[...] Reza la Ley de Moore que la potencia de procesamiento de una computadora se dobla cada 18 meses, pero hoy día no podemos saber con precisión si dicha evolución tendrá o no un límite a partir del cual será imposible seguir aumentando la potencia de procesamiento de datos. De igual manera, la Ley de Gore (en honor al político estadounidense Al Gore) reza que los mitos sobre Internet duplican su distancia respecto a la realidad cada 18 meses. (85) Parece evidente que el poder mí(s)tico de la computadora nos obligará a seguir formulando nuevas (pre)visiones sobre lo que Internet será capaz de traernos a la Tierra. La informatización del mundo nos hace creer (falsamente) que viajamos, en lo político y lo social, a velocidades de banda ancha, lo que nos induce a pensar que mediante la tecnología podremos trascender el tiempo (el fin de la Historia) y el espacio (el fin de la geografía política). (86) Se ha creado una extensa e intrincada mitología que tiene en lo tecnológico su principal auxilio; una mitología que trata de pensar nuestro presente como un (imaginado) idílico futuro que brinda en bandeja de silicio todo un bello y metalizado abanico de posibles autorrealizaciones a un sujeto cibernético y posthumano:
La cibercultura está alcanzando claramente su velocidad de escape tanto en el sentido filosófico como en el tecnológico. Es una cámara de resonancia para fantasías trascendentalistas sobre la eliminación de todas las limitaciones metafísicas y físicas. Es irónico que sean la misma visión científica del mundo y la imparable aceleración tecnológica, que para algunos han producido el vacío espiritual y la fragmentación social que son campo abonado para las creencias milenaristas, las que estén creando también una escatología propia: la teología del asiento eyectable. (87)
86. Ibíd., p.3.
87. Dery, Mark, Velocidad de escape, Madrid: Siruela, 1996, p.16. Existe otra teología: la de la inteligencia artificial superior a la humana y la de los sistemas autoorganizados que mediante la replicación y el aprendizaje serán capaces de desarrollar una total autonomía respecto a las condiciones iniciales. Serían representantes de esta línea, entre otros, el científico Hans Moravec, el escritor de ciencia-ficción Vernor Vinge o el físico Frank J. Tipler.
El teórico Mark Dery escribía estas proféticas palabras a finales del siglo pasado. Como ciudadanos somos plenamente conscientes de la fuerza que tiene la tecnología como forjadora de mitos, pero seguimos confiando en ella. En muchas ocasiones ayudamos incluso a mistificarla aunque su ambivalencia siga provocándonos fuertes inseguridades. La tecnología (explicada y celebrada por determinados gurús de lo digital) promete una cura general para los problemas del mundo, aunque el mecanismo curativo apenas sea una sugerencia sobre un futuro posthumano. Constatar que la tecnología ha generado un conjunto de mitos muy vivos tampoco aporta mucho al debate. Durante años, autores como Jean Baudrillard o Paul Virilio han teorizado sobre un irreversible proceso de desmaterialización de las formas (el “crimen perfecto” en palabras de Baudrillard) que no podría haberse llevado a cabo sin el auxilio del mito digital. Sabemos que los mitos, más que verdaderos o falsos, están vivos o muertos. (88) Poco importa que la realidad desmienta caprichosamente muchas de las mitologías construidas en torno a lo tecnológico; lo relevante es que esa imaginería del “asiento eyectable” está guiando a muchas personas no se sabe muy bien hacia dónde.
