia feliz que, para ser más creíble, debe parecer proveniente de fuera: “Lo que los jueces esperan no son llantos sino / restos de vida al fin / en el callado origen de la lengua”.
Donde
Pisa leve y se duerme
Se ensueña y embriaga
El derrumbe
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