[...] Como la iconoclasia, la oposición entre el verbo y la luz es una manifestación de “puritanismo”: una intervención intelectual que excluye una parte de la aprehensión del mundo. Existían manifestaciones de puritanismo ya en el mundo antiguo, pero en la cultura europea esta tendencia siempre fue periférica.
Dios no se le aparece directamente ni a Abraham ni a Isaac ni a Jacob: su voz les llega en visiones, en sueños, en la palabra de los ángeles, pero no lo revela. Por el contrario, Dios se le aparece a Moisés: en principio mediante la vista, en la luz de la zarza ardiente, luego mediante el verbo, cuando su voz da el sentido de su nombre.
El Zohar, texto central de la mística judía, redactado en la Europa cristiana en el S. XIII, retoma la tradición del poder creador de la palabra: de la luz surgida del infinito nacieron los diez nombres de Dios, a partir de los cuales se creó el universo. La fuente de lo visible alumbra la palabra, que, encarnada en la voz del Creador, da nacimiento a lo que puede verse en la tierra.
Cristo es la encarnación del Verbo en su unidad, y la materia del Verbo es luz. “En el principio fue el Verbo, y el Verbo estaba con Dios, y el Verbo era Dios... Todo fue por él, y sin él nada fue... y la luz resplandece en las tinieblas, y las tinieblas no han podido vencerla”.
La conversión de san Pablo: expresión de lo visible como emanación del verbo. Envuelto en una luz que lo sumerge en las tinieblas, Saúl, que jamás ha visto a Cristo, escucha su voz.
El verbo es la palabra en su concepción más activa, más creativa: fuente del mundo, elemento mágico que del animal bípedo hace el hombre, espacio en el que nuestra especie encuentra lo sagrado, vínculo que vincula entre ellos a los hombres. Pero en el mundo moderno, la palabra, envuelta en tinieblas, está oculta. El cinematógrafo, construido a partir de fragmentos de ese mismo mundo, torna visible la palabra y la restituye a la humanidad. El cine es la palabra hecha imagen.
La presencia del verbo en un elemento del mundo es siempre real: un árbol, un peñasco, un río, llevan consigo la realidad de su origen; lo mismo sucede con un ser humano, que además posee la palabra. La lengua vasca, testimonio viviente del nacimiento del hombre, dice: euskaraz hizt egiten dut –“por medio del vasco hago la palabra”, para decir “hablo vasco”. Pero hoy podríamos decir: zinematografaz hizt egiten dut– “por medio del cinematógrafo hago la palabra”, al hacerla visible.
Vulgarmente, se considera la vista algo material, y el oído, una operación fuera de la materia; de ahí la idea de una mayor “realidad” en aquello que nos dan a conocer los ojos. Pero el verbo encarnado en una voz tiene la realidad de un cuerpo y un aliento humanos; la luz que hace visible el mundo es un misterio incorpóreo que nuestra tradición torna aprehensible al asociarlo al verbo. El cinematógrafo utiliza la luz para hacernos escuchar, en fragmentos del mundo, el Nombre que nos hace ver [...]
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