88. Mosco, Vincent: op.cit., p.3.
Así las cosas, debemos emerger de esa maraña de discursos tecnoutópicos para indagar si vivimos o no en un mundo radicalmente nuevo y distinto del que existía antes de la implantación masiva de las computadoras y de Internet como herramientas de uso cotidiano. Urge saber, en definitiva, si toda esa cibercultura generada en torno a las aplicaciones tecnológicas es algo más que el sueño de un conjunto de visionarios aficionados al saltacionismo tecnológico. (89) Parece que hemos asumido acríticamente que la cibercultura implica un nuevo escenario en el que, a través de traumáticos cambios en nuestra concepción del tiempo y el espacio, la frontera entre lo real y lo ficticio es más porosa e inestable que nunca. Como recuerda Domingo Sánchez-Mesa, la “progresiva disolución de lo real o de las referencias en imágenes y la asimilación del principio de catástrofe […] como un medio ambiente naturalizado, son otras de las características de la cibercultura”. (90) ¿Estamos ante la distopía hecha realidad? El propio Sánchez-Mesa se encarga de recordarnos que no todo el mundo asimila virtualidad a falsificación. La teórica de los nuevos medios Marie-Laure Ryan comenta que “si vivimos una condición virtual […] no es porque nos veamos condenados a la falsificación o al simulacro, sino porque hemos aprendido a vivir, trabajar y jugar con lo fluido, lo abierto, lo potencial”. (91) Sin que podamos todavía concluir nada, y teniendo en cuenta que la sombra del simulacro propuesto por Baudrillard siempre ha sido alargada, solo podemos aventurar provisionalmente que la nueva condición virtual en la que vivimos (según la afortunada expresión de N. Katherine Hayles) está condicionada por la cuestión de la información:
La virtualidad no consiste en vivir en un reino inmaterial de información, sino que es una cuestión de percepción cultural del hecho de que los objetos materiales están interpenetrados de patrones de información. Lo que signifique está interpenetración y cómo pueda entenderse serán fruto de nuestra invención colectiva. (92) [...]
89. Ya sea por el poder que en el imaginario colectivo tiene el ordenador como herramienta y la digitalización como procedimiento, o bien por las percepciones que la tecnología provoca en el analista, lo cierto es que vivimos nuestra época bajo el signo de diversas etiquetas y orientaciones teóricas que han hecho de los prefijos pos-, hiper- o trans-, su aliento vital. Los teóricos tienen tendencia a percibir la época como el final de algo (los más pesimistas) o como el principio de algo nuevo (los falsos optimistas).
90. Sánchez-Mesa, Domingo: “Introducción”, en Sánchez-Mesa, Domingo (ed.), Literatura y Cibercultura, Madrid: Arco Libros, 2004, p.16.
91. Ryan, Marie-Laure, “El ciberespacio, la virtualidad y el texto”, en Sánchez-Mesa, Domingo (ed.): op.cit., p.101.
92. Hayles, N.Katherine, “La condición de la virtualidad”, en Sánchez-Mesa, Domingo (ed.), op.cit., p.72.
La cibercultura está alcanzando claramente su velocidad de escape tanto en el sentido filosófico como en el tecnológico. Es una cámara de resonancia para fantasías trascendentalistas sobre la eliminación de todas las limitaciones metafísicas y físicas. Es irónico que sean la misma visión científica del mundo y la imparable aceleración tecnológica, que para algunos han producido el vacío espiritual y la fragmentación social que son campo abonado para las creencias milenaristas, las que estén creando también una escatología propia: la teología del asiento eyectable. (87)
86. Ibíd., p.3.
87. Dery, Mark, Velocidad de escape, Madrid: Siruela, 1996, p.16. Existe otra teología: la de la inteligencia artificial superior a la humana y la de los sistemas autoorganizados que mediante la replicación y el aprendizaje serán capaces de desarrollar una total autonomía respecto a las condiciones iniciales. Serían representantes de esta línea, entre otros, el científico Hans Moravec, el escritor de ciencia-ficción Vernor Vinge o el físico Frank J. Tipler.
