Julien Gracq
Todo esto sucedió en tiempos muy remotos.
Me refiero a un tiempo que, sin duda,
nunca más regresará.
Julien Gracq, Lettrines 2
La flor japonesa
Ninguna biografía de Gracq es posible por cuanto los elementos materiales de ésta son prácticamente desconocidos y porque la historia de la sensibilidad del escritor ya la escribió él mismo y la diseminó en sus libros sin culminarla. En concreto sabemos que solamente se ha publicado un tercio de los diecinueve cuadernos de notas que escribió. Es menester, pues, buscar esta «biografía» tanto en sus narraciones como en sus «preferencias» o en los poemas en prosa. Literalmente, se trata de una vida escrita.
Conocemos la comparación con la que Marcel Proust concluye su descripción de la experiencia de la magdalena: «Y así como en ese juego en el que los japoneses se divierten sumergiendo en un cuenco de porcelana lleno de agua unos trocitos de papel hasta entonces indistintos y que, apenas se sumergen, se estiran, se perfilan, se colorean, se diferencian, se transforman en flores, en casas, en personajes consistentes y reconocibles, así también ahora todas las flores de nuestro jardín y las del jardín del señor Swann, y las ninfeas de Vivonne, y la buena gente del pueblo y sus pequeñas moradas y la iglesia y todo Combray y sus alrededores, todo lo que adquiere una forma y una solidez salió, la ciudad y los jardines, de mi taza de té» (Por donde vive Swann).* Gracq retoma la comparación y la vuelve contra Proust efectuando una transformación irónica: «Cuando [Proust] me arroba me vienen al pensamiento esas bolsitas de sopa deshidratada en las que, una vez en el plato, de pronto, recompone incluso sus zarcillos una maravillosa hebra de perejil» (Capitulares). Sin embargo, en el mismo libro, acerca de uno de los recuerdos del escritor relativos al teatro, podemos leer: «Hasta donde recuerdo, el acuario mágico del teatro nunca ha extraído de un puñado de hojitas esmeradamente deshidratadas semejante flor japonesa». Es menester la presencia de unas aguas revitalizantes (algo que se sobreentiende con las palabras «acuario» y «deshidratadas») para que el recuerdo se reconstruya en su luz singular. Se precisa una «recarga afectiva» dotada del «poder de eclosión del filtro amoroso». Estas expresiones las emplea Gracq al referirse a Stendhal y su relación con Italia, esa Italia «que él siempre confundió […] con el uso del teatro y la ópera»: «De la parte de comedia presente en lo italiano […] Stendhal extrajo e hizo que se abriera como una flor japonesa toda una fantasía de costumbres que lo embelesó hasta sus últimos días» (Leyendo «escribiendo»).
* N. de T.: Du côté de chez Swann, título del primer volumen de À la recherche du temps perdu, y que se ha venido traduciendo, de manera imprecisa, como Por la parte de Swann o Por el camino de Swann. Entre otras, existe trad. esp. a cargo de Mauro Armiño: A la busca del tiempo perdido, Madrid: Valdemar, 2015.
En la obra de Julien Gracq no hay magdalena y, en concreto, los perfiles y la elegancia están perdidos. Gilles Deleuze escribe lo siguiente sobre la memoria involuntaria: «El verdadero continente no es el cuenco, sino la cualidad sensible, el sabor, la cadena de objetos y personas que se conocieron en Combray, pero Combray en cuanto esencia, Combray en cuanto puro Punto de vista, superior a todo cuanto se vivió desde ese cabal punto de vista, que aparece finalmente para sí y en todo su esplendor, en una relación de corte con la cadena asociativa que no estaba haciendo hacia él sino la mitad del camino. El contenido, por cuanto nunca se ha poseído, está tan totalmente perdido que su reconquista es una creación. Y es precisamente porque la Esencia como punto de vista individualizante corona toda la cadena de asociación individual con la que rompe por lo que ésta no sólo tiene el poder de recordarnos intensamente incluso el yo que ha vivido toda la cadena, sino que nos hace revivirlo en nosotros al volver a individualizarla con una existencia pura que ese yo nunca ha vivido. Toda “explicación” de algo es, en este sentido, la resurrección de un yo» (Proust y los signos).* La figura lingüística de la implicación, es decir, del engranaje, del envolvimiento, conjugada con la del despliegue le es familiar a Julien Gracq, por eso hace suya la flor japonesa tan preciada por Proust. «Al igual que un álbum de fotografías de familia que ojeamos al alzar nos habla de nuestro pasado, pero un pasado a la vez aprestado con sucesos vivos y, sin embargo, indeciblemente un pasado personal, que nos insufla al mismo tiempo el sentimiento vital del contacto con el tallo matriz y la tonalidad delicada y todavía débilmente sonriente de lo marchito, tales lugares alzan, de un modo enigmático, un velo sobre el futuro: de antemano entrañan los colores de nuestra vida; al contacto de esa tierra que, en cierto sentido, se nos había prometido, todos nuestros pliegues se despliegan de la misma manera en que se abre en el agua una flor japonesa: inexplicablemente, nos sentimos en una tierra conocida y como si estuviéramos en medio de las figuras de una familia aún por venir» (Las aguas estrechas). La «biografía» de Julien Gracq es como esa flor: está «explicada» a través de la obra entera.
* N. de T.: Existe traducción castellana a cargo de Francisco Monge, Barcelona: Anagrama, 2006.
La diferencia entre Gracq y Proust es más palmaria en la manera en que cada cual contempla el resurgimiento del pasado. En En busca del tiempo perdido, el pasado sobreviene [sourvient], mientras que en la obra de Gracq éste «bajo-viene» [sous-vient], viene desde abajo [...]
