Suspiria
[...] En 1976, Dario escribe en su autobiografía Paura: “Mi nuevo filme, Suspiria, está casi acabado. Va a permitirme dirigirme a un público mucho más amplio del que nunca hubiera osado esperar cuando decidí convertirme en realizador.” El tema de la adolescente americana que llega a Alemania o Suiza para vivir en una residencia de señoritas será repetido en Phenomena y contiene un eco lejanísimo del Mine-Haha de Wedekind y de ciertos cuentos populares de brujas malvadas y niñas ingenuas. Dario Argento pensó en protagonistas de entre once y catorce años; pero su padre, el productor Salvatore Argento, y su hermano Claudio, el distribuidor, se opusieron por razones legales y laborales a la edad de las niñas. En Alemania, donde se iba a filmar y ubicar Suspiria, estaba prohibido rodar con menores, así que tuvo que subir las edades entre dieciocho y veintiún años, conservando todo lo demás del guion. Pidió a las actrices que adoptaran personalidades e interpretaciones aniñadas. Lo consiguió solo en parte, pues algunas de ellas, más que jovencitas, parecen desvergonzadas chicas de barra. También hizo con su decorador Giorgio Bassan algunos retoques en los decorados de la tanzakademie, como subir la altura de las puertas y la de los picaportes para dar la sensación de un punto de vista infantil.
A continuación, referiremos, por su orden, lo que “cuenta” Suspiria como fábula fantástica y, en lo posible, lo que “dice”, tratando de guiar al lector y espectador por sus laberintos narrativos. No se trata de un análisis fílmico ni seguimos en él la diferenciación de las secuencias y escenas, sino más bien de sinopsis impresionista, sin mayor pretensión que la de recordar la disposición narrativa de los elementos del relato, con vistas a que el lector no se pierda cuando hablemos de ellos pormenorizadamente más adelante.
Sobre los títulos de crédito, blanco sobre negro, se inserta una voz masculina, la del propio Dario Argento, que introduce con indiferencia e impersonalidad la historia, a partir de una información tan precisa como incompleta, situándonos in re: Suzy Bannion va a estudiar danza en una academia de Friburgo. Ha salido de Nueva York a las 9 de la mañana y ha llegado a Alemania a las 22:45, hora local, un horario que apunta a lo oscuro. En el interior del aeropuerto, los viajeros del vuelo de Nueva York a Múnich salen con sus maletas al hall de entrada, pasando por un plano iluminado de rojo. La cámara subjetiva panorámica de Suzy crea un espacio irreal. Dado lo avanzado de la hora, hay tranquilidad y poca gente. Suzy mira hacia los lados: nadie la espera. El tiempo atmosférico que se vislumbra tras las puertas de cristal, por las que acaba de salir una mujer de rojo azotada por el viento, es poco tranquilizador. El viento en rachas, que en el género representa al movimiento turbulento o invasor del mal desencadenado, va a estar muy presente en todo el filme, así como la lluvia.
Suzy sale a la tormenta e intenta coger un taxi. Sus elegantes ropas de color marfil, empapadas y flotantes, intensifican su aspecto indefenso. Después de tres fracasos, logra parar a un taxista (Fulvio Mingozzi), que ni siquiera se molesta en ayudarla con el equipaje. La angustia está ya servida, con unos pocos elementos cotidianos que toman un sesgo inquietante gracias a la puesta en escena. El espectador participa de ellos plenamente, de un modo hipnótico, casi físico. Nunca tomar un taxi fue tan intrigante ni tan cinematográfico como en este y otros momentos de Argento [...]
A continuación, referiremos, por su orden, lo que “cuenta” Suspiria como fábula fantástica y, en lo posible, lo que “dice”, tratando de guiar al lector y espectador por sus laberintos narrativos. No se trata de un análisis fílmico ni seguimos en él la diferenciación de las secuencias y escenas, sino más bien de sinopsis impresionista, sin mayor pretensión que la de recordar la disposición narrativa de los elementos del relato, con vistas a que el lector no se pierda cuando hablemos de ellos pormenorizadamente más adelante.
Sobre los títulos de crédito, blanco sobre negro, se inserta una voz masculina, la del propio Dario Argento, que introduce con indiferencia e impersonalidad la historia, a partir de una información tan precisa como incompleta, situándonos in re: Suzy Bannion va a estudiar danza en una academia de Friburgo. Ha salido de Nueva York a las 9 de la mañana y ha llegado a Alemania a las 22:45, hora local, un horario que apunta a lo oscuro. En el interior del aeropuerto, los viajeros del vuelo de Nueva York a Múnich salen con sus maletas al hall de entrada, pasando por un plano iluminado de rojo. La cámara subjetiva panorámica de Suzy crea un espacio irreal. Dado lo avanzado de la hora, hay tranquilidad y poca gente. Suzy mira hacia los lados: nadie la espera. El tiempo atmosférico que se vislumbra tras las puertas de cristal, por las que acaba de salir una mujer de rojo azotada por el viento, es poco tranquilizador. El viento en rachas, que en el género representa al movimiento turbulento o invasor del mal desencadenado, va a estar muy presente en todo el filme, así como la lluvia.
Suspiria
Suzy sale a la tormenta e intenta coger un taxi. Sus elegantes ropas de color marfil, empapadas y flotantes, intensifican su aspecto indefenso. Después de tres fracasos, logra parar a un taxista (Fulvio Mingozzi), que ni siquiera se molesta en ayudarla con el equipaje. La angustia está ya servida, con unos pocos elementos cotidianos que toman un sesgo inquietante gracias a la puesta en escena. El espectador participa de ellos plenamente, de un modo hipnótico, casi físico. Nunca tomar un taxi fue tan intrigante ni tan cinematográfico como en este y otros momentos de Argento [...]
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