El teórico Mark Dery escribía estas proféticas palabras a finales del siglo pasado. Como ciudadanos somos plenamente conscientes de la fuerza que tiene la tecnología como forjadora de mitos, pero seguimos confiando en ella. En muchas ocasiones ayudamos incluso a mistificarla aunque su ambivalencia siga provocándonos fuertes inseguridades. La tecnología (explicada y celebrada por determinados gurús de lo digital) promete una cura general para los problemas del mundo, aunque el mecanismo curativo apenas sea una sugerencia sobre un futuro posthumano. Constatar que la tecnología ha generado un conjunto de mitos muy vivos tampoco aporta mucho al debate. Durante años, autores como Jean Baudrillard o Paul Virilio han teorizado sobre un irreversible proceso de desmaterialización de las formas (el “crimen perfecto” en palabras de Baudrillard) que no podría haberse llevado a cabo sin el auxilio del mito digital. Sabemos que los mitos, más que verdaderos o falsos, están vivos o muertos. (88) Poco importa que la realidad desmienta caprichosamente muchas de las mitologías construidas en torno a lo tecnológico; lo relevante es que esa imaginería del “asiento eyectable” está guiando a muchas personas no se sabe muy bien hacia dónde.
88. Mosco, Vincent: op.cit., p.3.
Así las cosas, debemos emerger de esa maraña de discursos tecnoutópicos para indagar si vivimos o no en un mundo radicalmente nuevo y distinto del que existía antes de la implantación masiva de las computadoras y de Internet como herramientas de uso cotidiano. Urge saber, en definitiva, si toda esa cibercultura generada en torno a las aplicaciones tecnológicas es algo más que el sueño de un conjunto de visionarios aficionados al saltacionismo tecnológico. (89) Parece que hemos asumido acríticamente que la cibercultura implica un nuevo escenario en el que, a través de traumáticos cambios en nuestra concepción del tiempo y el espacio, la frontera entre lo real y lo ficticio es más porosa e inestable que nunca. Como recuerda Domingo Sánchez-Mesa, la “progresiva disolución de lo real o de las referencias en imágenes y la asimilación del principio de catástrofe […] como un medio ambiente naturalizado, son otras de las características de la cibercultura”. (90) ¿Estamos ante la distopía hecha realidad? El propio Sánchez-Mesa se encarga de recordarnos que no todo el mundo asimila virtualidad a falsificación. La teórica de los nuevos medios Marie-Laure Ryan comenta que “si vivimos una condición virtual […] no es porque nos veamos condenados a la falsificación o al simulacro, sino porque hemos aprendido a vivir, trabajar y jugar con lo fluido, lo abierto, lo potencial”. (91) Sin que podamos todavía concluir nada, y teniendo en cuenta que la sombra del simulacro propuesto por Baudrillard siempre ha sido alargada, solo podemos aventurar provisionalmente que la nueva condición virtual en la que vivimos (según la afortunada expresión de N. Katherine Hayles) está condicionada por la cuestión de la información:
La virtualidad no consiste en vivir en un reino inmaterial de información, sino que es una cuestión de percepción cultural del hecho de que los objetos materiales están interpenetrados de patrones de información. Lo que signifique está interpenetración y cómo pueda entenderse serán fruto de nuestra invención colectiva. (92) [...]
89. Ya sea por el poder que en el imaginario colectivo tiene el ordenador como herramienta y la digitalización como procedimiento, o bien por las percepciones que la tecnología provoca en el analista, lo cierto es que vivimos nuestra época bajo el signo de diversas etiquetas y orientaciones teóricas que han hecho de los prefijos pos-, hiper- o trans-, su aliento vital. Los teóricos tienen tendencia a percibir la época como el final de algo (los más pesimistas) o como el principio de algo nuevo (los falsos optimistas).
90. Sánchez-Mesa, Domingo: “Introducción”, en Sánchez-Mesa, Domingo (ed.), Literatura y Cibercultura, Madrid: Arco Libros, 2004, p.16.
91. Ryan, Marie-Laure, “El ciberespacio, la virtualidad y el texto”, en Sánchez-Mesa, Domingo (ed.): op.cit., p.101.
92. Hayles, N.Katherine, “La condición de la virtualidad”, en Sánchez-Mesa, Domingo (ed.), op.cit., p.72.