Ninguna biografía de Gracq es posible por cuanto los elementos materiales de ésta son prácticamente desconocidos y porque la historia de la sensibilidad del escritor ya la escribió él mismo y la diseminó en sus libros sin culminarla. En concreto sabemos que solamente se ha publicado un tercio de los diecinueve cuadernos de notas que escribió. Es menester, pues, buscar esta «biografía» tanto en sus narraciones como en sus «preferencias» o en los poemas en prosa. Literalmente, se trata de una vida escrita.
Conocemos la comparación con la que Marcel Proust concluye su descripción de la experiencia de la magdalena: «Y así como en ese juego en el que los japoneses se divierten sumergiendo en un cuenco de porcelana lleno de agua unos trocitos de papel hasta entonces indistintos y que, apenas se sumergen, se estiran, se perfilan, se colorean, se diferencian, se transforman en flores, en casas, en personajes consistentes y reconocibles, así también ahora todas las flores de nuestro jardín y las del jardín del señor Swann, y las ninfeas de Vivonne, y la buena gente del pueblo y sus pequeñas moradas y la iglesia y todo Combray y sus alrededores, todo lo que adquiere una forma y una solidez salió, la ciudad y los jardines, de mi taza de té» (Por donde vive Swann).* Gracq retoma la comparación y la vuelve contra Proust efectuando una transformación irónica: «Cuando [Proust] me arroba me vienen al pensamiento esas bolsitas de sopa deshidratada en las que, una vez en el plato, de pronto, recompone incluso sus zarcillos una maravillosa hebra de perejil» (Capitulares). Sin embargo, en el mismo libro, acerca de uno de los recuerdos del escritor relativos al teatro, podemos leer: «Hasta donde recuerdo, el acuario mágico del teatro nunca ha extraído de un puñado de hojitas esmeradamente deshidratadas semejante flor japonesa». Es menester la presencia de unas aguas revitalizantes (algo que se sobreentiende con las palabras «acuario» y «deshidratadas») para que el recuerdo se reconstruya en su luz singular. Se precisa una «recarga afectiva» dotada del «poder de eclosión del filtro amoroso». Estas expresiones las emplea Gracq al referirse a Stendhal y su relación con Italia, esa Italia «que él siempre confundió […] con el uso del teatro y la ópera»: «De la parte de comedia presente en lo italiano […] Stendhal extrajo e hizo que se abriera como una flor japonesa toda una fantasía de costumbres que lo embelesó hasta sus últimos días» (Leyendo «escribiendo»).
* N. de T.: Du côté de chez Swann, título del primer volumen de À la recherche du temps perdu, y que se ha venido traduciendo, de manera imprecisa, como Por la parte de Swann o Por el camino de Swann. Entre otras, existe trad. esp. a cargo de Mauro Armiño: A la busca del tiempo perdido, Madrid: Valdemar, 2015.
En la obra de Julien Gracq no hay magdalena y, en concreto, los perfiles y la elegancia están perdidos. Gilles Deleuze escribe lo siguiente sobre la memoria involuntaria: «El verdadero continente no es el cuenco, sino la cualidad sensible, el sabor, la cadena de objetos y personas que se conocieron en Combray, pero Combray en cuanto esencia, Combray en cuanto puro Punto de vista, superior a todo cuanto se vivió desde ese cabal punto de vista, que aparece finalmente para sí y en todo su esplendor, en una relación de corte con la cadena asociativa que no estaba haciendo hacia él sino la mitad del camino. El contenido, por cuanto nunca se ha poseído, está tan totalmente perdido que su reconquista es una creación. Y es precisamente porque la Esencia como punto de vista individualizante corona toda la cadena de asociación individual con la que rompe por lo que ésta no sólo tiene el poder de recordarnos intensamente incluso el yo que ha vivido toda la cadena, sino que nos hace revivirlo en nosotros al volver a individualizarla con una existencia pura que ese yo nunca ha vivido. Toda “explicación” de algo es, en este sentido, la resurrección de un yo» (Proust y los signos).* La figura lingüística de la implicación, es decir, del engranaje, del envolvimiento, conjugada con la del despliegue le es familiar a Julien Gracq, por eso hace suya la flor japonesa tan preciada por Proust. «Al igual que un álbum de fotografías de familia que ojeamos al alzar nos habla de nuestro pasado, pero un pasado a la vez aprestado con sucesos vivos y, sin embargo, indeciblemente un pasado personal, que nos insufla al mismo tiempo el sentimiento vital del contacto con el tallo matriz y la tonalidad delicada y todavía débilmente sonriente de lo marchito, tales lugares alzan, de un modo enigmático, un velo sobre el futuro: de antemano entrañan los colores de nuestra vida; al contacto de esa tierra que, en cierto sentido, se nos había prometido, todos nuestros pliegues se despliegan de la misma manera en que se abre en el agua una flor japonesa: inexplicablemente, nos sentimos en una tierra conocida y como si estuviéramos en medio de las figuras de una familia aún por venir» (Las aguas estrechas). La «biografía» de Julien Gracq es como esa flor: está «explicada» a través de la obra entera.
* N. de T.: Existe traducción castellana a cargo de Francisco Monge, Barcelona: Anagrama, 2006.
La diferencia entre Gracq y Proust es más palmaria en la manera en que cada cual contempla el resurgimiento del pasado. En En busca del tiempo perdido, el pasado sobreviene [sourvient], mientras que en la obra de Gracq éste «bajo-viene» [sous-vient], viene desde abajo [...]
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