El dios de las bestias
Ignacio Castro Rey
[...] No hace falta que lo afirme Lacan hablando de Duras. La literatura y la música siempre han ido por delante de la ciencia y la filosofía a la hora de diagnosticar la salida de una época: vale decir, la conversión de los síntomas de su mal en formas de lenguaje, en un bien potencial, al menos implícito. Buscando a tientas una solución sin general, dice Deleuze bromeando con nuestros emblemas, la literatura y la música encarnan la cura a través del mismo veneno que nos amenaza, con una metamorfosis del infierno de vivir en un limbo habitable. Además de uno de los libros de pensamiento más densos del pasado siglo, Aprendizaje o el libro de los placeres es algo así como una novela de formación (Bildunsgsroman) invertida, o sea, vertida en un universo post-nuclear. Es un documento de la deformación traumática que nos rehace: forzosamente, narra algo que ocurre bastante más allá de la adolescencia y la juventud. Lo que se debate entre Lori y Ulises es cómo reconstruir la vida desde la madurez de la muerte, desde la muerte en vida. En este aspecto, además de una crónica existencial con apuntes de teología negativa, Aprendizaje es una reivindicación del trauma fundamental para el que se supone que hoy tenemos cobertura. Estamos ante un manual de heteroayuda, ofreciendo el cuidado que viene de la intemperie, de la perdición irremediable que a los progresistas nos aterra. Es posible que la madurez otorgue, como a Lori y Ulises, la libertad soberana de una juventud que nunca hemos tenido, un momento de gracia entre la vida y la muerte.
No es extraño que Aprendizaje sea tanto un mito de culto como un libro muy poco leído. Y sin embargo habría que leerlo como si fuese un libro de física. En los momentos cardinales Lispector (flor-de-Lis-en-el-pecho, dice ella) usa el lenguaje para acceder a la barbarie de la materia viva: "Lo opuesto de mi ironía tranquila, de mi dulce y serena ironía: era una violación de mis comillas, de las comillas que hacían de mí una citación de mí". Todavía más intrincada y actual, La pasión según G. H. acentúa el materialismo delirante de una teología negativa. Cerca de un Leibniz que veía la turbulencia entera del mar en cada ojo de pez, Lispector llega a decir desde esa metamorfosis querida que va más allá de Kafka: "quiero a Dios en aquello que sale del vientre de la cucaracha". Clarice repite la misma frase para enlazar un capítulo tras otro: sin numeración, así hasta el número mágico de 33. A la manera de mantras esotéricos, lo que se repite es algo así como anáforas para mantener la continuidad en el infierno vibrante de un vacío con palabras, sobre el abismo que hay entre la palabra y lo que ella pretendía. "Con una lentitud de puertas de piedra, se abría en mí la amplia vida del silencio, la misma que estaba en el sol fijo, la misma que estaba en la cucaracha inmovilizada... vi por entero la inmensidad sin límites de la habitación, aquella habitación que vibraba en el silencio, laboratorio de infierno".
Dentro de la amplia producción de Lispector, si nos centramos en estas dos novelas temibles podemos intentar ordenar el rastro terrenal de algunas singularidades, todas ellas no menos amenazantes que prometedoras. En primer lugar, hay que repetirlo, esas páginas son una alabanza constante de la inevitable violencia de vivir. Incluso ignorando el género dudoso de su biografía, parece claro que Clarice necesita personalmente una cura incesante, y eso solo puede venir para ella de darle forma al martirio al que no puede renunciar en su origen. Solo Dios sabe lo que pasó por el corazón de esta mujer antes de poder aceptar morir. Mientras tanto, a años luz de una histérica moralina que ha reforzado la cohesión social a costa de humillar las vidas personales, Lispector insiste en que es necesario no olvidar y respetar la violencia que tenemos. "Las pequeñas violencias nos salvan de las grandes", todos estos aberrantes estallidos homicidas que puntean nuestra obligada paz pública. Probablemente es inútil recordar que existe un documento filosófico, necesariamente ignorado por los profesores, que explica esta dialéctica positiva entre el aislamiento carnal y la comunicación social, con detalle y en muy pocas páginas. Se trata de "I am what I am", el primer círculo de La insurrección que viene [...]