Le pont des Arts (Eugène Green, 2004)
[...] Platón dice que el amor es una especie de locura que nos permite ver las Ideas a través del deseo que sus sombras provocan en nosotros; por medio de los cuerpos, buscamos unirnos con el espíritu. El cineasta también es presa de una suerte de locura cuando comienza a capturar elementos del mundo. Pero este furor le permite tornar aprehensible la serenidad de la presencia real.
El deseo es la vía del amor, pero no el amor mismo: el deseo empuja a la posesión que, en sí misma, conduce a la aniquilación. El amor es renunciamiento y levitación. Cuando el amor alcanza el mayor distanciamiento, deviene caridad.
La caridad es la cualidad esencial de los santos. Hoy en día, la santidad es un estado mal visto, y vigorosamente combatido, por los padres, los educadores y los psicoanalistas. Por el contrario, todo ser, sin rebelarse contra esas murallas de la virtud, puede alcanzar por instantes la caridad. En el cineasta, es un deber profesional.
“Todo aquello que no va a la caridad es figura”, dice Pascal. El cineasta hace ver la realidad bajo la figura, y consuma un acto de amor.
El cineasta no puede revelar una presencia oculta que él mismo no ha adivinado gracias a su pasión. Esto quiere decir que el cineasta debe estar habitado por deseos muy fuertes. Pero no puede revelar una presencia sin haber renunciado a poseerla, porque de otro modo solo nos mostraría la cara visible que ha provocado su locura, y la sombra cuya irrealidad habrá demostrado la posesión.
“Colócame como un sello en tu brazo”, dice el Cantar de los Cantares, “colócame como un sello sobre tu corazón, porque el amor es fuerte como la muerte”. El furor del deseo, buscar y posar sobre su objeto un signo de posesión; la luz del amor libera de la nada al amante y a aquello que ama. Filmar un ser es desearlo, y marcarlo con su sello; hacer ver su alma es un acto de caridad que marca la victoria de la vida sobre la certidumbre de la muerte [...]
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